Es la tercera y ultima entrega de "La columna de los franceses". Con ella termino la publicación de este "Relato-histórico" que narra de forma novelada los hechos ocurridos en Chinchón los últimos días del año 1808. Está publicado en el libro "Concurso de Investigación sobre Chinchón y su entorno 2006-2007" editado recientemente por el Ayuntamiento de Chinchón.
"De nuevo caía la noche y el parte de guerra ya contabilizaba setenta y dos muertos, cuarenta y cinco detenidos y ochenta y tres casas saqueadas. Las dos iglesias habían sido expoliadas e incendiadas, el castillo totalmente arrasado por la brigada polaca, y dos ermitas asaltadas. El botín era rico en obras de arte, alhajas, reliquias y vasos sagrados. También se habían confiscado suficientes víveres y provisiones para el mantenimiento de la tropa durante varios meses. No se había podido contabilizar lo que los propios soldados habían conseguido por su cuenta en las iglesias y en las casas particulares. Los mandos militares preferían hacer la vista gorda con el comportamiento de los soldados.
El silencio de la noche apagó la voracidad de los franceses y los pocos vecinos que aún permanecían escondidos pudieron descansar unas horas esperando angustiados el amanecer del último día del año 1808.
VI
En la reunión del Alto Mando que se celebró en el Ayuntamiento a la mañana siguiente, se acordó no demorar la expedición de castigo más de lo necesario. Era importante terminar lo antes posible, por las fechas navideñas en que se encontraban y por la llegada del año nuevo. No obstante había que terminar con la requisa de todas las casas del pueblo y con la eliminación de los enemigos de Francia.
A las doce de la mañana se repitió en la plaza la ejecución de otros diez prisioneros que habían sido declarados culpables en el consejo de guerra sumarísimo que se había celebrado momentos antes. Esa noche, el General Femelle hizo balance al Mariscal Víctor, Duque de Bellune y Comandante en Jefe del Ejército: 103 casas registradas, 94 enemigos muertos, y cincuenta prisioneros. Todos ellos varones. Nada informó de las mujeres que habían sido violadas o vejadas. El botín era cuantioso pero el Mariscal le ordenó que lo anulase del informe. A media mañana del día primero de enero de 1809 se dio la orden de replegar las fuerzas a sus cuarteles de origen.
Antes de partir se habían enterrado a los muertos en una fosa común del cementerio. Se habían celebrado varios juicios en el transcurso de la tarde del día anterior y de esa misma mañana y los quince prisioneros que habían sido declarados culpables serían trasladados a Aranjuez donde serían ejecutados, junto con los que habían sido trasladados el día anterior, para que sirviese de escarmiento en toda la comarca. Los demás serían puestos en libertad cuando se marchasen las tropas.
Después de la comida que se sirvió a los soldados, el Mariscal Víctor dio la orden de partida. A las tres de la tarde ya no quedaba en Chinchón ningún soldado. Nicasio Moreno, desde la plaza de armas del castillo pudo divisar la columna que iba dirección de Aranjuez, perdiéndose por los altos del Montecillo. La otra columna bajaba por las cuestas de la vega camino de Morata de Tajuña con dirección a Arganda.
Detrás sólo quedaba muerte y desolación.
Los que habían sido liberados corrieron a sus casas para comprobar lo poco que había quedado y alertar a los vecinos de la marcha de los franceses. Unos y otros iban sofocando los fuegos que aún prendían en algunas casas y buscaban afanosamente por si había algún herido entre los escombros o escondidos en las cámaras, bodegas, cuevas o leñeras. Se iban dando noticias de lo que cada uno conocía y la lista de muertos y desaparecidos iba creciendo alarmantemente.
El caballo de los Castillo había vuelto a su cuadra, lo que confirmaba los temores del fin del soldado portugués; era uno más a engrosar la macabra lista de bajas. Muchos hombres salieron hacia Valdelaguna y Pozuelo para reunirse con sus familias y narrar los terribles sucesos que había ocurrido en los días anteriores.
