De pronto, en la distancia,
ha surgido la pétrea silueta de tu Iglesia
teñida por las púrpuras doradas de la tarde.
Melancólicos cipreses,
allá en el Camposanto,
se estiran, como buscando
el apartar, con sus dedos alargados y fibrosos,
los cirros que están jugando
a camuflar a la luna,
que hoy se ha escapado
para saludar al sol,
su furtivo enamorado.
El camino se hace blanco
y se desliza escalando
por los altozanos pardos
que ya ni apenas te ocultan.
Vuelvo a Chinchón, a mi infancia,
y se mezclan en mi mente dulces colores
de juegos de pídolas y de chitas,
de canicas y peones.
Dejo atrás años y años
de ausencia y de nostalgias, prácticamente olvidadas.
Y cuando vuelvo a Chinchón, olor a tierra mojada
de esos primeros dias
del otoño, va llegando
- mensajero adelantado -
y me da la bienvenida. Vuelvo a Chinchón, a mi hogar.