Cuentan que cuando Alejandro Magno conquistó a sus 18 años toda Grecia, que era una formación de Ciudades-Estado unidas por una Liga Panhelénica, pero que unificó bajo su mando, sabedor en Atenas de la fama de Diógenes el Cínico, que vivía dentro de un tonel, fue a verle y le dijo:
"Soy el dueño del mundo; bebo el Chipre en copas de oro, pídeme lo que quieras y te lo concederé".
A lo que el filósofo contestó de tal guisa.
"Yo no soy dueño de nada, pero solo te pido que te apartes un poco para que no me quites el sol"