Hablaba el Génesis que cuando el hombre fue expulsado del Paraíso Terrenal, Dios le castigó a ganarse el sustento con el sudor de su frente. Por eso, debe ser, cuando termina la vida laboral, lo llaman jubilación, porque es una liberación de la maldición divina y se supone que el resto de nuestras vidas las podremos vivir jubilosos y sin esa pesada carga a nuestras espaldas, aunque luego la realidad es bien distinta, porque cuando llega la ansiada jubilación, empezamos a estar llenos de achaques y hay menos júbilo de lo que esperábamos.
El caso es que nos pasamos la mayor parte de la plenitud vital dedicados al trabajo que nos va a facilitar el status necesario para cubrir nuestras necesidades y las de nuestra familia.
Durante todo ese tiempo, el trabajo es el centro de nuestra actividad y no tenemos demasiado tiempo para otros menesteres, con lo que, cuando llega la jubilación, nos damos cuenta que no sabemos hacer otra cosa, y en poco tiempo añoramos los bien que estábamos trabajando.
Entonces nos damos cuenta que no teníamos más aficiones que ver la tele, leer de vez en cuando un libro, o “el dolce far niente” que decían los italianos.
Y a los pocos meses de la “jubilosa” jubilación, ya no sabemos qué hacer.
Claro está que no estoy hablando de las personas que, con una mísera pensión, no tienen más remedio que seguir trabajando para subsistir.
No, estoy hablando de esos que se empeñan en seguir trabajando porque no saben que hacer, aunque ya no tengan las habilidades y la capacidad de poder desempeñar su trabajo con un mínimo de la calidad exigida, o como mucho, no dejan que otro más joven pueda tener un puesto de trabajo.
Un caso aparte son los “artistas” y famosos de otras profesiones, que parecen que tienen una adición enfermiza al reconocimiento del público y alargan su vida profesional arrastrándose por los escenarios mendigando el aplauso, ya forzado, de los que ellos llaman “su público” al que tanto deben, dicen, y tanto les quieren.
Aunque no sea necesario señalar a ninguno, hemos visto como muchas figuras ilustres del espectáculo, de las artes y las letras han terminado sus días tirando por tierra su bien ganado prestigio y siendo juguetes rotos que terminan orillados en los desvanes de nuestra memoria.
Y vemos cómo, en vez de quedarse tranquilamente en su casa, pasean sus miserias que parece ser que cotizan bien en esos programas basuras que abundan en la actualidad.
Por favor, un poco de respeto para ellos, y que no nos hagan pasar la vergüenza ajena de contemplar su decrepitud.