Ahora, para ser personaje público no hay que tener vergüenza. No quiero decir que tienen que ser sinvergüenzas, sino que tienen que tener poca vergüenza, o mejor dicho, que no tienen que tener sentido del ridículo.
Sólo hay que fijarse, cuando están en campañas electorales o de promoción, cómo se mezclan con la plebe en los mercados de abastos, cómo abrazan a los viejecitos y cómo cogen en volandas a los niños, que lloran desconsolados al verse apartados de sus padres. Mientras, estos personajes públicos, nos muestran sus muecas estudiadas frente al espejo que resultan falsas y nos hacen sentirnos incómodos, porque la mayoría de nosotros tenemos eso que se llama “vergüenza ajena”.
Y ¿qué me podéis decir del espectáculo de Florentino botando en el palco del Bernabeu, o de Rubalcaba, o Rajoy o Rita Barberá dando saltos en la tribuna porque a algún gracioso se le ha ocurrido decir que “salten”? Pues eso: sólo vergüenza ajena.
Pero la sublimación de esa vergüenza se podría focalizar en la rueda de prensa que dio el otro día doña Dolores de Cospedal en la sede del PP, para intentar explicar la situación laboral del señor Bárcenas. Lo vi en directo y no me lo podía creer. Después lo vi en diferido y realmente era delirante y después lo he visto bastante veces más, incluso he recibido por "e-mail" varios vídeos de youtube con montajes con Groucho Marx. Las últimas veces ya no me han hecho ninguna gracia; me he sentido mal... mejor dicho, me he sentido muy mal; he sentido una vergüenza ajena insuperable, no podía seguir mirando a la pantalla para ver cómo una señora Abogada del Estado, Presidenta de una Comunidad Autónoma y Secretaria General del Partido en el Gobierno se ponía en ridículo. No era soportable para nadie que tenga un mínimo de empatía y por tanto sea propenso a sentir la vergüenza ajena.