La visión de su inmenso cuerpo desnudo cambió para siempre mi concepto de belleza. Descubrí en ella un voluptuoso universo de curvas sinuosas que despertaron mi dormida sensualidad. Su piel era blanca y sedosa; al contacto con mis dedos parecía derretirse y se hacía meliflua hasta difuminar todos los contornos de su cuerpo. Nunca tomaba el sol y olía a mantequilla y a lavanda. Toda ella era un gran pastel de nata y de merengue, y su boca tenía el sabor dulzón de la melaza y de la menta. Cuando me abrazó, mi cuerpo desapareció como engullido por su boca sensual con labios de frambuesa y apenas si podía soportar el peso de su lascivia.
Sus pechos, majestuosos zepelines sonrosados, al sentir mi contacto, fueron adquiriendo una turgente e inimaginable consistencia; sus pezones, hitos erguidos y redondeados, se tornaron agresivos cuando sintieron el calor de mis labios. Los firmes amarraderos de sus brazos me sujetaron a su cintura para impedir que mi barca pudiera huir hacia otros puertos; las columnas de sus piernas se abrieron para mostrarme el friso de su palpitante intimidad. La playa de su vientre, azotada por las olas salvajes de una pleamar de ansias incontroladas, me invitó a tenderme sobre ella y me animó a explorar el bosque tenebroso que custodiaba la cueva de su pasión todavía virgen.
Anduve errante durante horas por los profundos valles y las turgentes montañas de su cuerpo que descansaba indolente sobre las sábanas de satén que había estrenado para mí. Abandonado en una etérea nube de perfumes, hasta ahora desconocidos, perdí la noción del tiempo. A lo lejos me parecía oir el rumor del mar, pero no era mas que el jadeo acompasado de su placer que se hacía mas vehemente cuanto más me acercaba a la profundidad de su deseo. Cuando la esencia de mi lujuria la inundó, dejó escapar un quejido que más parecía una postrera súplica que ya no pude corresponder. Cuando nuestras mentes alcanzaron el pacífico limbo de ensoñaciones libidinosas, donde se duerme el deseo fue, poco a poco, liberando mi cuerpo que palpitaba trémulo no sé si de placer o de agotamiento.
Por si alguno lo había olvidado, hoy es el día de San Valentín, en el que los enamorados acostumbran a dedicarse poesías, hacerse carantoñas y, algunos incluso, hacerse regalos.
Sus pechos, majestuosos zepelines sonrosados, al sentir mi contacto, fueron adquiriendo una turgente e inimaginable consistencia; sus pezones, hitos erguidos y redondeados, se tornaron agresivos cuando sintieron el calor de mis labios. Los firmes amarraderos de sus brazos me sujetaron a su cintura para impedir que mi barca pudiera huir hacia otros puertos; las columnas de sus piernas se abrieron para mostrarme el friso de su palpitante intimidad. La playa de su vientre, azotada por las olas salvajes de una pleamar de ansias incontroladas, me invitó a tenderme sobre ella y me animó a explorar el bosque tenebroso que custodiaba la cueva de su pasión todavía virgen.
Anduve errante durante horas por los profundos valles y las turgentes montañas de su cuerpo que descansaba indolente sobre las sábanas de satén que había estrenado para mí. Abandonado en una etérea nube de perfumes, hasta ahora desconocidos, perdí la noción del tiempo. A lo lejos me parecía oir el rumor del mar, pero no era mas que el jadeo acompasado de su placer que se hacía mas vehemente cuanto más me acercaba a la profundidad de su deseo. Cuando la esencia de mi lujuria la inundó, dejó escapar un quejido que más parecía una postrera súplica que ya no pude corresponder. Cuando nuestras mentes alcanzaron el pacífico limbo de ensoñaciones libidinosas, donde se duerme el deseo fue, poco a poco, liberando mi cuerpo que palpitaba trémulo no sé si de placer o de agotamiento.
Me dijo que había sido una experiencia inolvidable. Yo supe que la tendría que olvidar, si no quería sucumbir abrumado bajo el peso de este nuevo amor.
Por si alguno lo había olvidado, hoy es el día de San Valentín, en el que los enamorados acostumbran a dedicarse poesías, hacerse carantoñas y, algunos incluso, hacerse regalos.
¡Hay gente "pa" "to".
Nota: No hace falta decir que los cuadros son de Fernando Botero.