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viernes, 12 de junio de 2015

MANUEL CARRASCO, FINALISTA EN EL VII CONCURSO DE RELATOS 2015 DE LA FUNDACIÓN "LA CAIXA" Y R.N.E.


El relato "Y el ganador es..." de Manuel Carrasco Moreno, ha sido seleccionado como uno de los 15 finalistas, entre los 1384 participantes en el VII Concurso de Relatos para personas mayores 2015, que convoca anualmente la Fundación Caixa en colaboración con Radio Nacional de España.
Es la tercera ocasión que Manuel Carrasco consigue esta distinción.
La entrega de premios y la proclamación del ganador tendrá ligar en Caixa Forum de Zaragoza, a las 11 horas del próximo día 18 de junio.


miércoles, 4 de marzo de 2015

"NOS AMAREMOS EN LA ETERNIDAD"


UN RELATO DE Andrés Morales Rotger, ganador del XVII Premio Nacional de Cuentos de la Ciudad de Mula 2014.

"Leandra Luz asciende los cinco escalones del estrado, desplaza una pierna hacia atrás y la flexiona; atruenan los aplausos. Desde el centro de la tarima acepta elogios y distinciones en nombre de la poesía femenina de 1846. Del acto da testimonio gráfico un único daguerrotipo, tomado tras siete minutos de paciente exposición, entre cuyos sepias se percibe la tristeza de la poetisa galardonada y la solemne gravedad del presidente de la Academia, ambos con una copa de cava en la mano. No se guarda, sin embargo, constancia de lo acaecido durante la emotiva ceremonia ni del selecto vernissage que se ofreció a continuación. Ni a qué horas Leandra Luzdecidiera recogerse ni cómo fue que encontraron el cadáver de la poetisa en un campo de cruces y lápidas, ubicado a escasa distancia de la población.
De hecho ese mismo día, en la villa donde horas después tendría lugar la entrega de premios, cuando el sol apenas si penetraba los visillos del hotel, la romántica suite nos mostraba a una Leandra Luz desperezándose, con el cabello todavía enredado en la almohada. Nos mostraba el tapizado floral de un sillón de tocador y un corsé estrecho como un reloj de arena, dos zapatos de serpiente marina subidos a sus más íntimos pantaloncitos y, en la mesita de noche, algunos volados, encajes, bordados, cintas, plumas, lazos y un frasco de láudano que la miraba directamente a los ojos. Y en una esquina de la mesita, una nota: Sobre todo no me quieras.
A la poetisa le costó leerla. Un temblor nervioso agitaba sus manos. Cómo imaginar que la autora de las cinco palabras de la cuartilla era la misma persona que había consumido con Leandra la larga fiebre de aquella noche. Imposible dar crédito a lo que leía. Leandra la conocía bien. Después de todo, entre las dos habían incendiado a escondidas las noches de aquel año. Una tras otra desde que la autora de la nota le manifestara que no había venido al mundo para nadie en concreto, y que era absolutamente libre para irse a vivir con quien más le conviniera, hombre o mujer.
Fue su pupila predilecta. Desde el momento en que se presentó en la escuela y pidió que la acogiera junto a las otras muchachas, la chica de la nota en la mesita de noche se convirtió en su favorita. Le bastó con improvisar un poema inacabado mientras bailaban en el aire sus cabellos, utilizando como espejo la sonrisa aprobatoria en la mirada de Luz. Y allí donde no fuera aceptada una ahijada secreta de Isabel II, en ese taller a cuyas conferencias acudía, según las crónicas románticas, lo más granado de la lírica en busca de emociones íntimas e inaccesibles ideales, ingresó la joven que un amanecer escribiría aquel brevísimo adiós en papel memorándum.
Y a partir de casi nada, Leandra Luz la fue inventando. La sueña, la viste, la destruye, la despierta, la rechaza, la reconstruye, la provoca, la retiene a su lado, le oprime una mano, le acerca un beso, le confía un secreto al oído: Antes de componer un solo verso, con la mente y el alma en blanco, has de poner a recitar el corazón y el claustro de tu sexo y hasta los hoyuelos de las corvas y de los tobillos, si fuese necesario. Era allá donde la muchacha del papel en la mesita debía buscar siempre, y ya vería cuán rápido la musa Erato se instalaba en ella y se le manifestaba con sus rimas. La musa siempre cumplía su parte. Y a partir de ahí, sirviéndose de aquellos secretísimos recursos, seguro que la alumna igualaba a la maestra antes de agotarse agosto. Tenía el don. Tan pronto declamaba un poema como improvisaba nuevos versos. Lea Luz supo que tenía ante sus ojos a la futura reina del romanticismo. A la próxima Flor Natural del Círculo de Poesía.


Un algo de absenta y unas gotas de láudano entusiasmaron a una aspirante que se hizo besar hasta saciarse plenamente. Se juraron de manos y boca no separarse nunca. A lo largo de aquel verano de 1846 se las vio juntas por diferentes escenarios, en escandalosa soledad a veces, ocasionalmente en calesa, acompañadas de mucama, dueña, lacayo y cochero. Bebieron agua de todos los ríos y ninguna era más dulce que otra. Caminaron en ropa de baño por la ribera, al amparo de un quitasol y su lánguida molicie, con el propósito de que el diablo no les hurtara la sombra. Se detienen, se arrodillan. A la joven que abandonaría el lecho para escribir una nota le apetece hacerse visible en un remanso, pero el cabello se echa a volar y le hurta su rostro al espejo del agua. Se zambulle entre dos rocas. Sale del regato, se tiende en la grama. Pide a Lea que le recorte la melena para ofrecerla al dios fluvial. En improvisados alejandrinos le suplica éxitos para su protectora en el universo literario. La corriente escucha la plegaria, recoge los mechones y sigue su camino.
—Lo hago por ti, Lea Luz —el cabello corto, mal peinado, en rizos húmedos y muy apretados—. Que el río arrastre mi sacrificio al mar
Dentro de la inmensa noche del último verano de Leandra Luz, el universo era una espaciosa cama de sábanas deshechas tras la incontrolada combustión de sus encuentros. Todo lo contrario acontecía durante las amables sombras del atardecer, cuando el universo se enfriaba entre pórticos antes que ambas mujeres hubieran acabado el té. Enormes mangas hinchadas, lazos suspendidos, los colores rosa de una doncella sonrojada. La chica que se levantaría temprano para garabatear una nota mantiene la taza en alto a la altura de los labios. En el centro de la plaza, una fuente con gorriones y cuatro caños soplan antojos románticos a oídos de la muchacha. El té todavía quema; pero ella cierra los ojos y se apresura a tragarlo.
—Llévame hasta ese campo de cruces y lápidas —la taza se deja llevar plácida hasta el plato. Pero ella no se deja; en ella hay una tristeza rebelde que se extiende frente a sus ojos como un velo de humo—. Quiero conocer dónde descansan los poetas suicidas.
Conozco un lugar; absolutamente romántico —a una señal del maestresala dos camareros se apresuran a retirar las sillas—. Tal vez otro día.
Seis días antes del fallo. Domingo tres de noviembre. En la villa donde se celebraba el certamen, una pareja enamorada recorre con audaz timidez el camino que circunda la tapia prohibida. Los dedos trabados de dos manos que caminan en dirección al camposanto de los suicidas. Acceden por una verja de forja negra. Es una extensión plana, sin colmenas de nichos, sin obra vertical, sin falsas bóvedas. Solamente vegetación espontánea. Sólo mil años de sepulturas, de mármol, de granito lamido por la lluvia, de urnas de barro. Los mil años de silencio desde la fundación de la villa; pero ningún ángel. Ninguna cruz. Tampoco hay perros yacentes, ni palomas ni espadas de fuego en el camposanto de los poetas románticos. Quedan, sí, la hierba salvaje, los cardos, las ortigas y los golpes de maza en algún lugar apartado. Golpes de maceta y cincel y el chirriar de grava por el camino que se abre paso entre tumbas.
Cesan los impactos. Al maestro tallista se le han caído las herramientas de la mano. Se revuelve visto y no visto. Tiene frente a él a dos ánimas; una de ellas cubierta y tocada con un velo de gasa blanca, y la segunda con la cara al descubierto y el cabello cortado a trasquilones, seguramente en penitencia por sus pecados en vida. Tose; escupe. Respira para desalojar el miedo y para vaciar los pulmones de ese polvo de roca que le abrasa la garganta. Al cabo de un instante de luz descomponiéndose a pedazos sobre el blanco hábito de las ánimas, la eternidad se evaporó de golpe y una voz de este lado del mundo le preguntó para quién tallaba la losa.