Estaba anocheciendo cuando la columna de soldados con sus prisioneros divisaron Aranjuez. El espectáculo era dantesco. Los árboles de la calle de la Reina se habían convertido en improvisados patíbulos en los que habían sido colgados los prisioneros trasladados el día anterior. Todos quedaron horrorizados cuando reconocieron a su convecino Agustín Moreno que había sido empalado en un pequeño árbol ya cerca del pueblo, después de cortarle los brazos. Incluso los propios soldados volvían la cara para no contemplar la tremebunda estampa que ponía de manifiesto la crueldad con que se habían empleado los franceses.
Pedro Casagne acompañó al Mariscal y a sus tropas hasta la vega. Allí pidió autorización para volver. Era de noche cuando llegó al pueblo y pudo esconderse en su casa sin que nadie lo advirtiera. Era consciente de que había sido visto los días anteriores acompañando a las tropas por las calles y señalando las casas más principales. Nadie dudaría que había sido un colaborador de los malditos franceses, que, al fin y al cabo, casi eran sus compatriotas. Todos pensarían que era un afrancesado. Cuando entró en la casa quedó horrorizado, en la alacena estaba semiescondido el cadáver de su criado Pedro Rubio, un buen mozo de Santander que se había equivocado al pensar que estaría a salvo de los franceses, quedandose en la casa de su amo que estaba colaborando con ellos.
VII
A la mañana siguiente fueron regresando algunos de los que se habían escondido en los pueblos cercanos. Don José Robles y su capellán don Camilo Goya fueron los primeros en llegar a la Iglesia. Las llamas había terminado con todo lo que habían dejado los franceses en su saqueo. Habían desaparecido todas las obras de arte, pero también el fuego había terminado con los archivos en que se guardaban los hechos más importantes de la historia del pueblo y de sus gentes.
En el incendio se habían perdido 29 tomos de partidas de Bautismos, el más antiguo de 1530; dos libros de confirmaciones desde 1546; 1o libros de desposorios y velaciones, desde 1584 a 1808; 13 libros de difuntos con datos desde 1622, 25 libros de entablaciones de memorias, 7 libros viejos de cuentas de fábrica, así como numerosos libros en los que se recogían las memorias y las cuentas de diversas obras pías, como las del Doctor Álvarez Gato, Bonilla, Fominaya, Portilla, Bendicho y Alonso Jiménez. También se perdieron en el incendio los libros en los que se recogían todas las actividades de las Hermandades de las hermanitas de Nuestra Señora de la Concepción, Santa Ana, San José y de Santiago y San Juan de la Vega; 1 libro de cuentas del cabildo de San Pedro y 7 libros más de las cofradías del Cristo de Gracia, Nuestra Señora de Gracia, del Rosario, San Antonio Abad, San Isidro, las Ánimas y la Sacramental. Una pérdida imposible de valorar en la que había desaparecido una parte fundamental de la historia de Chinchón.
La Iglesia de la Piedad había resistido al fuego por su robusta edificación pero la de Santa María de Gracia se había desplomado y sólo quedaban los muros calcinados que apenas si lograban cobijar los altares y las imágenes reducidos a cenizas y cubiertos de escombros. Los dos curas lloraron impotentes ante la incomprensible sinrazón a la que había llegado la venganza del francés.
También llegaron los alcaldes y los justicias del Ayuntamiento que contemplaban, incrédulos, la situación en que había quedado el pueblo. Estaban horrorizados con lo que les contaban y se resistían a reconocer el número de sus vecinos que habían sido asesinados. También llegaron el Notario don Gabriel González Rey y los escribanos don Pedro Ortiz de Zárate, don Pedro Antonio Rubio y don Pedro de Fominaya que se organizaron para dejar constancia de todo lo que había ocurrido en Chinchón en los últimos días del año 1808.
A media mañana Pedro Casagne se atrevió a salir de casa para avisar de la muerte de su criado. Tal y como había temido, alguien le había reconocido acompañando a los franceses y llamó la atención de los vecinos. Sólo la intervención de uno de los justicias le libró del linchamiento. Golpeado y maltrecho logró escapar hasta Colmenar de Oreja y refugiarse en casa de un amigo. Al día siguiente escribió una carta dirigida al señor cura párroco don José Robles y a las autoridades del pueblo, en la que decía:
Colmenar de Oreja, 3 de enero de 1809.
