Al mayor le pusieron Caimán, al segundo, Urogallo, y después pensaron que tendrían una niña y habían reservado para ella el nombre de Anaconda; pero fue niño, y como no tenían pensado tener mas hijos, a el le asignaron el nombre que habían pensado para su hermana.
Y es que sus padres fueron desde siempre muy amantes de la naturaleza y de la vida salvaje. Bueno, eso y que eran bastante cachondos, cosa que, ñaños después, no entenderían sus hijos que nunca les perdonarían tanta originalidad.
No obstante hay que reconocer que poner de nombre Anaconda a una niña no era demasiado descabellado, porque la podrían llamar "Ana" y casi pasaría desapercibido para todo el mundo, como no fuese para el encargado del Registro Civil y para el Señor Cura a la hora de bautizarla.
A su hermano mayor le llamaban "Man" y al segundo "Gallito" y casi nadie se entero nunca de cuales eran sus verdaderos nombres; pero a el, todos, ¡mira que mala suerte! siempre le llamaron Anacondo.
Era un chico rubio, de ademanes finos, de hablar pausado y amable en demasía; un niño para llamarse Alberto, Jorge o, incluso, Diego; pero nunca, desde luego, nadie podría pensar que se llamase Anacondo.