—Tiene dueño la piedra —le habla a través del velo, en uno tono inusualmente bajo, tal vez con la idea de que el artesano estaba hecho al gran silencio de la muerte.
—Aún no trae inscripción, señora. Pero la voy ajustando a la fosa; por adelantar mi labor —sostiene con pulso firme una gorra de visera contra el pecho. Como todos los valientes ha pasado mucho miedo—. Es una piedra que espera propietario.
—Déme precio —la dama más otoñal, absolutamente resuelta, con muchísima seguridad pintada en la boca—. Y labre la siguiente inscripción: 1990-2015; NOS AMAREMOS EN LA ETERNIDAD.
—Se me hace a mí que no la entendí bien, señora —le estallan los pulmones en un acceso de tos. Y le insiste a la dama en su confusión con las fechas, por si la voz se hubiera desvanecido con el espasmo—. Sin ofender; pero pienso yo que se equivoca: ¿dijo usted dos mil o mil ochocientos?
Sí, la fecha es correcta. El cantero había entendido bien. Leandra decide apartarse de un sol que ya comienza a molestar. Y no; a Leandra no se le había olvidado el nombre de la persona desaparecida. Sencillamente: no hay ningún nombre que grabar. Nadie se ha inmolado recientemente en el campo de los poetas. NOS AMAREMOS EN LA ETERNIDAD reúne unos poemas dedicados a una joven no nacida aún. Un lema, un título. Poesías en cuyos versos vive Leandra Luz antes que la desconocida joven viva. Por eso ha decidido grabar la leyenda del poemario en una losa sepulcral, para conservar durante siglo y medio el recuerdo de sus rimas a buen recaudo.
El tallador queda a solas con el encargo y la compañía pura y grande del sol. Una losa para el año dos mil. Se calza la gorra de visera con ánimo de reanudar el trabajo. Un billete para la vida eterna a nombre de alguien que aún no ha nacido. Toma la maza y descarga un golpe sin convicción. Cuyos abuelos ni siquiera han nacido aún. Sacude la cabeza brevemente y deja caer un segundo golpe, contundente.
—¿Y esa cara? —El inocente enfado de la joven le golpea duro a Leandra en el pecho. Uno más de los silencios con que tan a menudo maltrataba a la maestra. Por lo normal, la chica que echará a correr después de escribir un mensaje se maneja muy mal con los celos. Se niega a enfrentarse a los ojos de su mentora. Todo por otra mujer. No entiende que una extraña de otro siglo le inspire a nadie un manuscrito ganador. Desea llorar hasta el cansancio; disfrutar de la excitación del llanto hasta que se le hinchen los párpados. Y que cuando deje de llorar se reencuentren en la moqueta del hotel, sonriendo de afecto y de ternura y sin el escozor que la atormenta desde la conversación con el marmolista. Que arrastra consigo en ese lugar de la mente donde nunca cicatrizan las quemaduras.
Sobre la moqueta de la habitación reposa un quitasol de mango de marfil y ocho varillas, en cuya cubierta de algodón destacan pálidos motivos florales, acordes con el traje de Leandra. Sobre el silloncito del tocador, las livianas transparencias del vestido y, bajo un embozo de percal blanco, el cuerpo de la escritora enredado a las sábanas, el cabello hacia uno y otro lado de la almohada, pezón sucinto y finísimo vello en el pubis. Un cuerpo suplicante que solicita tregua. Aun así, la muchacha del papel en la mesita tarda en responder a la voz del sexo. No comprende, no le cabe en el alma que haya tantas variedades de amor como de rimas.
—No me mires de ese modo —a Leandra Luz le toma tiempo orientarse en la luz. Hoy no consigue ver más allá de algunos destellos rotos y un rastro de tristeza en las pupilas de su protegida—. Aún sabes muy poco del amor —de lado, sobre un codo, entreabriendo ligeramente el embozo del cobertor—; ven, acuéstate.
Una y otra bajo el cachemir de una única colcha, centímetro de piel contra centímetro de piel. Descubrirla pegada a su lado es prueba concluyente de entrega. Con ella a lo largo de su cuerpo; las cabezas muy próximas sobre la almohada. Pero pronto Leandra descubre que se engaña. La muchacha le hurta la mirada, finge que no la ha rozado. No serán suficientes unos labios que esperan abiertos. Ningún aprecio; juega, sí, con su pelo trasquilado. Se limita a dejarse hacer sin entrega, venciendo beso a beso la tentación de ceder. No se abandonará mientras Leandra Luz persista en su descabellada fantasía. Ambas piernas encogidas bajo el percal de las sábanas, la mano indiferente entre los muslos, y un encarnizado empeño por despedazar cualquier manifestación de afecto. Prolongará su amnesia emocional mientras ella, Leandra Luz, no la reconozca como única y genuina musa de su poemario. Imperturbable.
Se levanta sin despeinarse. Una noche más sin que la maestra haya cambiado de opinión. Una noche más sin que la joven de la cuartilla y el portaplumas claudique. Abandonada al placer de ver cómo Lea Luz no se cansa de recorrer su cuerpo; absolutamente pasiva. Expectante. La última noche. Las rimas que creyera suyas son ahora de una desconocida encerrada bajo las losas del tiempo. De acuerdo, pues. Lo mejor es borrar el amor con un beso mudo, perdido en el aire. Y como ningún beso es eterno, que se quede Leandra con su reata de rimas. Para toda la eternidad.
Una última mirada al espejo. El cabello corto había sobrevivido bien al sueño. Tal vez descubra un rictus amargo en el rostro, pero ningún rastro de los efectos secundarios de las lágrimas. Con pasos de convaleciente postoperatoria, se planta en la puerta y pone medio pie en el pasillo. Pero al instante rectifica. Busca con los ojos algo con qué escribir y cruza el dormitorio. En el buró halla papel con el timbre del hotel y un tintero de vidrio soplado. Junto al recipiente de los polvos secantes hay espacio suficiente para dos plumas de cisne. Levanta el cálamo y, tras un primer ir y venir del papel al tintero y del tintero al papel, la muchacha toma conciencia de ese miedo que husmea los finales de una relación. El ángel de Leandra mira a su mentora fijamente; durante un minuto entero. Vacila. Regresa del tintero y traza sobre el papel unas pocas letras, picudas como púas de rosal.
