El corolario de todo lo dicho anteriormente
podría ser que estas tres ideas fundamentales, sobre las que se ha basado la
civilización occidental, son faltas. Y esto no es cierto. Estas son tres ideas
importantes, y posiblemente fundamentales, pero que han sido impuestas la
mayoría de las veces por la fuerza y con engaños y que no se han sabido
actualizar a unas realidades totalmente distintas en el transcurso de los
tiempos.
El problema es que estas tres ideas se han
supeditado a los intereses de los poderosos y se han empleado para limitar los
derechos de los más débiles. El problema está en que se han impuesto por la
fuerza y se han basado en teorías que el tiempo y la razón han ido desmontando.
El problema ha estado en que se ha intentado retrasar lo más posible la
capacidad de los hombres a pensar y tomar conciencia de las realidades,
limitando el acceso a los conocimientos y controlando la información. El
problema es que durante mucho tiempo no se utilizaron argumentos para
justificar las órdenes y ahora ya no sirva decir que esto se hace, porque sí.
Hemos llegado a la crisis del poder porque se ha
perdido la autoridad. Sobre todo la autoridad moral que nace de la
justificación reflexiva de las razones para sustentar el poder. Se puede
discrepar de una argumentación, pero siempre se respetará al que la formula; lo
que no se puede aceptar es una orden basada en el engaño, en la ocultación de
la verdad o en la tergiversación de la información. Estos planteamientos eran
los que se utilizaban cuando la mayoría era analfabeta e ignorante y además no
disponía de medios para su formación ni capacidad para conseguir información.
Ahora es muy distinto porque la mayoría tiene acceso a la formación y además es
prácticamente imposible que nadie sea capaz de dominar todos los medios de
comunicación, y en estas circunstancias es imprescindible utilizar la
argumentación para que se sustenten las normas que se tratan de imponer.
Estamos asistiendo a la lucha denodada de los
distintos grupos de poder por controlar la información. La guerra de los medios
es el campo de batalla en el que se lucha para hacer llegar a la “opinión
pública” las “verdades” que cada uno defiende, porque entienden que así podrán
mantener o conseguir el poder, que es lo que verdaderamente interesa. Y es que
el poder político trae consigo el poder económico, o al revés; el que tiene el
poder económico puede conseguir los medios que a la larga les facilitará el
poder político. Lo que realmente interesa a los ciudadanos es un tema
secundario. Y así asistimos a grandes debates políticos sobre cuestiones
teóricas que realmente inciden sólo tangencialmente en la vida y bienestar de
los ciudadanos, pero que los “líderes” quieren mantener vigentes para
justificar su existencia. Y en demasiadas ocasiones se utiliza el concepto
“patria” como argumento para sus fines, porque saben que es un concepto de
valoración absoluta que llevamos grabado en nuestro subconsciente y que pude
justificar por sí solo afirmaciones que de otra forma tendría muy difícil
justificación.
Con la llegada de la democracia, se consagró una
norma novedosa a la hora de determinar lo que se puede o no se puede hacer: la
decisión de las mayorías. Y esta norma es la que en la actualidad decide todas
las leyes civiles. Ahora es legal muchas de las cosas que antes estaban
prohibidas. Y esta circunstancia ha modificado significativamente las
relaciones entre los ciudadanos con su patria y entre los componentes de las
familias. Se derogó el servicio militar que era la base del concepto de
subordinación a la “patria” y se autorizó el matrimonio homosexual que rompía
el concepto tradicional de “familia”. Algo muy importante estaba ocurriendo,
que socavaba los cimientos mismos de dos de los pilares fundamentales de la
civilización.
No ocurre lo mismo con las religiones. Aquí la
opinión de la mayoría no se tiene en cuenta porque las verdades o dogmas están
dictadas por dios y son inalterables. No obstante si se han ido modificando
distintas normas morales por la evolución de las costumbres y se han abandonado
posiciones dogmáticas cuando la ciencia ha demostrado que eran erróneas.
Y el problema es que muchas personas, al estar
acostumbrados a aceptar todo lo que les decían sin cuestionarse prácticamente
nada, están aceptando ahora, también sin cuestionarlo, todo lo que dicen otros
pseudo científicos o intelectuales, en sentido contrario.
Un hecho que pone de manifiesto lo anterior es
lo ocurrido con la publicación de “El código da Vinci”. Es una novela de
intriga muy bien construida, con una prosa fluida y sin demasiadas pretensiones
literarias. La trama se basa en diversas teorías sin base real y con evidentes
errores históricos tanto a la hora de hablar de obras de arte como de
ubicaciones geográficas. Pero estos errores no tienen demasiada importancia a
la hora del desarrollo de la acción que es lo importante de la novela. El
problema es que muchas personas han aceptado las arriesgadas teorías del autor
como “verdades” o “dogmas de fe” y se han basado en ellas para plantear una
descalificación global del cristianismo.
