Pero estas dos ideas fundamentales como “dios y
patria” que organizaban la vida social y espiritual de los pueblos necesitaban
de un tercer fundamento para controlar la totalidad de la vida de los hombres.
La vida cotidiana. Era necesaria otra idea que controlase a los individuos
desde la cercanía, desde la inmediatez y desde el inicio. La tercera idea era
la Familia.
El hombre, cuando nace, no puede subsistir sin
sus padres. Su crecimiento armonioso, su educación y su formación para
conseguir las habilidades necesarias para su desarrollo, encuentran en la
familia su entorno ideal. Pero también, los “jefes” de la familia descubrieron
que los hijos eran una mano de obra indispensable para la subsistencia y
crecimiento de la familia y lo mismo que habían hecho los teólogos o los
líderes políticos, exigieron a sus descendientes una “obediencia ciega” y la
sumisión a las normas establecidas, pues de esta forma se garantizaban la
permanencia hasta el final de sus días, y el premio estaba que, manteniendo el
”status”, la situación se mantendría permanentemente. Obedeciendo a los padres
cuando eres joven conseguirás que tus hijos te obedezcan cuando seas viejo. El
secreto es mantener el poder -dinero, posesiones, influencias- mientras vivas;
después lo heredarán tus hijos.
De igual forma que Dios es el dueño de los
destinos espirituales de los hombres, y los líderes políticos pueden disponer
de sus vidas y haciendas cuando es por bien de la patria, los padres son los
“dueños” de sus hijos, y pueden decidir su destino. Así fue mientras las
estructuras económicas estuvieron basadas en la economía familiar. Los hijos se
casaban con quienes decidían los padres y quedaban bajo su influencia dentro
del clan familiar hasta que moría el patriarca y heredaba el primogénito. El
destino de los otros hijos, si no eran necesarios para la subsistencia del
clan, era la defensa de las otras dos ideas fundamentales: o se hacían clérigos
para mayor honra de dios o soldados para defender a la patria.
Y el resultado de todo este planteamiento es que
los hombres tenían que estar subordinados a estas tres ideas absolutas, y cada
una de ellas se encargaba de dictar normas para garantizar su permanencia sin
tener en cuenta, la mayoría de las veces, el bien de las personas. Con las
normas emanadas de la religión, de la patria y de la familia está totalmente
reglamentada y dirigida la vida de una persona, desde que nace hasta que muere. Y el objetivo es que nadie se salga de
esta norma. El infractor puede ser castigado por su dios con el infierno, desterrado o incluso ejecutado
por su rey y desheredado por su padre, y además, en todos los casos, será
señalado y anatemizado por sus iguales, como elemento desestabilizador del
sistema, que es necesario reconducir o incluso eliminar.
Continuará...