Sacad del armario la alegría,
las flautas, zambombas y panderetas,
adornad con acebo vuestras puertas
y cantemos villancicos todo el día.
Llenad el Whatsapp de ¡felicidades!,
cubramos de caricias nuestras manos,
pertrechemos nuestros brazos con abrazos
Y nuestros labios con besos virtuales.
Olvidad los ya pasados pesares,
poneos la mejor sonrisa, cantad
los alegres villancicos y cantares
que guardábamos en el desván,
y sacad el turrón de chocolate,
el mazapán, las uvas y el champán.
¡Encendamos las luces de colores,
porque ha llegado ya la Navidad!
Y como no podía faltar,
UN CUENTO DE NAVIDAD
Me lo había dicho mi hijo. “Papá, es mejor que os quedéis en casa, sois personas de riesgo y os podéis contagiar”
Y nos quedamos en casa. Esa noche cenamos muy bien, los dos solos, pero muy bien, hasta brindamos con una copita de cava; intercambiamos whatsapp de felicitación con los hijos y con los amigos y me acosté pronto, algo antes que de costumbre; mi mujer se quedó viendo la tele y yo no me podía dormir.
Y como no podía ser de otra forma, en la duermevela, me vinieron a la cabeza aquellas navidades de chico, cuando apenas si tenía cinco años, en la casona familiar que antes había sido la posada de los Carrasco, en la calle Morata.
Después de cenar nos reuníamos todos en la casa de mi tía Paula y Julio el “Pájaro”, su marido. Allí iban llegando el tío Felix, Gregorio y la tía Tomasa, Maria Andresa y Enrique con Jesús y Paqui, mis padres con mi hermana Maribel y yo, que esperaba con entusiasmo ese día, en que los mayores nos dejaban jugar con ellos al cuco y nos daban una palomita de anís y podíamos comer todos los polvorones que queríamos.
Después de la misa del gallo, iban llegando los novios y los recién casados, la prima Rosario con Luis, Jose y Margara, Antonio y Rosario, que se iban uniendo a la fiesta. Alguien sacaba una pandereta y rascando con una cuchara la botella de anís de Zacarías Montes, se ponía el acompañamiento a los villancicos: “Los peces en el río”, “Campana sobre campana”, “Ya viene la vieja”... pero había uno muy triste que nos cantaba mi madre, que más o menos decía así:
“Madre, en la puerta hay un Niño,
mas hermoso que el sol bello;
parece que tiene frío,
porque viene medio encuero...
Pues dile que entre, se calentará;
porque en esta tierra ya no hay caridad...”
Y es que entonces era el tiempo de los fríos, de los charcos helados en las calles y de escarchas permanentes; de bufandas y guantes de lana, de sabañones en las manos y las pantorrillas de todos los niños...tiempos de tardes muy cortas con olor de madera de olivo quemada que desprendía el humo que salía por todas las chimeneas de los tejados.
Pero esa noche, junto a la estufa de paja, todo era alegría para nosotros, que entre “chises” y “chases” resistíamos al sueño, y eso que ese día nos habíamos despertado pronto.
Por la mañana, muy temprano, había llegado la abuela Maria desde la plaza con un “Nochebueno “ para cada niño, que había comprado en la panadería de las Lolas. Eran unas tortas con forma de muñeco, que solo se hacían para ese día y que representaban un lujo para el desayuno del día de la Nochebuena.
Luego, por la tarde, recorríamos todo el pueblo pidiendo el aguinaldo, en las casas de nuestros tíos y abuelos que nos obsequiaban con dulces y alguna que otra perra gorda si nosotros les cantábamos un villancico.
Y luego la cena: la lombarda con piñones, el gallo que se había criado durante todo el año en el corral, la sopa de almendras, el mazapán y un trocito de turrón del duro y otro del blando, que a mi me gustaba más...
Y me debí quedar dormido, y esa noche dormí de un tirón sin tenerme que levantar ninguna vez; posiblemente es que soñé que dormía como aquellas noches de Nochebuena...
Las fotografías corresponden al Belen de las Hermanas Clarisas de Chinchón, que un año más no faltan a su cita en la Navidad. Una buena oportunidad para ver una obra de arte y, ya de paso, comprar unos dulces de los que hacen en el convento.
¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!
El Eremita