Por otra parte, algunos sectores de la iglesia
han visto en esta novela un ataque frontal a su doctrina y no han dudado en demonizarla
y ver en ello un paso más de la campaña orquestada por sus “enemigos” que cada
vez son más poderosos.
Y no se dan, o no se quieren dar cuenta, que el
problema está dentro de la misma iglesia. No se pueden seguir manteniendo
postulados ridículos aceptando literalmente “relatos” de los evangelios y más
aún del Antiguo Testamento, que repugnan a la inteligencia, en vez de centrarse
en la verdadera doctrina de Jesús. Nadie, en ningún lugar del mundo ni desde
ningún planteamiento filosófico, discute la ingente labor de la iglesia en
favor de los desfavorecidos que están llevando a cabo órdenes religiosas y
particulares, cuyas cabezas visibles podrían ser la madre Teresa de Calcuta o
el padre Vicente Ferrer. Lo que sí es discutible son las cuestiones bizantinas
que se plantean para mantener cuestiones morales totalmente superadas por la
sociedad, sobre todo en lo referido a la sexualidad.
Lo que llama la atención es el afán de muchos
“fieles” de querer imponer su forma de entender la vida a los demás. Los
preceptos religiosos “sólo” se pueden aceptar desde una posición de “fe”. Los
que “creen” tienen todo el derecho a que se respeten sus creencias, pero no
pueden pretender que los que no tienen esa fe, las deban acatar también. Y ya
hemos dicho que ahora es muy difícil basar la argumentación en una fe ciega,
con el apoyo del castigo eterno para los pecadores.
Con frecuencia las personas “bien pensantes” se
lamentan de la pérdida de los valores tradicionales entre la juventud y se
tiende a comparar la docilidad de la juventud de antaño con las posiciones
actuales en las que se llegan a ridiculizar los valores tradicionales, dejando
en entredicho la obediencia a los padres, la virginidad, el sacrificio, el
compromiso y el esfuerzo necesario para conseguir objetivos. Si analizamos las
causas de la pérdida de estos valores, posiblemente la podamos encontrar en que
nadie se ha preocupado de argumentar los beneficios de la virginidad, del
esfuerzo e incluso del sacrificio imprescindible para conseguir objetivos
deseables, ante los que es necesario sacrificar otros objetivos menores, y
hacerles ver a los jóvenes que en la mayoría de las ocasiones es imprescindible
renunciar a algo, porque nunca se puede tener todo. El sacrificio y la renuncia
no son buenos en sí mismos, pero será bueno irse entrenando en ellos para
hacernos fuertes para afrontar la vida adulta. Y a partir de estos
planteamientos que cada cual decida cual es su opción. Es posible que los
jóvenes puedan entender estas argumentaciones mejor que si les decimos que esto
o aquello es pecado o que no está bien visto por la sociedad.
Nos encontramos, pues, en una época de cambios
profundos en las sociedades, sobre todo occidentales con una tradición judeo
cristiana, en la que se ha producido una evolución basada en una mayor
formación y en una mundo de la información de fácil acceso y difícil de
controlar. No ocurre lo mismo en otras civilizaciones como las orientales y
sobre todo la musulmana, en la que se han cuidado de evitar estos dos fenómenos
de la educación y de la información.
En estas civilizaciones, se ha producido una
evolución diametralmente opuesta a la occidental. Mientras en occidente se iba
produciendo un real distanciamiento entre los poderes políticos y religiosos y
las leyes civiles tenían menos influencia de los dogmas y moral religiosa, en
la civilización musulmana los poderes religiosos se han logrado adueñar del
poder político y sus leyes civiles están dictadas por la filosofía religiosa. Y
como hemos indicado anteriormente, en las religiones no se tiene en cuenta la
opinión de las mayorías porque los dogmas y mandatos emanan directamente de
dios.
Esto es la raíz del integrismo cuyos resultados
están a la vista en todos los países bajo la influencia del Islam. Lógicamente,
esta concepción de la vida proporciona a estas naciones una aparente “paz”
interna, dado que nadie se atreve a manifestar su oposición, y puede llegar a
que algunos nostálgicos añoren la tranquilidad que proporcionaba un régimen
dictatorial en el que todo estaba reglamentado, atado y bien atado, donde cada
cual “sabía” lo que tenía que hacer y era mucho más fácil controlar a los
ciudadanos, a los fieles y a los hijos.
Es posible que el problema no esté en el
relativismo, sino más bien en la intolerancia. Si las personas fuese más
tolerantes y no se intentase imponer a los demás sus creencias y convicciones,
si de vez en cuando, se cuestionasen los propios planteamientos y se admitiese
la posibilidad de no estar en posesión de la “única” verdad, y se relativizasen
algunas de esas verdades inamovibles, entonces, posiblemente, sería más fácil
la convivencia y se pudiesen aceptar por parte de la mayoría unos valores en
los que cimentar la convivencia social, religiosa y familiar, pero nunca
basados en el engaño, la tergiversación y, sobre todo, en la opresión del más
débil.
FIN