Los padres habían tenido que trabajar mucho y duro para conseguir su actual privilegiado “status” social. Nadie les había regalado nada y los padres de sus padres aún habían tenido que trabajar más y más duro para ir malviviendo durante toda su vida.
Ella, fue hija única, aunque nació cuando sus padres ya creían que no tenían edad para procrear. A su madre le dió un poco de vergüenza tener que decírselo a los familiares y amigos, pero pasado el primer momento, su llegada supuso una gran alegría para toda la familia. Era despierta, siempre lo fue, y no tuvo demasiados problemas para ser, desde un principio, el eje y centro de la familia. Nunca le faltó de nada. Lo que su madre le podía negar se lo daba papá, y lo que éste no consentía se lo facilitaba un tío suyo soltero que había sido el padrino en el bautizo.
La llamaron Genoveva muy a pesar de sus abuelos maternos, que decían que ese no era un nombre como Dios manda, y que la tenían que haber puesto Eduvigis como su bisabuela. Coincidió que cuando cumplió los veinte, se prejubiló su padre y se produijo en la familia una contienda sutil entre los progenitores que rivalizaron en demostrar cual de los dos era más cariñoso con la pequeña, porque su madre, pensaba que como su hija se estaba haciendo mayor no tardaría mucho en casarse. El caso es que se afanaron ambos en dedicar todo el tiempo a preocuparse por el estado de su pequeña. Esta nueva situación le trajo nuevos privilegios, aunque también algunos pequeños inconvenientes, porque, confesaba a sus amigas, le resultaban agobiantes tantas muestras de cariño.
Y la verdad es que Genoveva era un cielo de niña. Era cariñosa, sacaba muy buenas notas, no tenía malas compañías y, sobre todo, ella no era la mala compañía para sus amigas. Sólo tenía un pequeño defectillo, que su madre no llegaba a considerar como tal. Cuando algo le salía mal, algo le contrariaba, algo no se ajustaba a sus deseos, lo único que le calmaba era comprarse cosas. Había simultaneando los estudios con el trabajo y se sacaba unos mil eurillo al mes en una agencia de viajes, en la que sólo trabajaba por las tardes. Y como su madre le había dicho que gracias a Dios, en casa no necesitaban su dinero para vivir, ella se encargaba de de ir despilfarrando todo el sueldo en trapitos, abalorios, calzado, etc. etc, pero ¡eso sí! todo muy baratito. ¡Nada le costaba más de diez euros!
Y voy a tener que terminar el cuento así. Porque no sé lo que ocurrirá en el futuro. La crisis, hasta ahora, no la está notando y como todavía es joven no ha pensado en casarse aunque ya tiene novio. (Cuando regaña con él es cuando más cosas compra)
Pienso que es mejor que cada uno de vosotros ponga el final que más le guste. Así trabajáis un poco, que no voy a ponerlo, yo, todo.
Nota: Soñar con visas oro y tiendas “duty free” es más peligroso, muchos más, que soñar con una caja de cerillas y un bidón de gasolina ¡Dónde va a dar!
Otras nota: Cualquier parecido con la realidad no tiene que ser, necesariamente, una coincidencia, porque hay, actualmente, muchas “Genovevas” y muchos "Genovevos" que desconocen lo que es renunciar a lo más mínimo... y eso les crea unas frustraciones tremendas... ¡Porbrecitas y pobrecitos!