Mediocre indica algo o alguien que no presenta la calidad ni el valor que sea mínimamente aceptable para su entorno. Vamos, lo que vemos a diario al frente de empresas, partidos políticos, gobiernos, periódicos, y en todos los ámbitos de nuestra vida.
Cuando en una empresa privada asciende a los altos puestos de responsabilidad una persona carente de méritos, las consecuencias suelen ser perniciosas para esa empresa, que como es privada, tendrá una repercusión que no trascenderá más allá del perjuicio que pueda ocasionar a la propia empresa y a sus trabajadores.
En cambio, cuando eso ocurre en el ámbito público, las consecuencias se magnifican y los perjudicados podemos ser todos.
Tanto en uno como en otro caso, el ascenso y promoción de las personas se suele basar en los méritos que pueden aportar por sus estudios y el desempeño de trabajos y cargos anteriores. Normalmente se valoran los títulos académicos, la gestión de cometidos de cierta enjundia y su habilidad para comunicarse y relacionarse en la sociedad.
Un abogado del Estado, un economista de prestigio, un gestor de empresa, parece que podrían desempeñar cargos de responsabilidad pública. Pero cuando vemos que llegan a esos puestos de responsabilidad personas que han falseado sus títulos, y no pueden aportar más méritos que su habilidad para escalar dentro del entramado político de su partido, tendremos prevenciones más que justificadas para dudar de su idoneidad para desempeñar cargos públicos de gran responsabilidad.
Pero la realidad es que vemos cómo están llegando a esos puestos personas que no tienen más méritos que haber estado a la sombra de un líder, y, como mucho, haber sido la “community manager” del perrito de la lideresa. Y es que esos líderes ya se encargan de solo promocionar a los ineptos, porque los que realmente valen podrían quitarles el puesto.