En la mayoría de las ocasiones, cuando nos ocurre algo que nos perjudica o, simplemente, con lo que no estamos de acuerdo, tendemos a buscar un culpable. Y, casi siempre, es alguien distinto a nosotros mismos, y preferiblemente solemos escoger a nuestros “enemigos”, para responsabilizarles de lo malo que nos ocurre. Ésto que en la vida cotidiana es corriente, en la vida política es “obligado”. Todo lo malo, desagradable, pernicioso y reprobable es achacable a los “otros”.
El responsable de la paliza del señor de Murcia es el delegado del gobierno. La burbuja inmobiliaria es responsabilidad del gobierno socialista o del popular, dependiendo quién haga el análisis. La crisis económica la han motivado los banqueros, el mercado, los sindicatos, los trabajadores, los especuladores o Zapatero, según convenga a cada uno. No he oído a nadie que asuma el “poquito” de responsabilidad que le pueda corresponder. Pero, sin embargo, todos, o casi todos, están de acuerdo en quienes deben pagarlo: los de siempre; nosotros.
La iglesia se lamenta de la falta de fieles por el ataque de sus “enemigos” que preconizan una sociedad láica, y no se para a pensar si ellos han hecho algo mal para el abandono de sus seguidores. Los políticos y sindicalistas se lamentan de la falta de credibilidad que les achacan “los antisistema” y no se preguntan qué están haciendo mal. Ahora está de moda hablar mal de las autonomías, pero ningún partido político ha propuesto medidas para solucionar lo que critican en las comunidades que gobiernan.
La causa de la crisis parece estar en la negación de la misma por el presidente del gobierno, como la catástrofe del “Prestige” la motivó “los hilitos de plastilina” del Sr. Rajoy; cuando la primera se ha generado por un cúmulo de causas en las que todos tenemos algo de culpa y la segunda la motivó un petrolero que no reunía las condiciones requeridas por las leyes internacionales.
Pero da lo mismo. Lo importante es conseguir dañar a nuestros enemigos. Para ello vemos cómo políticos y comentaristas hacen burdos análisis que les deberían sonrojar y suplen su falta de rigor acudiendo a los insultos y a las descalificaciones más infames.
Lo importante no parece ser buscar soluciones. ¡Cuanto peor, mejor! Lo único importante es: ¡Buscar culpables!