3.- Nacionalismo
economicista
El derecho de autodeterminación y
el independentismo ha tenido fundamento en diversos momentos históricos, sobre
todo bajo el colonialismo, cuando las poblaciones sojuzgadas quedaban privadas
de democracia y de derechos fundamentales y sometidas a la rapiña económica de
la potencia colonial. Conseguir la secesión de la metrópoli era algo necesario
para acceder a la democracia política y hacer efectivos los derechos
fundamentales para los pueblos sometidos. Se trataba de una situación de
dominio tiránico cuya abolición contaba con el favor de la opinión pública
mundial. No obstante, en ocasiones, las potencias coloniales realizaron un
proceso de independencia agrupando poblaciones con identidades muy diversas
que, a la postre, condujeron a enfrentamientos armados que frustraron los
objetivos de la independencia.
El nacionalismo se inició en el
siglo XVIII, asociado a procesos de independencia de las colonias de países
europeos y como contraposición a las monarquías absolutas . La nación -no Dios-
se situaba por encima del monarca. Sucesivamente se intentó la construcción del
concepto de nación en base a identidades históricas, culturales, idiomáticas,
religiosas, étnicas o de cualquier otro tipo, generalmente asociadas a un
territorio, para fundamentar el derecho a la independencia o a la secesión.
Pero la nación ha sido una construcción ideológica sumamente cuestionada por su
imprecisión y las contradicciones que se producen al intentar cualquier
definición, acrecentadas en nuestros días ante un mundo multiétnico,
multicultural, multireligioso y plurilinguístico, en el que los regímenes
democráticos -al menos formalmente- se han ido extendiendo.
En la práctica, el nacionalismo
no es sino una construcción ideológica pseudoreligiosa con la finalidad de
aglutinar a un conjunto de personas en torno a un poder político que ha dado
lugar a múltiples modelos a lo largo de la geografía mundial. No debe perderse
de vista que el nacionalismo ha llegado a engendrar monstruos como el que
surgió en la Alemania hitleriana: la nación alemana justificaba todo, incluso
una gran masacre de la población europea, incluido el pueblo judío.
En todo caso, el independentismo
como movimiento es residual en nuestros días, ya que estamos en un momento
histórico que camina justamente en sentido contrario, para configurar grandes
bloques políticos y económicos. Es de todo punto absurdo que si la Unión
Europea camina hacia una integración política se propicie que sus Estados
miembros vayan en sentido contrario, fragmentándose en microestados.
Los ciudadanos de Cataluña gozan
de la misma democracia y reconocimiento de sus derechos fundamentales que
cualesquiera otros ciudadanos de España. La Constitución Española reconoce
derechos linguísticos, culturales y de autogobierno que son ejercidos plenamente,
muy por encima de cualquier otra región de Europa. La Unión Europea jamás se ha
dirigido contra España en relación con la restricción de derechos y libertades
a los ciudadanos de Cataluña o de cualquier otra Comunidad Autónoma, muy al
contrario, desde cualquier instancia europea se ha alabado el proceso
democrático español.
Pero si no hay opresión
dictatorial hacia Cataluña, si se reconocen derechos linguísticos, culturales y
de autogobierno, ¿por qué se esgrime el derecho de autodeterminación? Sencillamente,
tal como han expresado soterrada o abiertamente los dirigentes
independentistas, la motivación es puramente económica. Periódicamente se ha
esgrimido un maltrato económico en la distribución de recursos para Cataluña.
El maltrato ha sido un argumento ideológico que se ha cultivado con profusión
aprovechando cualquier excusa. Incluso en el caso de que así fuese, existen
mecanismos democráticos para su corrección.
Para ciertas élites catalanas, en
el fondo, lo que existe es un cálculo de futuro para obtener una gran ventaja
económica aprovechando la situación geográfica de Cataluña. Los dirigentes
independentistas son conscientes de que las mayores infraestructuras de
energía, comunicaciones y transportes que enlazan España y el resto de Europa pasan
por su territorio. La élite independentista catalana ve un negocio fantástico
en esta operación ya que controlarían autopistas, vías férreas, gasoductos,
tendidos eléctricos, cables de comunicaciones, etc. Llegado el caso se podría
impedir el tránsito de personas y mercancías o imponer aranceles de aduanas, de
portazgo o de tránsito. En una palabra, no tendrían ningún problema económico
ya que les bastaría colocar una caja en aduana y crear una economía parasitaria
sobre el Estado residual español, al modo de Ucrania con los gasoductos de
Rusia, por utilización de sus infraestructuras.
Esta y no otra es la motivación
que mueve a las élites independentistas: la codicia más absoluta, que desearían
que fuese compartida por el resto de ciudadanos catalanes, aunque éstos solo
recibirían las sobras del banquete.