La sandalia del diputado del CUP en las Cortes catalanas ha levantado las más airadas críticas en todos los medios bien pensantes. Nos ha recordado el incidente que sucedió durante la Reunión Plenaria número 902 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, del 12 de octubre de 1960, cuando el enfurecido líder de la Unión Soviética, Nikita Khrushchev, golpeó con uno de sus zapatos sobre su propio estrado de delegado.
No estamos acostumbrados a estas salidas de tono, lo políticamente correcto, impone unas normas de comportamiento más acordes con la antigua urbanidad que nos enseñaron de pequeños.
Pero resulta que cuando David Fernández enseña su sandalia al señor Rato (que no emenaza con tirársela) y le pregunta que si no tiene miedo a que le pasen factura todas sus fechorías, fue después de que el ex ministro de Economía del Reino de España, ex presidente del F.M.I, ex presidente de Bankia y actual consejero de no sé cuantas empresas, no se cansase de asegurar que él no había tenido ninguna culpa en la quiebra de Bankia, que había hecho perder sus ahorros a tantos ciudadanos, sin asumir la más mínima responsabilidad ni, por supuesto, sin mostrar el menor pesar por sus consecuencias. Y todo ello con la mayor desfachatez, que también se podría decir: atrevimiento, audacia, cinismo, desahogo, desenvoltura, desgarro, deshonestidad, desvergüenza, frescura, impudicia, insolencia y morro.
Y no he escuchado a nadie decir que eso es políticamente incorrecto, ni que es inaceptable que cuando estos “personajes” se sientan ante un juez o ante los representantes legítimos de los ciudadanos se escuden en la negación de los hecho o su falta de memoria.
Para mí, la sandalia del señor Fernández, es mucho más decente que la dignidad del señor Rato, que solo se le puede comparar por lo arrastrado que la viene trayendo don Rodrigo, desde ya hace mucho tiempo, y con la mayor desfachatez.
Hoy, lo siento, pero no puedo ser, como es mi costumbre, políticamente correcto.