Era la primera vez que íbamos a Extremadura. No sé por qué, tenía la idea errónea que debía ser una tierra árida, posiblemente por aquello que sea decía que era “la alta, extrema y dura” tierra de Castilla. El caso es que tuvimos una grata sorpresa cuando entramos por El Valle del Jerte, y eso que entonces no estaban floreciendo los almendros.
Con nuestros vecinos y sin embargo amigos de toda la vida en Madrid, nos dispusimos a pasar un largo fin de semana en la tierra de los Conquistadores y en esa semana empezamos a descubrir Extremadura.
Nuestra primera parada fue en Jarandilla de la Vera, para desayunar en el Parador de Turismo y visitar el pueblo; después proseguimos viaje hasta Plasencia, donde visitamos su catedral y recorrimos sus calles y monumentos, para comer en la terraza de un restaurante de la Plaza Mayor.
Esperamos a que nuestro amigo tomase las vistas para su colección de fotografías de viajes y nos dirigimos a Cáceres que iba a ser nuestra residencia en el Hotel V Centenario.
Después nos acecemos al centro para visitar La ciudad monumental de Cáceres situado en el casco antiguo que declarado bien de interés cultural desde 1949 y Patrimonio de la Humanidad ...
Esa noche cenamos en una terraza de la plaza donde probamos el vino de pitarra para regar los platos típicos de la zona. A eso de las doce la plaza se inundó de jóvenes universitarios, que según nos dijeron, organizaban un macro botellón todos los fines de semana...
Al día siguiente había un programa muy apretado. Salimos para Mérida muy de mañana para visitar la Capital de Extremadura, que por su monumentalidad se merece tal distinción. Visitamos el Museo Nacional de arte Romano de Rafael Moneo, que había sido inaugurado en el año 1986. El teatro y el Anfiteatro Romano, el templo de Díana y el Acueducto de los milagros, además de hacer un recorrido en el tren turístico que nos paseo por los lugares más emblemáticos de la ciudad.
La siguiente parada era la ciudad de Trujillo, cuna de Francisco Pizarro, con su castillo,sus iglesias, sus calles típicas y su imponente plaza en la que se encuentra la estatua de Pizarro del escultor americano Charles Cary Ramsey.
Ese día comimos en “La Troya”. Un restaurante que por entonces había conseguido una cierta fama por su peculiaridad. Pedimos la carta y dijimos lo que queríamos comer... pero daba igual, por que nos pusieron lo que ellos quisieron; creo recordar que unas migas extremeñas, unos chorizos a la brasa, una tortilla de patatas más dura que una piedra y no sé qué cosas más. La dueña, una señora mayor vestida de negro, sentada a la entrada del comedor iba dando el visto bueno a los platos y después se encargaba de cobrar cuando salías, sin importar demasiado lo que habías comido, pues cobraba por persona e iba guardando el dinero en una faldriquera. Ahora dicen que desde que falta la señora las cosas han cambiado... no se si a mejor.
Esa noche cenamos en Cáceres después de visitar algunos monumentos y nos fuimos a descansar que el día había sido muy completo.
A la mañana siguiente, domingo, nos dirigimos a Guadalupe para oír misa en el Santuario, hacer la visita guiada de rigor y dar una vuelta por los alrededores y tomar el aperitivo en un bar de la plaza, para salir camino de Garganta de la Olla,, un pueblo muy pintoresco donde visitamos El Barrio de la judería y comimos un cabrito asado y unas truchas con jamón, en una casa de comidas.
Después nos acercamos al Monasterio donde pasó sus últimos años el Emperador Carlos I. Una visita rápida porque había que volver a casa.
Un viaje que recordamos después de pasados 25 años, ya que lo hicimos del 12 al 15 de octubre de 1995, y que recordaremos siempre porque descubrimos una región de España que entonces no conocíamos, pero a la que hemos vuelto ya en varias ocasiones.
Nota: Es posible que haya alguna diferencia en el orden de las visitas que os he narrado, a cómo se hicieron en realidad, pero ya se sabe que el orden de los factores no altera el producto.