Queridos, Melchor, Gaspar y Baltasar:
Ya sabéis que yo no soy muy dado a eso de pedir, y que no me gusta que me regalen nada, pero siguiendo la tradición en estos días, me he decidido a escribiros mi carta.
En primer lugar, reconocer que no he hecho demasiados méritos para merecer vuestras dádivas, porque durante el año pasado me he mostrado vago y desganado, aunque yo creo que más que por desidia ha sido porque a mi edad ya me van faltando las fuerzas y cada día está uno para menos emprendimientos y nuevas aventuras. El caso es que, por más que me lo recomienda mi médico y me lo aconsejan los que bien me quieren, no me animo a dedicar un tiempo al ejercicio físico que, dicen los entendidos, es tan necesario en mi provecta situación existencial y paso demasiado tiempo arrellanado en el sofá; eso si, dedicado al ejercicio de la mente; bien haciendo sudokus, resolviendo crucigramas, escribiendo mis artículos para el blog, o pergeñando utópicas aventuras intelectuales, que casi nunca llegan a plasmarse en la realidad.
Y ahora vamos a lo más difícil, haceros mi petición. Tengo que reconocer que he dedicado más tiempo de lo que pensaba que sería necesario, para hacer la lista de deseos, y he podido comprobar con estupor que, después de un buen rato, la página todavía seguía en blanco. Así que, por fin he tomado la decisión: no quiero que me traigáis nada, solo que, como decía aquel dicho, ¡Virgencita, que me quede como estoy!
Y aquí, la Cabalgata de Reyes en Chinchón