Es sobradamente
conocido el cuadro de “Toros en Chinchón” de José Gutierrez Solana, que además
de un excepcional pintor fue también un notable escritor, sobresaliendo sus
crónicas de la España de los inicios del siglo XX, de entre los que cabe
destacar “Madrid: escenas y costumbres (1913 y 1918) “La España negra”, (1920).
“Madrid callejero”, (1923) y “Dos pueblos de Castilla”, (1925).
Recientemente,
un amigo y seguidor de este blog, José Gordo Sáez, encontró en el Centro de
Arte Reina Sofía, unos cuadernos de notas de don José Gutiérrez Solana, en los
que aparecen anotaciones y dibujos que después empleó para redactar unas notas
sobre Chinchón en el libro “España Negra”, que como se ha indicado fue
publicado en el año 1920.
Estas notas
fueron tomadas en una visita que el autor hizo a Chinchón, aunque no aparece el
año en que se realizó.
Dice que hizo
el viaje en tren, que era verano, porque hacía mucho calor y que en esas fechas
se celebraba una corrida de toros y capeas, y que los hombres estaban trillando
en las eras. Con estos datos se puede deducir que eran las Fiestas patronales.
Estoy haciendo
gestiones para conocer el texto íntegro que publicó en el libro, no obstante,
quiero mostraros varios apuntes que aparecen en el cuaderno.
El primero es
un apunte de la plaza, en el que anota “tablados”.
El segundo hace
varias anotaciones de la ubicación de las autoridades en el Ayuntamiento y
comenta que las corridas se celebraban en la Plaza de la Constitución.
En el tercero
indica que la corrida estaba presidida por el cura y el alcalde.
Y en el cuarto
apunte se puede ver un dibujo de una mula trillando y anota: “La trilla
en Chinchón. A la caída de la tarde se veía trillar, las mulas cansadas daban
las últimas vueltas, el cielo se teñía con el crepúsculo de rojo. Tenía esta
hora inefable un gran encanto. Las muchachas del pueblo, abrazadas por la
cintura y unidas estrechamente de la mano regresaban del paseo a sus casas...”
Por los datos
que aparecen en las notas, se podría aventurar que se debieron escribir entre
los años de 1917 a 1920.
Y para
terminar, un curioso montaje realizado por los fotógrafos de Oronoz, en el que
se ha mezclado el cuadro de Gurtierrez Solana con una fotografía real de la
plaza de Chinchón, pudiéndose apreciar la fidelidad de la pintura con
la realidad.
UNA
CAPEA EN CHINCHÓN CONTADA POR GUTIERREZ SOLANA
En este libro dedica a CHINCHÓN varios capítulos, como LAS CALLES DE CHINCHÓN, LOS MOZOS DE CHINCHÓN, LA PLAZA DE TOROS, EL CASINO DE CHINCHÓN, EL VIEJO CAFÉ, y LA CORRIDA; a lo largo de 12 páginas.
Hoy os dejo unas páginas de ese libro, en dos
capítulos, en los que nos cuenta una corrida de las fiestas de Chinchón, por
aquellos años:
"Ha salido
la cuba de regar para regar la arena de la plaza. Todo el ruedo está lleno de
mozos preparados con cachavas y varas. En los soportales de la plaza están las
distracciones humildes: la rifa, el tiro al blanco, el carro de los helados y
el de los caramelos de colores. Desde aquí destaca todo el pueblo, que se
recoge por encima de los aleros de las casas. En lo alto, la maciza torre de la
iglesia de la Concepción y otras torres de conventos.
Todo tiene una
alegría bárbara de fiesta de domingo, todo relumbrando al sol: las colgaduras y
los trajes de todas las mujeres, apiñadas y sentadas en las sillas de los
innumerables balcones. Allá a lo lejos, en los muros de la iglesia, los chicos
y demás personas mayores que no han podido entrar en la plaza por no gastarse
dinero se mueven como un hormiguero. Después que han regado bien la plaza y han
traído el agua de un lavadero de al lado del Ayuntamiento (pues en Chinchón hay
pocas fuentes y por eso se ven en los patios y corrales de las casas tantas
tinajas y, a veces, un gran trozo de tinaja rota, colocada entre dos piedras,
para que beba el ganado), llega la presidencia: el alcalde con chistera y su
fajín; a su lado se sienta el cura de Chinchón; ambos se quitan el sombrero
para saludar al público, y luego se sientan. A su lado toman asiento los
concejales. En el balcón de al lado están los músicos, que tocan una marcha
taurina. Luego suena el clarín.
