“Entonces, cuando la vida cotidiana se reducía a trabajar y trabajar, cuando durante todo el año apenas si nos podíamos permitir algún capricho, eran las fiestas los únicos paréntesis festivos que podíamos disfrutar.
Las fiestas eran un oasis en nuestras vidas. Las fiestas era el tiempo de un descanso obligado y las fiestas eran las fechas en las que muchos de los que habían tenido que emigrar del pueblo, volvían para ver a sus familiares y para asistir a la procesión de San Roque; porque en Chinchón, aunque no se creyese en Dios, todos creíamos en San Roque”.
de “Chinchón en la Posguerra” de Manuel Carrasco.
Cuando en Chinchón se habla de fiestas, nos estamos refiriendo a las Fiestas de Nuestros Patronos, La Virgen de Gracia y San Roque, que se celebran los días 15 y 16 de Agosto.
En los años de la posguerra estas fiestas tenían una importancia que ahora no es fácil calibrar.
Entonces, cuando la vida cotidiana se reducía a trabajar y trabajar, cuando durante todo el año apenas si nos podíamos permitir algún capricho, eran las fiestas los únicos paréntesis festivos que podíamos disfrutar.
Bien es verdad que también estaban las Fiestas de Navidad, estaba la Semana Santa, estaban las fiestas de Santiago y de la Virgen del Rosario que antiguamente tuvieron hasta más importancia que las de San Roque, pero éstas llegaban cuando ya se habían terminado las labores de la recolección y cuando hacía buen tiempo para alargar los días y participar en todos los actos que se organizaban.
En la antigüedad, siglos atrás, estas fiestas coincidían con la feria de ganados, pero a mediados del siglo XX, la única reminiscencia de aquellas ferias eran las fiestas con toros.
Durante mucho tiempo, y en la época de que nos ocupamos, las fiestas se centraban entre los días 14 y 18 del mes de Agosto. Fue después, cuando ya la esencia de las fiestas se perdía, cuando se fueron ampliando las fechas y los actos, sobre todo los encierros, desproporcionadamente.
El primer día, por la noche se celebraba la pólvora en la Plaza Mayor, amenizada por los músicos, que entre castillo y castillo de fuego, interpretaban las canciones de moda para que los mozos bailasen en la arena de la plaza.
Previamente, a la caída de la tarde se había encendido el alumbrado festivo que consistía en una hilera de bombillas que recorría el centro de la calle de la Iglesia, la calle Grande y la calle de los Huertos. La plaza se iluminaba también con varias bombillas más gordas que atravesaban el ruedo colgadas de gruesos alambres. (Esta iluminación se inició en el año 1898, en que llegó la electricidad a Chinchón). A las doce en punto del mediodía se habían lanzado las "bombas reales" - lanzamiento de cohetes y tracas - como anuncio del inicio de las Fiestas.
El día 15, Festividad de la Virgen de Gracia, había funciones religiosas y procesión por la tarde en la que se trasladaba la Imagen de la Virgen hasta la Ermita de San Roque. El 16, día del Santo Patrón, por la mañana, se trasladaba la Imagen de San Roque, acompañada por la de la Virgen hasta la Parroquia. Era la procesión llamada de los pobres. Al mediodía se celebraba la solemne Misa Mayor, que siempre tenía una gran concurrencia. Por la tarde tenía lugar el encierro de los toros de la corrida del día siguiente. Aunque se iniciaba muy temprano, a eso de las cuatro de la tarde, había veces que no se habían encerrado los toros a la hora de la procesión, que en ocasiones tenía que empezar bien entrada la noche. Esta era la procesión llamada de los ricos, porque todos los asistentes lucían sus mejores galas, y en la que la imagen del Santo volvía a su Ermita, acompañada por la mayoría de los vecinos de Chinchón y de los que venían de fuera para asistir a la procesión.
El día 17 era el día de los toros. Por la mañana se soltaba el "toro del aguardiente" y a las doce se "hacía la prueba" de los toros que se iban a lidiar por la tarde. Se soltaban uno o dos toros de la lidia que era corrido por los mozos en una capea, sin tener en cuenta el peligro que esta práctica podía tener para los toreros en la corrida de la tarde. En realidad la corrida era una novillada sin picadores en la que alternaban jóvenes aspirantes a toreros y lo verdaderamente importante eran las capeas en las que se corrían toros de gran tamaño y en las que los mozos del lugar competían con los maletillas que llegaban con la esperanza de dar unos pases que les abriesen las puertas de la fama.
en la que se subastaban los regalos que se habían hecho al Santo; ristras de ajos, embutidos, vino, dulces y anís. Durante la almoneda se obsequiaba con limonada a todos los asistentes que podían participar en la subasta o divertirse con las ocurrencias de los "animadores" que incitaban con gracejo a subir las pujas. Desde aquí queremos dejar un cariñoso recuerdo para el "Pregonero", "Machaco" y "El Pajero" que, durante casi un siglo, colaboraron en este menester.