Sobre todo no me quieras.
Planta cara a la hoja y la embarra con el asco de amarla tanto aún. Ya no me quieras más. Dobla el billete en cuatro y lo coloca sobre la mesa de luz, bajo el frasco de láudano. Y en la mitad de medio segundo abandona ese espacio frío que queda al despedirse. El sonido de la puerta al cerrarse y el resto de un perfume carísimo sobresaltó a Leandra Luz. No puedo seguir contigo. A su lado el hueco que ella había dejado y la lentitud del primer sol arrastrándose por el cachemir. La vida no es sino una separación tras otra.
Leandra Luz no le hace el menor aprecio al papelito bajo el frasco. A esa nota entre la palmatoria, el collar, su diario personal, una arquita con arsénico y el gorro de dormir de la alumna ausente. Suave indiferencia. Hacia ese billete sumergido entre múltiples volados, encajes, cintas, bordados, plumas, lazos y el frasco del maldito láudano que la miraba directamente a los ojos. Despreocupada tibieza. Es más, nada de lo que pudiera escribirle la sorprendería. Lo esperaba. Temía y deseaba ese momento. Y porque deseaba liberarla del chantaje del amor, Leandra la había empujado suavemente fuera de su cama.
Lo prioritario ahora es extender polvos de arroz para rebajar el tono de las mejillas. Olvidarse de la nota. Una línea oscura alrededor de los párpados y remarcar de azul las ojeras, para alcanzar ese aspecto ideal de mujer enferma. Ni una triste mirada al billetito. Rojo intenso para perfilar los labios, en forma de corazón. E ingerir un poco de arsénico a fin de que la piel se muestre extremadamente translúcida esta noche de premios, que quede patente el azul de las pequeñas venas.
Leandra Luz da un paso atrás con intención de echarle una mirada de satisfacción al espejo. Que la ayuda de cámara del hotel dejara el corsé como el cuello de un reloj de arena, para pronunciar más el escote. Satisfecha, se ahueca las enaguas y se acomoda los pechos. Desciende las escaleras, se adorna con el desbordante silencio del hall y toma asiento en la oscuridad del coche que la aleja de las ciento una bujías de gas del hotel. Se acomoda en el coche de punto y ordena ir al salón de plenos de la ciudad, resignada a recoger ese galardón literario que le franqueará el camino hacia la nada. Un último reconocimiento que le permita falsificar el futuro.
Escoltada por una ama de confianza, entra a la platea y ocupa un escaño preferente en la fila cero. Por vez primera en mucho tiempo no halla en el apoyabrazos la mano que antes siempre encontraba. A su lado no se encuentra ya la media melena, la media sonrisa, las medias palabras, la media mirada a medio camino entre la desazón peor simulada y el entusiasmo más espontáneo. Cuando Leandra Luz oye que aclaman su nombre pensaba aún en la joven de la nota; si bien como alguien o algo absolutamente gastado o ausente, como ocurre cuando acaba por acabarse la noche, la voluntad de vivir o el celo de las gatas.
La sala corea el nombre de Luz y ella se encamina al encerado, asciende los cinco escalones, desplaza una pierna hacia atrás y la flexiona. Atruenan los aplausos. Desde el centro de la tarima, acepta elogios y distinciones en nombre de la poesía femenina de 1846 y de su recopilatorio de poemas NOS AMAREMOS EN LA ETERNIDAD, dedicado a mis amores de otros siglos. Del acto da testimonio gráfico un único daguerrotipo, tomado tras siete minutos de paciente exposición, entre cuyos sepias se percibe la tristeza de la poetisa galardonada y la solemne gravedad del presidente de la Academia, ambos con una copa de cava en la mano.
Al cabo de dos copas de dorado cava, la poetisa premiada abandonaba la selecta recepción huyendo de su dama de compañía, de los compañeros académicos, de la lírica romántica y del carnaval de vanidades en que se había convertido el vernissage. Y tras un corto trayecto en calesa, Leandra Luz se apeaba en un campo de cruces y lápidas, ubicado a escasa distancia de la población. Ha despedido al cochero que la trasladara del consistorio hasta el campo de los poetas, con instrucciones de no regresar por ella y recomendando discreción por debajo de treinta céntimos de escudo. Desde este momento ya no era ni poetisa romántica ni avanzada periodista ni incandescente mujer de vanguardia. Lea Luz era sólo un par de zapatos poco hechos a caminar por entre hierbas salvajes, cardos, ortigas y el chirriar de la grava. Una mujer en la madrugada silenciosa del cementerio, al pie de una losa anónima perdida en un futuro aún por catalogar.
Leandra Luz avanza la mano y la desliza por la piedra. NOS AMAREMOS EN LA ETERNIDAD. Resigue con dedos emocionados el latido de los trazos en la losa. Junto a ella, un ridículo bolso de mano decorado en plata dorada, en cuyo interior guarda una llave, algunos reales y céntimos de escudo, y esos medicamentos que le permiten superar el día a día sin morir totalmente. Se abandona echando hacia atrás el cuello, el cabello descolgado sobre los hombros. Abre los ojos. La luna es un disco de luto blanco. En la mano, el frasco abierto de láudano o tal vez la arquita cuyo arsénico se administraba para alcanzar una palidez casi lunar. La poetisa recién galardonada aprieta con fuerza el frasco y lo acerca lento a los labios. No precisamente para morir, sino para dormir la locura de ciento cincuenta años sin pensar en nadie. Para morir tiene una arquita de madera de laurel, enrasada de arsénico. Hay un lugar impredecible entre la razón y la imaginación, poco antes del largo camino que conduce a la nada. Y Leandra Luz toma conciencia del miedo, justo en el instante que penetra en esa primera fase de suspensión vital. Justo en el momento que comienza a amanecer sobre la lápida. Lo anuncia el canto del gorrión y el frío muerto de la aurora."

