Bueno, voy a ser más concreto, la otra noche estuve cenando en un típico y reconocido bar de una pequeña ciudad española en el que también, justo a mi lado , estaba cenando con unos amigos el ministro Rafael Catalá; digamos hombro con hombre en la barra. Puedo garantizar que entre sus acompañantes no se encontraba el señor Moix.
Yo, en principio, no le había reconocido, mejor dicho ni me había fijado en él hasta que un amigo me indicó con la mirada que observase a quien tenía a mis espaldas. Y le reconocí a pesar de ir en mangas de camisa, sin la corbata y trajeado como es reconocible en sus apariciones en televisión. Tampoco escuché a nadie llamarle "señor ministro", aunque el camarero si me pareció que le llamaba don Rafael, sin duda que le tenía menos confianza que Nacho González.
Yo me giré con disimulo y entonces le reconocí y no puedo asegurar si el se fijó en mí, creo que no, y ambos seguimos degustando las especialidades culinarias que han hecho famosas al establecimiento conquense.
Ni se me ocurrió saludarle; es que soy más bien tímido y poco dado a entablar conversación con desconocidos, y además, en este caso, no era cosa de perder bocado, que ya se sabe lo que pasa a las ovejas que balan.
Tampoco, porque soy educado, se me pasó por la cabeza preguntarle por el fiscal anticorrupción, porque estábamos en su tiempo libre y soy muy respetuoso con la privacidad de las personas y con el derecho que todos tenemos de conciliar nuestras vidas privadas con el trabajo.
Y es que allí, tomando zarajos, tomate raf y unos boletus edulis, Rafael no parecía que fuese capaz de hacer todo de lo que le acusan en los periódicos, aunque ya se sabe que los periodistas son todos unos rojos que, seguro que no han tenido la oportunidad de cenar, aunque solo sea hombro con hombro en la barra de un bar, con Rafa.