Estos políticos no quieren arreglar el mundo, quieren un sueldo fijo y disponer de las tardes.
Un artículo de Juan José Millás en el Pais de hoy.
Las gentes de la izquierda, en Madrid al menos, dan la impresión de presentarse a una oposición al Cuerpo de Correos en vez de a unas elecciones municipales o autonómicas. De ahí la fragmentación de la que somos testigos. Estos políticos no quieren arreglar el mundo, quieren un sueldo fijo y disponer de las tardes. De otro modo alcanzarían acuerdos programáticos para montar una sola candidatura. Pero estamos regresando a los tiempos en los que a lo más que se podía llegar era a vivir de un sueldo del Estado.
La ventaja de las elecciones es que no tienes que dejarte las pestañas estudiando 12 o 14 horas al día un temario feroz. Basta disponer de un arsenal de frases hechas para los mítines y de un poco de caradura para la tele. La tele, pese a las horas que pasamos en ella, continúa siendo un lugar extraño. Hay días en los que parece uno de esos callejones solitarios y estrechos en los que te tropiezas de súbito con compañeros de colegio a los que hace 40 años que no ves y a los que has de saludar porque no hay forma de evitarlos. La otra noche apareció en la pantalla un político retirado de la circulación del que no recordaba ni su nombre. Con franqueza, creía que se había muerto y resultó que no: que le habían hecho un hueco en el Parlamento Europeo, donde cobraba un sueldo de funcionario del nivel 24 sin hacer prácticamente nada, pues no teníamos noticias de su actividad. Luego apareció otro individuo, también muerto, que, sin embargo, era senador. Pasaba sus últimos días dormitando en un escaño de la Cámara Alta. De vez en cuando, le mandaban votar y se equivocaba de botón. Pobre.
Querida Soraya Rodríguez, aunque no la necesitas, suerte en el examen. Y a ver si te pagas algo para celebrarlo.