jueves, 29 de mayo de 2014

IRENE COMENDADOR, OTRA ESCRITORA DE CHINCHÓN.


También con motivo de la Feria del libro en Chinchón, se dio a conocer de manera oficial otra escritora, también paisana nuestra: IRENE COMENDADOR.


Irene, además de escribir relatos de temas diversos, edita un blog que ha titulado:
"IRENE COMENDADOR", que puedes encontrar en este enlace:


Ella lo presenta así:
BIENVENIDOS
Hola a tod@s y gracias por visitar mi humilde página, espero que os guste.
Aquí publicaré mis escritos, pensamientos y toda clase de lecturas relacionadas con la literatura. Admito todo tipo de comentarios y sugerencias, por supuesto siempre con respeto.
IMPORTANTE:
*Lo publicado aquí es ficción y de mi autoría.
*Yo no reseño libros, hago únicamente recomendaciones personales.

Allí nos cuenta los libros que tiene publicados:
E

Y nos invita a leer su ultimo libro de relatos eróticos:


Pero es mejor que entréis directamente en el blog para conocer todos los detalles que ella misma nos cuenta.
Desde "El Eremita" mi bienvenida y mi deseo de muchos éxitos.

jueves, 22 de mayo de 2014

"EL OTRO SENTIDO DE LA VIDA" un relato de MIGUEL MANQUILLO GARCÍA.


Con motivo de la Feria del Libro celebrada en Chinchón el pasado fin de semana, nos enteramos de la publicación de un extenso relato titulado "El otro sentido de la vida" del que es autor nuestro paisano Miguel Manquillo García.

"El otro sentido de la vida" es un relato de Andrés García, vecino de Chinchón. El protagonista se convierte en narrador de su propia historia, en la que relata los entresijos y vicisitudes de su trayectoria vital. Como telón de fondo se encuentran los acontecimientos históricos de la época en España; tales como la Guerra de la Independencia y las Guerras Carlistas. Entretanto, impulsado por los hechos que van marcando su vida, Andrés trata de encontrar la explicación a su existencia, lo que él denomina “el sentido de la vida”.

Publicado por Editorial: ARTGERUST.COM en este mismo año, se puede conseguir en papel y como libro electrónico.,
Nuestra felicitación al autor, deseándole mucho éxito en su andanza literaria.

Nota. Ya está incluido en el apartado de "CHINCHÓN ESTÁ EN LOS LIBROS" de este blog.

viernes, 18 de abril de 2014

NOS QUEDAN "CIEN AÑOS DE SOLEDAD"



HA MUERTO GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ.

El escritor colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura en 1982, ha fallecido a los 87 años de edad en su casa de Ciudad de México.


«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.» 


PRIMERA EDICION EDITORIAL. Publicado Por Hyspamerica, En Buenos Aires, 1982. Tapas Duras, Simil Piel, Con Dorados. 

sábado, 1 de marzo de 2014

"YO SOY EL QUE SOY"

Aunque prefiero siempre publicar originales, tanto en textos como en fotografía, hay veces que leo algo o veo fotos que me hubiera gustado escribirlo o haberlas hecho yo. Por eso, de vez en cuando, os dejo algunos textos que leo y que me parecen interesantes. Esto es lo que me pasó el pasado viernes, cuando leí este artículo de Juan José Millás que, como siempre, nos deja una visión diferente e interesante de una noticia que ya había sido tratada por la mayoría de los medios de comunicación.


JUAN JOSÉ MILLÁS, 21 FEB 2014 en El País.


Si hemos entendido bien el anuncio lanzado estos días por Coca-Cola a toda página, resulta que Coca-Cola no es Coca-Cola, de ahí que carezca de responsabilidades en los despidos que Coca-Cola pretendía llevar a cabo en algunas de sus plantas embotelladoras. Jamás se nos pasó por la cabeza, la verdad, que Coca-Cola no fuera Coca-Cola. Nunca el capitalismo indefinido se había expresado con esta claridad. Pero tal es el quid de la cuestión. Las grandes marcas, sin dejar de ser ellas, podrán no serlo en el futuro cuando las circunstancias así lo requieran. Es como si yo, que soy Juan José Millás, dejara de serlo cuando me pillaran atracando una mercería. Tras la acusación policial, lanzaría un comunicado de siete u ocho puntos explicando a la opinión pública que Juan José Millás no es Juan José Millás. Pidan ustedes responsabilidades por el atraco a la planta embotelladora de Juan José Millás.


Ahora bien, mucho me temo que esta nueva modalidad de existencia consistente en ser y no ser al mismo tiempo quedará reservada para las grandes fortunas. Las clases medias no dispondremos de medios para el alquiler de avatares que nos hagan el trabajo sucio. Si usted necesita romper con su cónyuge tendrá que hacerlo sin intermediarios. No le será posible ser sustituido por una planta embotelladora contratada para estos fines. No podrá solicitar el divorcio asegurando que usted, Francisco López García, por poner un ejemplo, no es Francisco López García en el momento de la ruptura. “Yo soy el que soy”, le dijo Dios a Moisés. Esta frase posee una carga semántica de tal naturaleza que ha recorrido los siglos siendo objeto de multitud de interpretaciones. Nadie había sido capaz de superarla. Nadie, excepto Coca-Cola, que al decir “Yo soy la que no soy”, ha colocado el listón en un lugar imposible de superar incluso para Dios.



sábado, 25 de enero de 2014

JUAN GELMAN: VERSOS CONTRA LA DICTADURA.

A Juan Gelman le entregaron el Premio Cervantes en  Alcalá de Henares, 23 de abril de 2008.



  • Juan Gelman
    Poeta

  • Publicó más de veinte libros de poesía entre 1956 y su muerte a principios de 2014. Gelman recibió el Premio Cervantes en 2007, el más importante de la literatura española.Wikipedia 

  • Nacido : 03 de mayo 1930, Buenos Aires, Argentina

  • Murió : 14 de enero 2014
  • martes, 5 de noviembre de 2013

    "1898-1965: TIEMPOS DE AMARGURA". LA VERSIÓN ÍNTEGRA (SIN CENSURA) DE "LOS VELOS DE LA MEMORIA"

    ¡¡SE PUBLICA LA "NUEVA" NOVELA 
    DE MANUEL CARRASCO!!
    - en formato digital -
    "1898-1965: TIEMPOS DE AMARGURAS"

    Hoy quiero compartir con todos vosotros esta nueva versión íntegra y sin censura de "Los Velos de la Memoria".




    "1898-1965 TIEMPOS DE AMARGURAS" 
    Es la apasionante historia de dos mujeres: doña Margara y la Rosa. Dos mujeres que nunca llegaron a cruzarse, pero que vivieron siempre unidas por un hombre despótico, egoísta e inmoral y por tiempos de amargura, de violencia, de venganzas y dolor.
    Desde finales del siglo XIX a mediados del XX nos muestra la sociedad de una España fracturada y de un pueblo recóndito en el que se vivían todas las vicisitudes de unos tiempos difíciles para casi todos.
    La podéis leer pinchando en la portada que está entre "Mis  libros de ficción" o a través de este enlace:


    Dice el prólogo:

    Esta novela que el autor ha titulado ”Tiempos de amarguras ” es realmente la compilación de las dos novelas de “Los velos de la Memoria” que en su primera parte tenía el subtítulo de “Historia del Solar” y en su segunda “El Amo”. Había pensado el autor hacer una tercera entrega que titularía “La heredera”, pero siguiendo las sugerencias de algunos lectores, decidió reescribir las dos primeras partes de la trilogía y la parte que ya tenía escrita de la tercera para formar una sola novela.

