Borbundóforo Natalio García de
las Casillas solía decir muy a menudo: ¡Qué pequeño es el mundo! Y si lo decía
Borbundóforo, que era muy sabio, debía ser verdad. De vez en cuando filosofaba
con aquello de lo pequeño que es nuestro mundo antes de nacer, y que no sabía cómo se podía resistir en un espacio
tan pequeño, porque nadie había sido capaz de explicárselo ni él mismo recordaba
nada de aquellos tiempos. Después sales, decía,
y tu mundo empieza a crecer, aunque muy despacio.
Primero es la familia, los
padres, los hermanos, los tíos, los abuelos y los primos. Luego los vecinos,
los amigos del barrio, el colegio, los profesores y los colegas.
Y a partir de ese momento la
expansión se hace más rápida y el mundo empieza a crecer y crecer. El
instituto, las amigas y los amigos, el trabajo…
Y además el mundo se hace más
grande en extensión, solía comentar Borbundóforo. Los viajes, los nuevos
horizontes, las otras amistades, y de nuevo la otra familia -la tuya- tu mujer, los hijos, los
sobrinos…las relaciones sociales, laborales, políticas, culturales… y de pronto
te das cuenta de lo grande que es el mundo.
Hasta que se jubiló. De un
plumazo se quitó de en medio un montón de relaciones y cuando quiso darte
cuenta su mundo se había reducido a la mitad, por lo menos.
Entonces, me comentaba Borbun –yo
le llamo así para abreviar-, descubres que hay otro mundo y que está a tu
alcance: el mundo virtual; y ese sí que es grande. ¡Has descubierto las “Redes
Socales”. Te abres una cuenta en Facebook, en Twitter, en Instagram, te haces
un correo electrónico, te reencuentras con la “arroba” y descubres que tienes
más amigos de los que pensabas y te pones muy contento.
Pero un día te das cuenta, me
dijo, que tus amigos no hacen nada más que enviarte tonterías por correo, que
además no son suyas, sino que las han recibido de otros amigos. Otro tanto pasa
con el Facebook, donde sólo se repiten “ocurrencias” importadas de otros, y
como mucho, fotos de sus nietos que no tienes más remedio que comentar lo
“ricos” que están, porque para eso son tus amigos.
Incluso hay quienes se atreven,
me aseguraba lleno de sensatez, a editar un blog donde poner todas sus
ocurrencias y, como son nuevos en eso, admiten los comentarios de todo el
mundo, que de forma anónima, se atreve a ponerte a caer de un burro si lo que
tú dices, no les gusta; y terminan por no admitir más comentarios. Hasta que un
día se dan cuenta de que lo que ellos ponen tampoco le interesa a casi nadie y
terminan por cerrarlo.
Me dijo Borbun, que también había
cerrado las cuentas de Facebook, Twitter, etc. etc. que al poco tiempo descubrió
que a su correo electrónico no llegan nada más que “spam”, porque ya nadie le
escribe ni para felicitarle por Navidad.
Y entonces, como su mundo también
empezaba a reducirse alarmantemente, no tuvo más remedio que refugiarte en la
tele. Y claro, como no le gustan las películas, ni las novelas, ni la
telebasura, no tuvo más remedio que conformarse con los deportes y las tertulias
políticas.
Y ahí empezó su perdición. Lo
primero fue decidir qué canales ver. Y escojas los que escojas, me confesaba, has
firmado tu acta de defunción intelectual. Da lo mismo. En pocos meses ya no
serás tú el que piensa, lo están haciendo por ti, Federico, Pablo, Pedro J. o
cualquier otro de los asiduos a lar tertulias.
Y lo peor es que, me decía
aterrado, a partir de entonces, empiezas a comprobar que tus amigos ya tampoco
piensan sino que se dedican a transmitir las ideas que también les han sido
inoculadas en su horas de lavado de cerebro que son las que todos pasamos
delante del televisor.
Y claro, como no podía ser de
otra manera, un día fue consciente de todo esto y decidió no ver nada más que
los partidos de fútbol, porque en eso hay menos peligro, ya que todos saben que
él, desde pequeño, siempre había sido culé..
Y sin saber muy bien por qué, un
día se dio cuenta, aterrado, de que su mundo ya era demasiado pequeño. Apenas 8 metros cúbicos;
el imprescindible para acogerle a él y a su sillón.
Y poco a poco fue viendo cómo se
iban yendo los amigos y la familia; que los nietos sólo venían a verlo por
Navidad, que su mujer casi ni le hablaba y que él ya no era capaz de decir nada
nuevo ni inteligente que pudiese interesar a alguien.
Él no me ha contado, le he
deducido yo porque recibí un correo suyo que sólo decía:
¡¡Socorro, mi mundo se está
haciendo demasiado pequeño!!