17.-Quintas o reclutamiento forzoso en Chinchón en el
Siglo XIX.(Historia)
Los orígenes
del reclutamiento forzoso en España posiblemente estén en las hermandades
medievales en Castilla, en la Santa Hermandad de los Reyes Católicos y en las
milicias provinciales del Cardenal Cisneros.
A partir de
1598 todos los pecheros del reino entre quince y cincuenta años entrarían en un
sorteo para designar a uno de cada diez, que ingresaría en el ejército real a
cambio de una soldada igual a la percibida por los voluntarios.
A partir del
siglo XVIII los Borbones consiguen imponer los sorteos progresivamente. Se
establece definitivamente esta forma de reclutamiento anual, estableciendo un
sorteo que destinaría al ejército real a uno de cada cinco individuos.
Con el paso de
los siglos, los que tenían que incorporarse como consecuencia del sorteo eran
cada vez más (uno de cada 100, uno de cada 50, uno de cada 12, uno de cada 10,
uno de cada 5, y de ahí el nombre quintos) y la duración del servicio era cada
vez menor, pasando de ser vitalicio, (o de 20 años) a durar 15 años, luego, 18,
8, 6 años, duración que tenía ya en el sigo XIX (En 1818 en Francia, en 1868 en
España.)
Durante el
siglo XIX, la llamada a quintas se convierte en un procedimiento normalizado
para reemplazar anualmente el ejército. Pero al mismo tiempo se va
desarrollando un sentimiento popular anti quintas. El pueblo veía en estas
leyes un ataque directo a sus nociones de justicia y equidad y ciertos privilegios
clasistas en su articulación que favorecían a los grupos más pudientes, ya que
evitaban el cumplimiento de la ley a los más ricos y poderosos, gracias a la
redención o sustitución, con el consiguiente perjuicio para los más débiles. Aunque
siempre hubo una oposición popular al reclutamiento forzoso, en el siglo XIX
alcanza su mayor protagonismo.
Y mientras
tanto, ¿cómo se vivía este problema en Chinchón?
En este caso
disponemos de un testimonio impagable; el que nos ofrece nuestro paisano Benito
Hortelano, que en sus Memorias dice textualmente:
“Hubo
una quinta por aquel tiempo y tuvo la mala suerte de tocarle bola negra a mi
sobrino Vicente Iglesias, el cual, con los demás desafortunados, se caló su
escarapela de mil lazos y colores, como es costumbre en los pueblos, y todos
reunidos, con guitarras y panderetas, recorrieron las calles del pueblo por
algunos días, tocando y cantando, recogiendo las dádivas que de costumbre y
casi derecho todo el vecindario les hace, con las que se divierten, visten y
atavían para pasar a los depósitos, desde son agregados a los regimientos. Cada
quinta que se verifica, que por las nuevas disposiciones es el 30 de abril de
cada año, es una época de luto y angustia en los pueblos. Las infelices madres
no tienen consuelo; las novias se retraen de sus diversiones en aquella época; los
que tienen algunos recursos los venden o empeñan para reunir la cantidad
necesaria para suscribirse en las Sociedades de sustitutos que al efecto hay
establecidas; en fin, familias hay que quedan arruinadas y otras empeñadas para
muchos años por inscribirse en las Sociedades, por cuyo medio se libran de ir a
ser soldados, pues estas Sociedades están obligadas a librar los soldados a
quienes por mala suerte les haya tocado la bola negra. Pero si bien es verdad
que estos sacrificios se hacen (ya que es preciso que haya ejércitos), también
es lo cierto que, pasado este trance fatal, que es una vez en la vida, queda ya
el ciudadano libre para siempre del servicio de las armas y puede disponer libremente
de su persona, sin estar sujeto, ni en guerras ni en paz, a que nadie le
moleste, y queda a su voluntad el tomar o no las armas en cualquier guerra o
cuestión que haya”.
En estas breves
líneas podemos observar la tragedia que se cernía sobre las familias que tenían
la mala suerte de que sus hijos fuesen designados para ingresar en el servicio
militar; pero por otro lado, se advierte una resignación ante lo que ellos
estimaban como una obligación a contribuir con los deberes hacia la Patria. No
es probable que en Chinchón, hubiese una contestación formal al reclutamiento
como ocurría en otras regiones, sobre todo en Cataluña, País Vasco y Galicia.
Las distintas
leyes que se fueron promulgando a través del siglo XIX reconocían el derecho
que tenían los mozos a librarse por medio de la redención o la sustitución.
Lógicamente a estas posibilidades sólo podían acceder las familias que tenían
un alto poder económico.
El precio de la
redención varía a lo largo del siglo entre 6.000 y 8.000 reales, y el de los
sustitutos, entre 2.500 y 5.500, dependiendo de las provincias y de la
situación económica del momento.
Al amparo de la
redención y de la sustitución aparece un lucrativo negocio monopolizado por las
compañías de seguros y agencias de negocios. Estas empresas fueron acusadas a
engañar a sus clientes con ofertas irrealizables, de no pagar lo convenido a
los sustitutos y de quiebras fraudulentas que dejaban a los asegurados en la
calle.
En Chinchón nos
encontramos con una verdadera innovación: la redención de los mozos por medio
de las aportaciones que hace el propio Ayuntamiento y la Sociedad de
Cosecheros.
En el Archivo
Histórico bajo el epígrafe 195-2-26 existe un documento muy interesante que
tiene fecha de 8 de febrero de 1887. En el mismo se detallan las cuentas del
Municipio de Chinchón, con las cantidades que debe a la Sociedad de Cosecheros,
por varios conceptos en especial por los adelantos que efectuó la Sociedad para
la redención del quintos de Chinchón: Desde 1868 a 1876. Por importe total de
188.194, 95 reales.
De esta
cantidad 89.002,62 reales quedan pendientes de devolución y 99.192,33 reales
fueron donados por la Sociedad sin derecho a devolución.
La problemática
de la redención de los quintos en Chinchón está desarrollado en el libro “La
Mojona - Sociedad de Cosecheros de Vino, Vinagre y Aguardiente de Chinchón” de
Manuel Carrasco.
Relator independiente.