    Cuando he leído esta “nueva” novela me ha parecido otra diferente. Contada la historia desde una perspectiva cronológica, los personajes adquieren una nueva dimensión y las protagonistas de las dos partes anteriores mantienen un enfrentamiento que se hace mucho más patente, mas real, y mucho más sugerente.
    Pero es mejor que cada uno de los lectores hagáis vuestra propia valoración, porque siempre habrá tantas historias como lectores, porque el lector, a la postre, es el que conforma la historia que ha ideado el autor.
    Yo espero que os guste.

    miércoles, 26 de junio de 2013

    CUESTIÓN DE GUSTOS. Un relato de LUIS PANIELLO.

    Luis Paniello, barcelonés nacido en 1949, es licenciado en Filología Hispánica, sección Lengua Española. Trabajó, desde el año 1970 hasta el 2007, en Radio Nacional de España, donde fue guionista de los programas 'Estudio en blanco', 'Caravana de amigos' y 'Pista cuatro'. Adaptó varias novelas para su emisión dramática radiofónica. Fue finalista en el primer concurso de guiones dramáticos originales para la radio Margarita Xirgú, con su original 'Aula siete'.
    Ha seguido cursos de Introducción a la narrativa, con Mar Tomás, Corrección y mejora de textos, con Helen Gilboy, Narrativa, con Pau Pérez, y Novela, con Rolando Sánchez Mejías, Mercedes Abad y Olga Merino, bajo cuya supervisión está revisando su segunda novela en una tutoría. Es autor de numerosos cuentos y relatos cortos, así como de dos novelas inéditas, habiendo sido premiado en varios concursos de relatos.
    Ha sido finalista en el V Concurso de Relatos para Mayores de la Caixa y RNE obteniendo un accesis con el relato titulado:
    CUESTIÓN DE GUSTOS.
    "No me gustaba ir a casa de los abuelos, porque cuando íbamos mamá me decía que me portara bien y que no tocase nada. A mí me daba miedo ese piso tan viejo, con muebles negros y cortinas oscuras, que olía mal, no como nuestra casa, en la que entraba el sol por todas las ventanas. Me aburría mucho sentado en una de esas sillas tan altas en las que los pies no me llegaban al suelo y que, cuando me ponía encima de rodillas, mamá me reñía y la abuela decía «Déjalo, mujer. Sólo es un niño». Me daba rabia que a July no le dijeran nada porque a las niñas las dejan hacer lo que quieren y más a mi hermana que sólo tiene cinco años y no es grande como yo, que ya tengo nueve y he hecho la primera comunión. Sólo me divertía cuando la abuela sacaba el álbum de las fotos y veía a mamá cuando era pequeña, con un vestido de flores y un lazo en la cabeza, y a los abuelos cuando se casaron. También me gustaba que el abuelo me dejara entrar en su despacho y sentarme en el sillón grande, que daba vueltas. Me moría de la risa y el abuelo, también.
    Antes sólo íbamos a la casa de los abuelos por Navidad o por el cumpleaños de la abuela y algún domingo cuando llovía o hacía frío y no salíamos con el coche a la autopista. Pero un día papá no fue a trabajar y fuimos a la casa de los abuelos sin ser domingo ni el cumpleaños de nadie. Me aburrí más que nunca porque los mayores estuvieron hablando entre ellos todo el tiempo y no me hicieron caso cuando les dije que quería volver a casa para jugar con la Play. «Lee el Mortadelo y estate calladito» me dijo mamá y me dio un beso, no sé por qué, y me pareció que había llorado. 


    Desde ese día papá venía a buscarnos a la salida del colegio y no volvimos a ver a Charo, la chica que nos recogía antes. A mí me gustó que viniera él porque así podía contarle lo que me había pasado en el colegio, no como antes, que se me olvidaba, y cuando me lo preguntaba por la noche yo no sabía qué decirle. Pero no me gustó que me desapuntaran de Tae Kwon Do. ¿Cómo me defendería de los malos cuando fuera policía?
    Tuve que enseñarle a papá cómo se preparaba la merienda, porque él no sabía, como Charo, y le puso Nocilla a July, que no le gusta, y a mí me cortó un trozo de pan demasiado grande. Tampoco me gustó que tenía que llevarme la comida al colegio, en un túper, y ya no iba al comedor. Tenía que comer aparte, con otros niños que no eran amigos míos, sin sentarme al lado de Iván y Raúl como antes. Los niños que se traían la comida eran de fuera y cuando se ponían a hablar entre ellos yo no los entendía. Le dije a mamá que me pesaba la mochila y que no tenía porqué llevarme la comida al colegio si en el comedor la ponían. Ella me dio un beso y me dijo que ya era mayor y tenía que ayudar a la familia como uno más. No sé por qué dijo eso.
    Peor fue cuando mamá también se quedó en casa, por algo del paro. Yo le pregunté: «¿Ya no trabajarás nunca más?». Y ella me abrazó y lloraba. No entendía por qué se ponía tan triste. Siempre había dicho que estaba harta de madrugar y que le gustaría quedarse en casa para levantarse tarde y cuando le habían dado eso del paro, como a papá, no le gustaba. Hay muchas cosas de los mayores que no entiendo. Por ejemplo, ¿por qué no compran pasteles todos los días en vez de acelgas, que están asquerosas? Tampoco entendía por qué estaban siempre tan serios los dos y se pasaban las horas hablando en el salón sin hacerme caso. Papá me riñó porque puse la tele para ver Madagascar, el DVD que me regalaron por mi cumple y que me gusta mucho, porque cuando sea mayor seré explorador y amaestraré a los animales de la selva. Él se puso muy serio y me dijo: «¿Es que no sabes estarte quieto un momento, por Dios?». Me asustó verlo tan enfadado, pero mamá le dijo: «Ten un poco de paciencia, cariño. Ellos también lo están pasando mal». No sé quién quería decir porque yo no lo pasaba mal. Bueno, sí. En el colegio a la hora del comedor, pero luego seguía jugando con Iván y Raúl en el patio y no pasaba nada.
    Lo malo fue que también me cambiaron de colegio, a mí y a July, la enana. Eso sí que me supo mal. ¿Por qué no podía seguir con mis amigos y la profesora que ya conocía? Mamá me dijo que no había más remedio porque mi colegio era muy caro y no tenían dinero. Yo le dije que fuera al banco, al cajero, como otras veces que yo los había visto, a ella y a papá, sacar dinero cuando salíamos a comprar o a pasar el domingo fuera. Pero mamá sonrió, me acarició el pelo y me dijo que cuando fuera mayor lo entendería. Eso me hizo enfadar: yo ya soy mayor para entender las cosas, no como July, que todavía no sabe ni ponerse los zapatos.
    El primer día que fui al colegio nuevo me pareció muy triste, porque mamá nos llevó a pie y no me lo pasé tan bien como en el autocar, en el que me sentaba detrás con Iván y Raúl y nos contábamos las aventuras de Phineas y Ferb o hablábamos de fútbol, menos veces, porque Iván es del Madrid, Raúl, del Atlético y yo del Barça y siempre acabábamos discutiendo. Al ir a pie, la mochila me pesaba, no como a July, que se la llevaba mamá. Venga decirme: «Date prisa que vamos a llegar tarde». Me enfadé con mamá porque cuando le pedí que me comprara un Bucanero me dijo que no, que ya me había puesto un bocadillo en la mochila para la hora del patio. Eso no me gustó nada porque antes me compraba Donuts y Tigretones y si se creía que iba a comer un bocadillo estaba lista. Me moriría de hambre por su culpa. Luego la verdad es que me lo comí, porque era de sobrasada, que me gusta, y tenía hambre, yo solo en el patio si ningún amigo.
    Los días siguientes fueron mejores porque me hice amigo de Yousef, el niño que se sentaba a mi lado en la clase, y él me presentó a sus amigos para que me dejaran jugar en su equipo. Me lo pasé bien y estuve a punto de marcar un gol y todos me dijeron que era un buen futbolista y que siempre querrían que jugara con ellos. En la clase me aburría porque en este colegio iban más atrasados que en el mío y cuando el profesor explicó lo de los triángulos yo ya lo sabía y no levanté la mano cuando preguntó si alguien sabía cuánto sumaban los ángulos porque me dio vergüenza.
    Luego llegó un día que vinieron a casa unos hombres muy serios, con unos papeles, y dijeron que teníamos que marcharnos, que la casa no era nuestra, que era del banco y papá tuvo que firmar no sé qué y mamá no paraba de llorar y July tampoco. A mí me dio mucha rabia que esos hombres vinieran a echarnos de nuestra casa, que no era de ellos ni tampoco del banco, que ya tiene una, yo la he visto, y no tenían porqué quitarnos la nuestra. Si yo hubiera sido mayor los habría sacado a puñetazos, como el Capitán América, y no sé por qué papá no les dio una patada y les dijo que se fueran a su casa y nos dejaran en la nuestra.