Sr. Cura y Señores de Justicia de la Villa de Chinchón.Su convecino Pedro Casagne, con los vivos y sinceros deseos del bien a todos los vecinos, hace a V.m. presente que con motivo de poseer el idioma francés se halló obligado a acompañar al General de las tropas de la Nación en los días desgraciados del final del año último. Advertí para aplacar en algún momento el furor de las tropas.
Solicitaba al Señor cura y demás a quienes va dirigida ésta, habiéndome encargado cuando me separé del General que no dejase de buscar a V.m. y les encargase se presentasen a solicitar el perdón para todo el pueblo, pues de lo contrario perecería todo él, en cualquier parte donde se hallasen.
Con esta intención, aunque me hallo en cama herido y maltratado, no puedo menos, por el amor que profeso a mis convecinos, separados mis intereses que considero arruinados, de dar a V.m. este aviso para que, sin pérdida de tiempo, hagan su presentación pidiendo misericordia.
También espero mirarán V.m. como es de su obligación para su desgraciado pueblo, y queda de V.m. su desgraciado convecino que los ama.Firmado: Pedro Casagne.
P.D. También me dijo dicho General que no tuviesen V.m. temor alguno para presentarse y también me dijo que se resarcirían los perjuicios causados mediante la súplica de V.m. y que de lo contrario se acabaría de arruinar la población. Casagne.
Al mismo tiempo salía otra carta dirigida al Mariscal Víctor, firmada por el alcalde de Valdelaguna. En ella pedía clemencia para los vecinos de Chinchón, y solicitaba autorización a los mandos del ejército para volver a sus casas con la garantía de que no se volvería a repetir la expedición punitiva. Había escuchado horrorizado las narraciones de los que habían llegado desde Chinchón a buscar a sus familiares y no dudó en poner lo que estaba de su parte para que terminasen estas atrocidades.
Las escenas que se vivían en el pequeño pueblo eran estremecedoras. Muchas familias esperaban en vano la llegada de sus familiares hasta que se enteraban por algún vecino del fatal desenlace de sus padres y hermanos. Cuando aparecieron por la puerta de la casa Manolo Castillo y su hijo Antonio, el corazón de Juanita quedó paralizado al no ver a su querido Armando. Sólo con mirar la cara de su hermano supo lo que había pasado. Para ella no había consuelo; de nada sirvió que le dijesen que nadie había visto su cuerpo y que posiblemente habría podido huir; la aparición del caballo en las cuadras era la demostración de que había sido interceptado por los franceses y que ahora reposaría en la fosa común del cementerio, junto a las ruinas de la vieja iglesia de Santa María de Gracia. También sus hermanas y su madre lloraron al portugués que había logrado, en los pocos días de estancia en Chinchón, ganarse el afecto de todos. Pero ninguna sabía que las lágrimas de Juanita le salían de lo más profundo de su alma y que su pérdida no era la de un amigo de su hermano, sino la del ser amado que nunca podría olvidar. Ese día se prometió que nunca más se entregaría a otro hombre y que guardaría su ausencia durante toda su vida.
El dolor y el llanto se extendía por todo el pueblo. Allí estaba también la viuda de Andrés Barranco que lloraba la muerte de su esposo. Todos habían perdido algún ser querido y estaban decididos a volver a Chinchón lo antes posible, pero la sensatez aconsejaba demorar la partida unos días hasta no tener la certeza de que no volverían los franceses.
Cuando las autoridades de Chinchón escucharon la lectura de la carta de Pedro Casagne, no dudaron en hacer lo que había recomendado el General y delegaron en don José Robles para que escribiese la carta de solicitud de clemencia. El párroco pensó que debía estar redactada en francés como muestra de buena voluntad, que sin duda causaría un buen efecto al Mariscal. Consiguió la colaboración del mismo Pedro Casagne que ya había vuelto a su casa de Chinchón con la garantía de que no sería represaliado, y el día 6 de enero de 1809 salía una nueva carta con destino a Arganda dirigida al Excmo. General Femelle, Jefe de Estado Mayor del primer Cuerpo de Ejército de España.
Diez días después y como contestación a la solicitud de las autoridades de Chinchón, se recibió un comunicado del Cuartel General de Arganda, en que se decía:
A los señores miembros de la Junta de Chinchón.
