Una de las cosas que Eutimio no soportaba era que le diesen siempre la razón. Y el caso es que desde pequeño, sus amigos del colegio solían aceptar las sugerencias que él hacía a la hora de elegir el juego, a donde ir de paseo, salir de excursión o decidir el regalo de la "seño".
Luego, ya de más mayor, su opinión era respetada en los guateques, cuando había que elegir la música, cuantas coca colas había que comprar o a qué chicas había que invitar.
Pero todo cambió cuando se casó. Entonces aprendió lo que era que alguien le llevase la contraria, y se acostumbró.
Entonces descubrió las ventajas que tiene el que los otros tomen las decisiones por ti. Y hasta sientes un cierto regusto cuando empiezan a rebatirte tus sugerencias y se empieza a poner en entredicho el buen criterio que tú pensabas que tenías.
Por eso, ahora Eutimio ya no suele dar su opinión en casi nada. Que le dicen a las doce de la mañana que es de noche, ¡Pues será! Dice él. Que la leche no es blanca, ¡es posible!, asiente.
Y así se lleva muy bien con todo el mundo. No digo más que le llaman “Donsiseñor”. Pero no le importa porque, como he dicho, a él, lo que no me gustaba era que le diesen siempre la razón.
Claro que, de un tiempo a esta parte, está empezando a tener algún problemilla.
Él, que desde que se casó estaba acostumbrándome a obedecer en todo a mi mujer, y esta actitud le era también muy útil en el trabajo, pues sus jefes estaban encantados con una persona tan dócil como él, desde que se jubiló siente unas ganas irrefrenables de volver a sus recuerdos infantiles y recuperar aquel buen criterio del que tuvo fama y que tan popular le hacía en el instituto.
Pero yo creo que la causa real de lo que le está pasando es que cada día se siente más radical y con menos paciencia para aguantar las tonterías que tiene que escuchar a su alrededor. Y no se calla; y como debe conservar algo de aquel buen criterio que debió tener de niño, está recuperando el gustillo de escuchar cómo me dan la razón.
Aunque, según me dice, le ha dado por pensar últimamente, que no es que acepten sus criterios, sino que le ven ya algo cascarrabias y prefieren darle la razón y como es bastante pesado, zanjar así las cuestiones sin tenerle que aguantar demasiado tiempo.
Ahora, sinceramente, lo que realmente le gusta a Eutimio es que le digan: ¡Sí, señor!