    Así fue como vinimos a vivir a la casa de los abuelos y yo me quedé sin mi habitación, porque tengo que dormir en la misma que la enana, que no para de tocar mis cromos de la Liga y deja sus asquerosas muñecas por todas partes. Los primeros días los mayores se pasaban todo el rato hablando de sus cosas y a mí no me importaba como antes, porque podía jugar con la Play en el cuarto o hacer enfadar a la renacuajo cuando me cansaba. Es tan tonta que se ponía a llorar cuando le arrancaba la cabeza a su muñeca pequeña, una rubia que ya la tenía desnuda y despeinada. Mamá entraba en la habitación y me decía: «¿Quieres parar de hacer rabiar a tu hermana? Parece mentira» y volvía a colocarle la cabeza a la muñeca, que es muy fácil. Yo entonces le decía a mamá: «¿Podemos ir a jugar al parque? Mamá me contestaba: «Ahora, no. Más tarde». Pero asomaba la cabeza el abuelo y decía: «Ya los llevo yo». Y mamá le contestaba: «Déjalos que son muy pesados y van a darte la lata». Entonces, el abuelo se ponía muy serio y le decía: «Hija mía, mis nietos nunca me dan la lata». Luego se volvía hacia nosotros y decía: «Venga. Vamos al parque».
    A mí me gusta mucho ir al parque con el abuelo porque siempre nos compra algo, unas chuches o un tebeo o las dos cosas. Además, con él jugamos a lo que queremos. Nos empuja en el columpio y nos deja trepar por el castillo pirata y no me riñe si caigo de culo por el tobogán y me mancho los pantalones. Él nos mira y nos saluda cuando lo miramos y no se enfada si me acerco para decirle que me mire cómo sé sostenerme en las paralelas, no como mamá, que cuando nos lleva al parque se pone a hablar con otra señora y no me hace caso.


    Cuando volvimos a casa mamá se echó las manos a la cabeza y dijo: «Pero, míralos cómo se han puesto. Si los había cambiado esta mañana» y nos envió a que nos laváramos para merendar. El abuelo sonrió y le dijo. «Déjalos que disfruten. Tiempo tendrán para enfrentarse a los problemas de la vida». Yo no sé qué problemas son esos porque sólo conozco los de las matemáticas, los del mínimo común múltiplo y todo eso, que son bastante difíciles. Deben de ser cosas de mayores, pero ya me enteraré cuando sea explorador en África o futbolista.
    Ahora ya me gusta estar en casa de los abuelos. Por eso cuando papá se marchó a trabajar a Alemania y mamá dijo que pronto podríamos irnos con él, porque allí ella también encontraría trabajo y la enana y yo iríamos a un buen colegio, yo le dije que no, que no quiero ir, que a mí me gusta el colegio nuevo, que soy amigo de Yousef y que me quedo con el abuelo".

    viernes, 17 de mayo de 2013

    PUBLICACIÓN DIGITAL DE "PAISAJES CON FIGURA"


    Durante el último mes he publicado una serie de artículos en este mismo blog, bajo el título genérico de "PAISAJES CON FIGURA"  en los que he intentado poner un poquito de humor asociando distintos paisajes de Chinchón con las figuras de animales, plantas e incluso con personajes famosos.
    Hoy quiero dejar en el mismo blog en el apartado "MIS LIBROS DE FICCIÓN", la recopilación de todos estos artículos.
    Espero que sean bien acogidos por los que no los han leído y sirvan para recordarlos a los que los leyeron cuando fueron publicados en el blog.

    domingo, 21 de abril de 2013

    "CABEZA VACÍA", un relato de LUISA HORNO.


    En estos días en que se celebra no sé si el 75 aniversario del "nacimiento" de Supermán, me he acordado de este relato ganador del concurso de relatos escritos por personas mayores de la obra social La Caixa 2012, que viene bien para conmemorar esta fecha.