Se abre el
chiquero y sale corriendo un toro con muchos cuernos y tipo de buey. Los mozos
huyen despavoridos y dejan el ruedo limpio. Unos se tiran de cabeza por la
barrera, pero pronto empiezan a asediar al toro: le dan con los palos en el
hocico y en las nalgas y le torean con las fajas. Uno lleva atado en una cuerda
un trapo rojo y lo tira al aire; el toro sale engañado al embestir en vano.
Cuando el toro está distraído, pasa uno corriendo de lejos y le da un palo y
todos a la vez aprovechan esta ocasión para pasar y apalear al animal. También
sacan las hondas del bolsillo y las restallan silbando en las orejas del toro.
El bárbaro que iba en el tren estaba medio desnudo, con la camisa toda
desgarrada, enseñando la carne; daba muchos alaridos y sonaba mucho la honda
que tenía en la mano disparando contra el toro algunas piedras.
Toda la barrera
está ocupada de mozos, y en la segunda barrera, la empalizada de troncos de
árboles, trepan por los barrotes las mozas del pueblo, y hasta las mujeres
viejas se encaraman para ver la corrida. Cuando el toro engancha a algún mozo
por la faja y lo tira al alto empiezan todas a chillar y un gran vocerío de
angustia llena la plaza. Bajo el encendido sol la masa de gente huele muy mal,
a sudor y a establo, por el calor. Los mozos que no se atreven a salir al
redondel, los más cobardes y prudentes, se tiran al suelo y sacan la cabeza y
el cuerpo por debajo de la barrera y cuando se acerca el toro a las tablas,
como no se les puede cornear, le dan fuertes palos en los hocicos. Se ve cómo
los largos y amarillentos cuernos golpean la barrera, convirtiendo al toro
manso en fiera, mientras cae una lluvia de palos en su cabeza. El toro busca
rabioso el bulto y coge a un mozo y le da dos o tres volteretas, cayendo de
cabeza contra el suelo y abriéndose la cabeza. Se le llena la camisa de sangre
y le llevan a la enfermería entre un gran vocerío, silbidos y aullidos de
mujer. Cuando el toro está ya mareado, rendido y molido a palos, salen los
cabestros y vuelve al corral no sin haber tardado mucho pues los mozos también
quieren torear a los cabestros.
Los músicos
tocan y los mozos se ponen a bailar al agarrado demostrando sus grandes
condiciones de bailarines más que de toreros. Luego sale otro toro y vuelven a
hostigarle. Cada toro está media hora en el ruedo hasta que lo retiran al
corral, pero los espectadores y mozos no se rinden de tanta barbarie. Un
cansancio y una tristeza abrumadores reinan en la plaza".
Un viejo
que está a mi lado me cuenta detalles de otras capeas que él vio.
-Éstos no son toros –me dice-, están ya muy
corridos por los pueblos; están cansados y no tienen sangre; todos son bueyes
de carreta. Aquí en esta plaza ha habido varias muertes de mozos. Cuando yo era
joven, en una corrida, mató el toro a dos mozos. ¿Ve a ésos que asoman el
cuerpo por debajo de la barrera? Pues allí corneó a uno en la cabeza y, clavada
al cuerno, lo sacó fuera del escondite como un pelele: se le veían todos los
sesos por el agujero que le dejó en ella. Luego el toro alcanzó a un mozo en
medio de la plaza y lo destrozó a cornadas dejándole muerto. ¡Aquél sí que era
un toro, negro y de alzada y con muchas canas en el testuz, viejo y de casta!