Señores: He recibido la carta que Vms me han enviado. Ya había yo hecho saber al alcalde de Valdelaguna la anterior conmiseración del señor Mariscal Comandante en Jefe, por los habitantes de la villa de Chinchón, ellos pues quedan libres desde luego de volver a sus hogares en los que se les concede toda seguridad y protección, porque su Excelencia espera que su arrepentimiento será sincero y que no le volverán a dar ningún motivo de queja.
Yo no puedo señores dejar de recomendar a Vms. con la mayor expresión, la gran vigilancia con que conviene examinar a todo forastero que se presente en ese pueblo, arrestando a cualquiera que sin justificar el objeto que le conduce, cause recelo de excitar la turbación y el desorden.Tiene el honor de saludar a Vms. el Jefe de Estado Mayor del primer Cuerpo de Ejército de España. Femelle. Rubricado.
A la vista de estas garantías terminaron de volver todos los habitantes de Chinchón que habían abandonado sus casas.
VIII
Y ahora era el momento de hacer balance de los daños ocasionados y, sobre todo, de hacer el recuento de las personas desaparecidas. Esta fue la más penosa de las tareas en la que se ocupó personalmente el señor cura párroco. Como habían desaparecido en el incendio de la Iglesia todos los libros de registro, se inició en esa fecha el nuevo libro de defunciones con la relación de los que habían muerto en estos días. El recuento final fue de 103 personas asesinadas desde el día 29 de diciembre al 2 de enero. Así constaría en un documento que envió el Ayuntamiento como contestación a un cuestionario de la Capitanía General de Castilla en el año 1846.
Se solicitó a todos los vecinos que se personasen en el Ayuntamiento para hacer relación de los daños que se habían causados en sus casas y patrimonios. Aquellos fueron días de gran trabajo para los escribanos y funcionarios municipales. Uno a uno iban pasando los vecinos detallando los daños que habían causado los franceses. Entre ellos, Francisco Núñez Arévalo, Administrador de la Casa de la Renta del Tabaco presentó un pormenorizado informe en el que indicaba que además del robo de alhajas, prendas de vestir y dinero propio destruyeron el ajuar de su casa y se apropiaron del tabaco, papel timbrado, mazos de naipes y dinero en metálico tanto de la casa central como de los dos estancos, valorando todo ello en 139.627 reales de vellón.
Hecho el recuento final de daños, el escribano don Pedro Antonio Rubio los cuantificó en un total de 8.618.000 de reales de vellón, con el siguiente detalle:
- Se quemaron 103 casas, ocasionando daños valorados en 618.000 reales en granos, frutos, muebles, alhajas, etc.
- La quema de las dos iglesias, con sus ornamentos, vasos sagrados, y alhajas, todo ello valorado en 6.000.000 reales de vellón.
- Por el saqueo de las tropas francesas se considera que los daños causados en el interior de las casas y tiendas se estiman en 2.000.000 reales.
La situación de ruina generalizada en todo el pueblo, el estado de guerra que se vivía en España, la falta de mano de obra por la muerte de tantos hombres y la precariedad en que habían quedado casi todas las familias de Chinchón por la rapiña de los franceses, obligaron a tomar penosas decisiones a los responsables municipales y a las autoridades religiosas.
No se reconstruiría la iglesia de Santa María de Gracia, de la que sólo se salvaría su torre, ni la ermita de Santiago. Las obras de reparación de la iglesia no se podrían iniciar hasta pasados varios años, en el 1819. Las realizó el maestro Antonio Jiménez, con un coste de medio millón de reales y se prolongaron casi durante una década. Durante este tiempo el culto se trasladó a la capilla del convento de los padres agustinos y después a la pequeña ermita de San Antón cuando, por orden de José Bonaparte en ese mismo año de 1809, se ordenó la clausura de todos los conventos adueñándose de todos sus bienes. Todos los frailes del convento de San Agustín de Chinchón, tuvieron que abandonar por primera vez su convento. Fue el invierno más triste de la historia de Chinchón.
Y pasaron los años. La situación política en España estaba pasando por grandes vaivenes. A principios de 1810, ante los fracasos militares, la Junta Central convoca elecciones de diputados a unas nuevas cortes y se disuelve dejando un Consejo de Regencia constituido el día 29 de enero y presidido por el obispo de Orense.