    “Estoy empezando a desorientarme, a tener vacíos. Siempre he sido muy despistada, como casi toda mi familia, pero esto es otra cosa. Algo desaparece dentro de mi cabeza de súbito, sin avisar. Luego vuelve y ya está. No hago más que pensar en el dichoso alzheimer. A veces me mareo, como si fuera a perder el equilibrio. Pero no me he llegado a caer. Puede que sean tonterías, aprensiones. Manías de mujer de mediana edad con mucho tiempo libre. Desde luego no es estrés, como le encanta decir a todo el mundo. Veremos.
    Esta plaza tranquila y soleada me suena. Sus árboles diferentes, el monumento a una mujer guerrera. De qué la conozco. Me gusta. Escojo un banco cercano a la cabina telefónica. Por si tengo que hacer una llamada urgente. Nunca se sabe. He olvidado el móvil en alguna parte.
    No sé muy bien qué hago aquí, pero tampoco quiero ir a ningún otro lugar.
    Me derrumbo en el banco sin mirar a un chico de aspecto extranjero sentado en el otro extremo. No le digo ni hola y enciendo un cigarrillo. Con aire autosuficiente, saco de mi enorme bolso el cenicero portátil y lo coloco en el asiento, a mi lado. Percibo que el chico me mira con curiosidad, pero me importa un bledo.
    Aquí y ahora estoy sentada en un banco al sol, y punto.
    Miro a mi vecino de asiento. Unos ojos francos, profundos, me observan con amabilidad bajo una onda de pelo oscuro. Apago el cigarrillo, tapo el cenicero y le ofrezco el paquete abierto. Sonríe negando con la cabeza. Gracias, no fumo, me dice con un acento que no puedo identificar. No parece árabe, ni europeo del norte. Desde luego no es chino, africano ni latino. Pero me resisto a pensar que sea estadounidense por su atuendo sencillo, incluso elegante. Pantalón gris oscuro, camisa blanca, americana de tweed, zapato y calcetín negros. Canadá, le pregunto como una boba, articulando mucho. Vuelve a negar. Australia, sigo en mis trece. No, yo de Krypton, me contesta con bastante claridad. Otro que me quiere tomar el pelo. Pero no importa, acabo de decidir que éste es el primer momento del resto de mi vida.


    Me giro hacia él cruzando las piernas y enciendo otro cigarrillo: No serás Supermán, le pregunto algo irónica. De nuevo una sonrisa estupenda. Si, dice, soy Supermán, ahora sin acento ninguno. Y qué haces aquí. Espero por si alguien me necesita, contesta en voz baja. Sigo mirándolo y el cigarrillo me abrasa los dedos. Doy un pequeño grito, lo tiro y me acerco la mano a la boca. El dice disculpa, me coge por la muñeca y roza mis dedos con suavidad. El escozor desaparece. Bueno, tampoco me había quemado mucho. Para no perder el control de la situación, sigo preguntándole: entonces te llamarás Clark Kent, aquí en la Tierra. Me mira como con reconocimiento: Clark Kent, sí. Y eres periodista. Ríe abiertamente: eso fue hace tiempo, al principio.
    Los arboles de la plaza han empezado a moverse, las hojas susurran entre ellas. Se está levantando viento. El se sube las solapas de su chaqueta y continúa, más serio: el Sunday Planet ya no existe, Lois tampoco. Me sale la vena cruel: pues tú estás de lo más lozano, si fueras Clark Kent ya tendrías que estar muerto o casi. Me mira como por primera vez: pero tú no sabes, los superhéroes. Ahora río yo: sí, lo sé, pero vamos. Me remuevo incómoda, de pronto el banco es duro y estrecho. La verdad es que no sé qué hacer, si seguir con la broma o marcharme a casa ahora mismo.



    Dice no te vayas aún y me quedo quieta, estupefacta. Vuelve a sonreír: seguro que te podré demostrar que soy Supermán. No se qué decir. Me quedo callada, pero él no parece sentirse molesto. Tan normal, tan guapo, con la oscura onda sobre la frente, las solapas alzadas, las manos en los bolsillos, largas piernas estiradas, pies cruzados. Me fijo en los impecables mocasines de piel negra. Pienso que Supermán no llevaría esos zapatos. Me mira de reojo: los he comprado esta mañana en Independencia, musita. El interior de mi cabeza comienza a girar. Casi desesperada, se me ocurre que a lo mejor Supermán puede curar enfermedades -si los vacíos de mi cabeza son una enfermedad-. No creo que se moleste si le pregunto. Mira que si me cura. Y ahora es mi corazón el que galopa.


    Sigue haciendo viento, pero no es desagradable. El sol calienta con suavidad. La plaza no está muy concurrida, aún no han salido los niños del colegio. Me acelero de nuevo: van a llegar los niños. ¿Lo conocerán cuando lo vean? Con lo listos que son, sabrán que es Supermán. Imagino una escena maravillosa, muchos niños boquiabiertos rodeando nuestro banco. En ese momento, tras los edificios de enfrente se oye un gran estallido, y segundos después el alboroto de sirenas.
    Antes de que me quiera dar cuenta, mi nuevo amigo se ha incorporado y ha corrido a la cabina telefónica. Se mete en ella y cierra la puerta. A quién llamará, pienso tontamente. A quién conocerá Supermán en Zaragoza, quién sabrá su verdadera identidad. Yo, descubro con un orgullo nuevo. Me conoce a mí. Y despacio, como a oleadas, me va invadiendo la ilusión. La ilusión perdida.
    Al cabo de un rato, me levanto y me acerco a la cabina. Tras los anuncios pegados a los cristales, parece vacía. Abro la puerta. Sí, está vacía. Pero yo lo he visto entrar. Yo he hablado con él. Yo... A punto de volver el terrible vértigo, me apoyo sobre el teléfono. Intento cerrar los ojos y descubro en el suelo un reluciente mocasín de cuero negro. Lo levanto con cuidado y lo introduzco en mi bolso enorme. Ya muy tranquila me dirijo hacia mi casa. Ahora recuerdo perfectamente el camino”.

    Nota: Este relato y los otros que he publicado durante los últimos días en este blog, así como el "Endocarpio dorado" están recogidos en la edición de "RELATOS QUE MERECEN UN LUGAR MUY ESPECIAL", publicado recientemente por la Fundación Caixa.

    jueves, 18 de abril de 2013

    DIARIO DE RUTA de Jacqueline Brabant


    Otro de los relatos escritos por mayores, finalistas el año pasado en el concurso de RNE y Fundación Caixa, fue este “Diario de Ruta” de Jackeline Brabant que recibió una mención especial junto a mi relato de “El Endocarpio dorado”, Creo que merece la pena leerlo. Pienso que os va a gustar.


