Desde pequeña había soñado con ser la Gioconda, o al menos verse inmortalizada por un gran artista, pero al principio él se resistió. Sólo su insistencia y la recomendación de su amiga Fifí, le hicieron cambiar de opinión.
Fueron sesiones interminables en las que el olor a linaza y trementina se mezclaban con el del incienso que se consumía lentamente en la palmatoria de esmaltes sobre la chimenea.
Aunque sólo quería un retrato para el salón de su nuevo chalet, él la sugirió que debía posar con el torso desnudo, sólo cubierta por un tul trasparente que de vez en vez se resbalaba sobre su piel acostumbrada a los rayos “uva”. Estaba prácticamente desnuda pero el ambiente era morbosamente cálido y acogedor. Ella se entretenía acariciando el terciopelo rojo del sillón en que pasaba las horas, apenas sin moverse, con la vista perdida en la ventana ante la que desfilaban nubes de formas caprichosas, mientras sonaba machaconamente “La primavera” de Vivaldi y los cubitos de hielo se iban desvaneciendo en el güisqui, formando condensaciones de agua en el exterior del vaso de cristal de Bohemia.
Durante todo ese tiempo sólo veía el envés del lienzo, apoyado en el caballete, y los ojos escrutadores del artista, que nunca demostraron el menor atisbo de un interés que no fuese el artístico, a pesar de la ostensible sensualidad de su cuerpo, que difícilmente dejaría impasible a cualquier otro hombre. Aún cuando se acercaba a ella para modificar su postura, el tacto de sus dedos era frío y aséptico, y esa sensación permanecía, indeleble en su rostro, mortificando su vanidad femenina. No la permitió ver la obra hasta que estuvo terminada. Era el pintor de moda y muy cotizado, pero ella se lo podía permitir porque su marido había llegado a director general de una multinacional belga.
La inauguración del chalet fue todo un acontecimiento social. Varias revistas enviaros reporteros para cubrir el acontecimiento e, incluso, el canal Cosmopólitan mando sus cámaras para hacer un amplio reportaje. Cuando llegaron los invitados, entre los que había representación de las artes, las letras, el deporte, la política, los negocios y de los más influyentes sectores de la sociedad nacional e internacional, quedaron admirados no solo por la magnificencia del coctail preparado por Sergi Arola, sino también por la armonía del conjunto que había sido decorado por la más exclusiva firma de interiorismo de Bruselas. Sólo desentonaba aquel horrendo retrato de la anfitriona.