Aparte de los actos "oficiales" que se han reseñado, durante las fiestas había "grandes bailes de sociedad" en los salones del "Duende", en baile de “Las Cañas”, y también en el baile del Alamillo primero y de "Finuras" después, que alcanzó una gran aceptación en los años cincuenta y sesenta en lo que se llamó "baile del vermú" que tenía lugar al mediodía y donde se ponía a prueba a los mozos, que poco acostumbrados a los trajes y las corbatas, sufrían estoicamente los rigores del calor del pleno mes de agosto de Chinchón, por aprovechar una de las pocas oportunidades que se les ofrecía de bailar con la moza a la que querían pretender.
Las fiestas eran días en los que en todas las casas se recibían a los huéspedes. En realidad, los huéspedes eran familiares que vivían fuera y que volvían una vez al año para acompañar a San Roque en su procesión y ver a los padres y a los hermanos. En estas fechas se encentaba el jamón de la matanza y se sacrificaba uno de los mejores gallos del corral, porque en Chinchón, y en aquellas épocas, era proverbial la buena acogida que se daba a los forasteros, aunque fuesen de la familia.
En las fiestas, para las misas y sobre todo para las procesiones se reservaban los mejores trajes; los de quintos, los de novios o lo de las bodas, porque era impensable acudir a los actos oficiales sin vestir como requería la costumbre y la etiqueta establecida.
En las fiestas se solía conseguir la primera autorización de los padres para poder no ir a dormir por la noche; para después del baile, tomar una copita de anís, bajar a la misa de las Clarisas y después ir al encierro.
Porque, sin ninguna duda, los actos de mayor asistencia eran los encierros. La celebración de encierros en Chinchón es una tradición que se ha mantenido en el tiempo. En épocas en que estuvieron totalmente prohibidos, Chinchón, junto con Pamplona, Sepúlveda, San Sebastián de los Reyes, y pocos más eran las excepciones que confirmaban la regla.
En aquella época el encierro se hacía a las cuatro de la tarde del día del Patrón. Los toros que se iban a lidiar al día siguiente se traían andando desde la dehesa, acompañados por los mayorales a caballo. El día antes llegaban al Valle, y allí permanecían hasta el día del encierro por la mañana, que llegaban hasta la Fuente Pata, donde esperaban hasta la hora del inicio. Los mozos se iban uniendo a la manada, guardando las distancias, aunque los toros en el campo eran menos peligrosos.
Desde dos horas antes del encierro los mozos a pié y los señoritos a caballo, iban tomando posiciones para correr el encierro. Ese día, además de los cuatro toros de muerte de la novillada del día siguiente, traían dos toros de capea y cinco bueyes.
La calle de los Huertos repleta de gente que se apartaba al paso de toros y caballos mientras el infernal griterío en la Plaza acogía la llegada a la Puerta de la Villa en la que se formaba un tumulto de hombres, toros y caballos, de un colorido y una plasticidad inenarrable
Una diferencia importante era la forma que entonces había de recortar a los toros. En la actualidad se ha mejorado mucho esta técnica y los que lo practican han alcanzado casi la profesionalidad. Ahora se cita al toro de frente y se le hace un quiebro o se le recorta por la cara. Entonces, el mozo entraba al toro por detrás para cogerle desprevenido; después, si el toro se arrancaba, era cuestión de correr en zigzag, porque si corrían en línea recta era fácil que no llegasen al tabloncillo, y entonces, sí que los gritos, sobre todo de las mujeres, alcanzaban su máximo volumen. Se recuerda al “Perla “y a Victoriano Moya, y a “Pachano” y a su compañero al que apodaban “Conejo” por su habilidad para escapar zigzagueando de la cara del toro; que estaban considerados como grandes recortadores que, entonces, alcanzaron el prestigio y la admiración, sobre todo de los niños, comparable con la que ahora puedan tener Sergio Delgado o Rozalén.
Más de uno de uno de nosotros sufrió la angustia de verse perseguido por un toro, en el encierro o en las capeas, hasta que los años, la novia o la sensatez nos desaconsejó estas peligrosas aficiones.