    “Jueves 28 de abril.
    Remontamos el río Amazonas en medio de una tormenta tropical. El viento zarandea el barco, diluvia y ni siquiera los monumentales relámpagos permiten la visión a través de la cortina de agua. Estamos aterrados; si no amaina pronto nos iremos a pique. Nos pone la carne de gallina la perspectiva de hundirnos en esas aguas marrones plagadas de pirañas. Agarrados a los mástiles, empapados hasta los huesos, esperamos en cualquier momento el choque con un tronco a la deriva. El fragor de los truenos retumba en medio de la selva. El barco se desliza entre los remolinos como un enorme pez que se hunde y reaparece sobre las crestas de las olas, una y otra vez; de momento, los latidos de su corazón —el traqueteo del motor— siguen imperturbables en medio del caos.
    De pronto, deja de llover y sale el sol. Penachos de vaho blanco se desprenden de la vegetación. La evaporación es brutal con este calor y se van formando nuevas nubes que descargarán en cualquier momento sobre nuestras cabezas. Hay tanta humedad que es inútil intentar secarse; agotados, intentamos dormir un rato, asediados por nubes de mosquitos que zumban detrás del mosquitero. Aún así, estamos llenos de picaduras.
    Quizás sea demasiado mayor para semejante viaje. Cuando desembarquemos, intentaré caminar al mismo ritmo que mis compañeros aunque me duela la pierna derecha. Con este clima se recrudece la artrosis, pero las mujeres somos muy duras, aguantamos los dolores sin rechistar; además, no quisiera quedarme en casa, sola, y sin nada que hacer. Siempre me han gustado las aventuras y los lugares exóticos.
    Antes de proseguir, Juana sorbe despacio el té con limón.
    Sábado 30 de abril
    Ayer no escribí nada, estaba demasiado agotada.
    Hoy caminamos por una zona fangosa. Unos ibis escarlatas escarban entre el lodo en busca de gusanos; son como pinceladas rojas en medio de tanto verde, y apenas levantan el vuelo cuando nos acercamos. Siempre atentos a la presencia de serpientes, andamos tropezando con la maraña de raíces de unos árboles gigantescos. Siento curiosidad y también pánico pero me gustaría vislumbrar una anaconda.
    Mientras tanto, las sanguijuelas nos incordian; se adhieren a nuestras pantorrillas como ventosas y nos dejan las piernas chorreando sangre; su piel viscosa resbala entre las manos cuando intentamos arrancarlas de cuajo. ¿Por qué nos gustará la aventura? ¡Hay que estar loco!
    Domingo 1 de mayo
    La ribera del río es un sitio poco recomendable. Hemos asistido a un espectáculo espantoso: contemplábamos una pareja de nutrias buceando entre las aguas turbias cuando, de pronto, se precipitaron sobre un jacaré —una especie de caimán bastante grande— Con sus enormes colmillos se aferraron a la cola del animal que se debatía dando latigazos. Poco a poco, agotado por la batalla desigual, se resignó a ser devorado vivo; perdió media cola. Saciadas por fin, las dos nutrias se internaron en la maleza. El reptil se arrastró como pudo hasta el agua dejando un reguero de sangre. ¡La selva no perdona! Inmediatamente un enjambre de pirañas se sumó al festín, y no tuvimos valor para contemplar aquello.
    Vida y muerte se suceden aquí a un ritmo enloquecedor. Es un continuo devorarse los unos a los otros, un traspaso de energía que no cesa. ¡Más vale ser precavido! Este constante morir y renacer resulta aterrador y fascinante a la vez; sombra y sol, como el reflejo de la luz en las olas.
    Lunes 2 de mayo
    Paseamos por una senda estrecha en medio de la selva. En la penumbra del bosque tropical no descubrimos ningún animal —quizás se escondan—, pero el ruido es ensordecedor: silbidos de pájaros, aullidos de monos, pisadas en la maleza. Estamos rodeados de seres invisibles que huyen o nos acechan, ¡quién sabe¡ El guía corta una liana con el machete y nos ofrece el agua que fluye de su tronco, un liquido fresco y límpido ¡Más vale conocer las plantas si se quiere sobrevivir! Hay frutos deliciosos, pero también venenos fulminantes; nadie se atreve a mascar una hoja. El hombre se pone a escarbar bajo la corteza de un árbol caído y extrae unos gruesos gusanos blancos, es un manjar para los indígenas de la zona. Pretende asarlos para nosotros; sólo con pensarlo me entran ganas de vomitar. ¡Si comemos caracoles—exclama un compañero—no veo por qué no podremos comer esto!
    A Juana se le ha dormido una pierna; lleva sentada demasiado tiempo. Un intenso hormigueo le recorre el cuerpo al incorporarse. Se sacude bruscamente; ya no sabe si se trata de hormigas de la selva o de la mala circulación de la sangre. Necesita una taza de té. Justo en este momento suena el timbre de la puerta. ¡Es verdad!, había quedado con Adelina.
    La vecina es una mujer entrada en carnes, que quedó viuda hace tres meses y no sabe qué hacer con su vida. Mientras Juana se arrastra hacia la cocina, Adelina se acerca al cuaderno abierto encima de la mesa del comedor y va leyendo: El barco se desliza entre los remolinos como un enorme pez que se hunde y reaparece sobre las crestas de las olas una y otra vez. La frase está escrita a lápiz y llena de tachaduras. Cuando su amiga reaparece con la bandeja de la merienda, ella la mira asombrada; ha tenido tiempo de hojear todo el cuaderno, desde un viaje a las playas del Yucatán donde quedó fascinada por las aguas turquesas y los peces de colores hasta las aventuras en la selva tropical.
    —¡Yo también quiero ir! —exclama, señalando al cuaderno. A Juana, la idea de llevarse de viaje a su vecina no le entusiasma. Le gusta vagar a su antojo, sin prisas; pero se resigna. “Casi mejor. No sé si hubiese sido capaz de probar aquellos gusanos.”, piensa por fin.
    Iremos al Polo Norte, propone Adelina.
    —A la edad que tenemos no nos conviene tanto frío—aduce su amiga—. Sólo hielo, pingüinos, focas y osos polares. Me aterran los osos. ¡Te imaginas en medio de un desierto helado comiendo focas durante días!
    No es una buena idea.
    Después de mucho pensárselo, por las tardes irán a China, al sur.
    Rebuscando en la estantería, Juana saca un montón de revistas de National Geographic. Allí esta Guillin, una pequeña ciudad entre pináculos calizos. El paisaje es extraño: abruptos montes cubiertos de bosques erizan la zona, agudos como colmillos emergen de la neblina que cubre los valles. Es un sitio misterioso. Como intérprete se llevarán a Wei Hi, la camarera que trabaja en el restaurante chino de al lado: es una joven muy agradable.
    Antes de volver a su casa, Adelina compra un cuaderno nuevo con tapas duras para plasmar la aventura y unos bollos para el té; por primera vez desde hace años se siente feliz. Mañana, las dos mujeres comerán en La Gran Muralla y preguntarán a Wei Hi qué se habla en Guillin, si chino mandarín o cantonés. Luego, de cinco a siete, empezarán el crucero por el río Li que serpentea entre los montes.

    La autora del relato junto a Manuel Carrasco, recogiendo el premio el pasado mes de junio de 2012, 
    con los miembros del Jurado.

    Juana tiene dudas: no sabe si aguantará la compañía de su vecina porque le gusta tomar sus propias decisiones; lleva demasiado tiempo viviendo sola. Claro que podría viajar a otra parte por la mañana si las cosas van mal, pero necesita salvar el abismo de la tarde, el enorme agujero que se forma en el tiempo, de cinco a siete, cuando después del ajetreo de la mañana todo queda inmóvil, sin aliento, en suspensión, para resucitar súbitamente después de un par de horas, como una peligrosa apnea que se repite día tras día.
    Menos mal, todavía le queda África; pero no sabe si se atreverá. Hay que tener mucha energía para afrontar tantos peligros y ella es muy vieja y se siente un poco cansada.
    ¿Qué tal Europa Central?”


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