Otra vez hubo en una corrida muchos heridos. Los mozos, en vez de de capearlos,
empezaron a pincharlos con las navajas, mutilándolos y cortándoles las orejas,
concluyendo por convertirlos en fieras; repartieron muchas cornadas. La Guardia
Civil bajó a la plaza tirando tiros. Una oleada de gente se precipitó a la
puerta y el alcalde fue arrollado y apaleado, rompiéndole una pierna y quedando
cojo para toda su vida.
Yo me despido de este viejo, pues con el calor se me ha quedado la lengua seca y estoy sudando a mares. Voy a la taberna a beber algo de vino, pero todas las tabernas tienen la puerta cerrada. Los dueños han trancado las puertas para ver la corrida. Pero lo que me produce más indignación es que tampoco podré fumar porque el estanco está cerrado.
Los mozos siguen bailando en el redondel unos con
otros al agarrado modernista de cabaret o “kursaal”, esperando a que suene el
clarín para la corrida formal. Ya van cuatro toros y dicen que, después de ser
corridos los dos toros de lidia, se soltarán los otros dos toros de capea; uno
de ellos es el que se demandó esta mañana y le cortaron las orejas y el rabo.
En el patio del café hay una gran aglomeración de gente, pues de aquí sale la cuadrilla.
A un aviso, se retiran los mozos del redondel y un chulo, montado en un caballo
que caracolea al sol, sale a correr la llave; se para enfrente del palco del
Ayuntamiento y el alcalde se levanta de su asiento y tira la llave. Luego
atraviesan el redondel unos cuantos caballos viejos, las mulillas y la
cuadrilla.
Los picadores
se llevan muchas costaladas; el toro es de poder y saca las tripas a cinco
caballos que hacen regueros de sangre por la plaza. Los hombres y las mujeres
trepan más por los palos de la barrera y piden más caballos. Llega la hora de
matar y el espada se coloca enfrente de la presidencia. El alcalde y el cura de
Chinchón, sombrero en mano, corresponden al brindis. Después de ser muerto el
toro, el cura y el alcalde vuelven a levantarse y a saludar para dar las
gracias al matador. El cura vuelve a ponerse la teja.
Yo me marcho de la plaza cuando suena el clarín para
salir el otro toro de muerte, ya cansado de tanta bestialidad, y me dirijo a
las afueras del pueblo para hacer tiempo a que llegue el tren para irme a
Madrid. Recorro muchas calles que no había visto y las cuestas de los
arrabales. Muchas esquinas de las calles que dan al campo están interceptadas
por carros de labranza y pesadas carretas de bueyes, amarradas por la lanza,
tapando los callejones para que los toros, si se desmandan al enchiquerarlos,
no puedan entrar por los sitios de más peligro, los callejones que dan a las
calles de más tránsito. Es necesario saltar por entre las ruedas de estos
carros. En una calleja que tiene unas casas muy bajas con corrales, tapadas las
puertas con colchas de la cama, están las prostitutas de Chinchón; tienen
lunares pintados y fuman; una tiene toda la cara comida de enfermedad.
Salgo al campo. Se ven muchos montones de trigo. Me
siento en una piedra a merendar y me paso un buen rato viendo trillar. Hay un
olor sano de campo y de hierba y un silencio no turbado sino por un pequeño
grito de un mozo de labranza, a lo lejos, que arrea al ganado. Las mulas,
cansadas, dan las últimas vueltas. El cielo se tiñe ligeramente de rosa con el
crepúsculo y luego se incendia de rojo. Tiene esta hora inefable un gran
encanto. Las muchachas del pueblo, abrazadas por la cintura y unidas
estrechamente de la mano, regresan del paseo a sus casas.
Cuando me meto,
ya de noche, en el tren, una gran muchedumbre lo asalta para regresar a Madrid,
malhumorada y ahíta de toros y barbarie. Me entero de que, después de los toros
de muerte, volvieron a soltar dos de la capea y que salió desangrándose el toro
al que cortaron las orejas y el rabo por la mañana cuando se desmandó. Le
mataron entre todos a fuerza de pincharle con las navajas y le mutilaron
cruelmente pues todos se querían llevar como trofeo un recuerdo suyo a sus
casas. Tuvo que intervenir la Guardia Civil y se llevaron presos a muchos"
Relator independiente.
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