Los
pediatras del Sanatorio de San Camilo certificaron que el niño era totalmente
normal. Después, con el paso de los años, sus padres empezaron a notar algo
raro en su comportamiento.
Primero,
cuando apenas si tenía diez o doce meses, se despertaba sobresaltado por las
noches y empezaba a llorar sin causas aparentes. Los médicos dijeron que eso se
pasaría cuando el niño fuese más mayor. Efectivamente, con el tiempo se seguía
despertando, pero ya no lloraba. Unas veces reía, otras daba palmas, otras,
tardaba en dormirse y parecía que quería decir algo, y recitaba las palabras
sueltas que ya había aprendido: papa, aba, tata, ajo y circunspecto, porque
aunque parezca extraño, y realmente lo era, el niño, nadie sabía cómo y por qué,
había aprendido a decir circunspecto.
Cuando
ya supo hablar, confesó a su madre que por la noche tenía sueños muy raros, y
que se acordaba muy bien de todo lo que había soñado la noche anterior. Su
madre, intrigada, se lo contó al padre y éste dijo a su vástago que le contase
lo que había soñado la noche anterior.
Era, de
principio al fin “La Historia Interminable” de Michael Ende. Él lo supo porque
había visto la película hacia unos meses, y no se lo podía creer. Unas noches
después, el niño soñó “Harry Potter y la piedra filosofal” y se la contó a sus
padres con todo lujo de detalles.
Los
padres no se atrevieron a decírselo a nadie, más que nada porque, con un poco
de suerte, una noche el niño podía soñar una novela que aún no estaba escrita y
se podrían forrar.
Cuando
el niño llegó a la pubertad dejó de soñar novelas porque sólo tenía sueños para
su amiga Antonella, a la que soñaba unos versos preciosos, aunque estaba seguro
que podían ser de Lope, de Dante o de Petrarca, por lo que no se atrevía a recitarlos
a nadie.
Cuando
entró en el Instituto, fue adquiriendo una cierta formación literaria y a partir de ese momento
sus sueños empezaron a ser muy prolíficos. En dos noches seguidas se soñó
enterito “Cien años de soledad”, otra noche, “El viejo y el mar” y en una sola
siesta el “Pantaleón y las visitadoras”
de Vargas Llosa.
El
profesor de literatura estaba intrigadísimo y no podía creerse que fuese capaz
de recitarle, casi al pie de la letra, varios párrafos del “Ulises” de James
Joyce y además hacer un amplio recorrido por todos los pasajes más importantes
del libro. No tenía la menor duda de que estaba haciendo trampas, pero no tuvo
más remedio que ponerle un sobresaliente.
Sus
padres se dieron de baja del Círculo de lectores, y esperaban con impaciencia
las nuevas novelas que soñaba el niño, con lo que estaban totalmente al día en
la actualidad literaria, sin costarles ni un euro.
Entró a
trabajar en una editorial para detectar los plagios que podían llegar como
novedades para su edición, y es que con el tiempo, ya se tenía soñadas las
principales novelas de la literatura universal.
Un día
soñó una novela que no tenía título y que era de un autor totalmente
desconocido para él. Investigó en Internet y supo que se trataba de un escritor
ya difunto que tuvo un blog, donde había ido publicando la novela por entregas
bajo el título de “La condesa del Reino”. Como le gustó tanto, pensó que no era
justo que permaneciese en el anonimato y decidió mandarla al premio Planeta con
el nombre de “El Valle de las mariposas”.
Ganó el primer premio, pero a él se le había olvidado poner el nombre del verdadero autor y no
tuvo más remedio que acudir personalmente a recoger el galardón.