El 24 de septiembre de 1810 se constituyen, en Cádiz, las nuevas cortes, donde, tras la misa del Espíritu Santo celebrada por el cardenal Luis María de Borbón, el hermano de la Condesa de Chinchón, la Regencia cede a las Cortes el destino del país. Allí se dictaron numerosas leyes de corte liberal, Luis María de Borbón firmó el histórico decreto de abolición del tribunal de la inquisición. El 19 de marzo de 1812 las Cortes aprueban la Constitución, en la que debería basarse toda la vida del país, empezando por el rey. El 7 de agosto de 1812, el obispo de Orense, presidente del Consejo de Regencia, se niega a acatarla y es expulsado del país. Luis María, siendo el único miembro de la familia real en suelo español, fue reconocido regente del reino hasta el regreso de Fernando VII.
El día 29 de septiembre de 1812, en la Iglesia del Convento de los padres agustinos, se celebró la ceremonia de juramento la nueva Constitución en Chinchón.
La normalidad iba devolviendo a Chinchón el ambiente necesario para su reconstrucción. Hasta aquí habían llegado distintos personajes para interesarse por la situación del pueblo después de la incursión de los franceses.
Don Francisco de Goya, el pintor de la Corte, había visitado a su hermano don Camilo y había escuchado aterrado los detalles de lo que había sucedido. Él había presenciado personalmente los sucesos del 2 de mayo en Madrid y estaba realizando la serie de aguafuertes que había titulado "Los desastres de la guerra". Mientras escuchaba a su hermano iba tomando apuntes. Uno de ellos, el que después llevaría el número 37 y sería titulado como "Esto es peor", recogía la imagen de Agustín Moreno, empalado en la calle de la Reina de Aranjuez, y que Goya, de su puño y letra, anotó "El de Chinchón".
Pero su hermano tenía un encargo más personal. Había que reponer la imagen de la Virgen en el retablo de la iglesia. Había desaparecido el cuadro de la Asunción y coronación de la Virgen de Claudio Coello, y nadie mejor que él para poderlo realizar. Durante unos meses fue su ocupación. La modelo, una joven de Chinchón que se llamaba Anita de la familia de los "Grajos". La iglesia estaba aún sin restaurar pero pensaron que sólo la presencia del nuevo cuadro de la Asunción de la Virgen podía conseguir que la restauración de la iglesia pudiese ser una realidad. Se efectuaron algunas obras de limpieza en el retablo y se colocó el cuadro. Al dorso, para que constase, se escribió: "Se colocó esta pintura el día 19 de julio de 1812, siendo cura de esta iglesia el señor don José Robles. La hizo don Francisco de Goya, pintor de Cámara de S.M.D. Fernando VII".
Las sencillas gentes de Chinchón seguían llorando a sus familiares fallecidos. Poco a poco se habían ido enterando de los detalles de sus muertes.
Juanita Castillo se había recluido en su casa y se había planteado ingresar en la clausura de las monjas clarisas. Seguía dispuesta a ser consecuente con la promesa que se hizo de no volver a fijarse en ningún otro hombre. Supo que Armando había logrado salir del pueblo a caballo, pero al llegar al camino de Ocaña fue interceptado por una patrulla de soldados que le abatieron de un tiro, siendo rematado allí mismo, a poco menos de una legua del pueblo.
Su hermano Antonio mando hacer un pequeño mojón para colocarlo en el lugar donde había muerto su amigo. Debajo de una cruz mandó poner la siguiente inscripción:
AQUÍ ARCABUCEARON A ARMANDO HERRERA.
SOLDADO PORTUGUÉS. ESTO LO HIZO ANTONIO CASTILLO.
AÑO DE 1812.
Durante muchos años nunca faltó junto al pequeño monumento un ramito de flores silvestres que Juanita se encargaba de renovar, en recuerdo de un amor en ciernes truncado por la irracional barbarie de unos franceses mandados por un tal Claudio Víctor Perrín, Duque de Bellune y Mariscal del ejército, que en esos días partía de España con destino a Rusia, en castigo por su enfrentamiento con el mismísimo Napoleón.