CAPÍTULO
IV. FIESTAS.
Entonces, cuando la vida
cotidiana se reducía a trabajar y trabajar, cuando durante todo el año apenas
si nos podíamos permitir algún capricho, eran las fiestas los únicos paréntesis
festivos que podíamos disfrutar.
Las fiestas eran un oasis en
nuestras vidas. Las fiestas era el tiempo de un descanso obligado y las fiestas
eran las fechas en las que muchos de los que habían tenido que emigrar del
pueblo, volvían para ver a sus familiares y para asistir a la procesión de San
Roque; porque en Chinchón, aunque no se creyese en Dios, todos creíamos en San
Roque.
Cuando en Chinchón se habla de
fiestas, nos estamos refiriendo a las Fiestas de Nuestros Patronos, La Virgen
de Gracia y San Roque, que se celebran los días 15 y 16 de Agosto.
En los años de la posguerra
estas fiestas tenían una importancia que ahora no es fácil calibrar.
Entonces, cuando la vida
cotidiana se reducía a trabajar y trabajar, cuando durante todo el año apenas
si nos podíamos permitir algún capricho, eran las fiestas los únicos paréntesis
festivos que podíamos disfrutar.
Bien es verdad que también
estaban las Fiestas de Navidad, estaba la Semana Santa, estaban las fiestas de
Santiago y de la Virgen del Rosario que antiguamente tuvieron hasta más
importancia que las de San Roque, pero éstas llegaban cuando ya se habían
terminado las labores de la recolección y cuando hacía buen tiempo para alargar
los días y participar en todos los actos que se organizaban.
En la antigüedad, siglos atrás,
estas fiestas coincidían con la feria de ganados, pero a mediados del siglo XX,
la única reminiscencia de aquellas ferias eran las fiestas con toros.
Durante mucho tiempo, y en la
época de que nos ocupamos, las fiestas se centraban entre los días 14 y 18 del
mes de Agosto. Fue después, cuando ya la esencia de las fiestas se perdía,
cuando se fueron ampliando las fechas y los actos, sobre todo los encierros
desproporcionadamente.
El primer día, por la noche se
celebraba la pólvora en la Plaza Mayor, amenizada por los músicos, que entre
castillo y castillo de fuego, interpretaban las canciones de moda para que los
mozos bailasen en la arena de la plaza.
Previamente, a la caída de la
tarde se había encendido el alumbrado festivo que consistía en una hilera de
bombillas que recorría el centro de la calle de la Iglesia, la calle Grande y
la calle de los Huertos. La plaza se iluminaba también con varias bombillas más
gordas que atravesaban el ruedo colgadas de gruesos alambres. (Esta iluminación
se inició en el año 1898, en que llegó la electricidad a Chinchón). A las doce
en punto del mediodía se habían lanzado las "bombas reales" -
lanzamiento de cohetes y tracas - como anuncio del inicio de las Fiestas.
Antes no había contrabarrera. Sólo el
tabloncillo y los palos. Para las grandes corridas, se colocaban los carros
alrededor para aumentar el aforo.
El día 15, Festividad de la
Virgen de Gracia, había funciones religiosas y procesión por la tarde en la que
se trasladaba la Imagen de la Virgen hasta la Ermita de San Roque. El 16, día
del Santo Patrón, por la mañana, se trasladaba la Imagen de San Roque,
acompañada por la de la Virgen hasta la Parroquia. Era la procesión llamada de
los pobres. Al mediodía se celebraba la solemne Misa Mayor, que siempre tenía
una gran concurrencia. Por la tarde tenía lugar el encierro de los toros de la
corrida del día siguiente. Aunque se iniciaba muy temprano, a eso de las cuatro
de la tarde, había veces que no se habían encerrado los toros a la hora de la
procesión, que en ocasiones tenía que empezar bien entrada la noche. Esta era
la procesión llamada de los ricos, porque todos los asistentes lucían sus
mejores galas, y en la que la imagen del Santo volvía a su Ermita, acompañada
por la mayoría de los vecinos de Chinchón y de los que venían de fuera para
asistir a la procesión.
El día 17 era el día de los
toros. Por la mañana se soltaba el "toro del aguardiente" y a las
doce se "hacía la prueba" de los toros que se iban a lidiar por la
tarde. Se soltaban uno o dos toros de la lidia que era corrido por los mozos en
una capea, sin tener en cuenta el peligro que esta práctica podía tener para
los toreros en la corrida de la tarde. En realidad la corrida era una novillada
sin picadores en la que alternaban jóvenes aspirantes a toreros y lo
verdaderamente importante eran las capeas en las que se corrían toros de gran
tamaño y en las que los mozos del lugar competían con los maletillas que
llegaban con la esperanza de dar unos pases que les abriesen las puertas de la
fama.
A veces se soltaban
los toros directamente en la plaza desde los cajones
El 18 era el día de descanso.
Por la tarde se celebraba la Almoneda en la que se subastaban los regalos que
se habían hecho al Santo; ristras de ajos, embutidos, vino, dulces y anís.
Durante la almoneda se obsequiaba con limonada a todos los asistentes que
podían participar en la subasta o divertirse con las ocurrencias de los
"animadores" que incitaban con gracejo a subir las pujas. Desde aquí
queremos dejar un cariñoso recuerdo para el "Pregonero",
"Machaco" y "El Pajero" que, durante casi un siglo,
colaboraron en este menester
Aparte de los actos
"oficiales" que se han reseñado, durante las fiestas había
"grandes bailes de sociedad" en los salones del "Duende",
en baile de “Las Cañas”, y también en el baile del Alamillo primero y de
"Finuras" después, que alcanzó una gran aceptación en los años
cincuenta y sesenta en lo que se llamó "baile del vermú" que tenía
lugar al mediodía y donde se ponía a prueba a los mozos, que poco acostumbrados
a los trajes y las corbatas, sufrían estoicamente los rigores del calor del
pleno mes de agosto de Chinchón, por aprovechar una de las pocas oportunidades
que se les ofrecía de bailar con la moza a la que querían pretender.
Las fiestas eran días en los
que en todas las casas se recibían a los huéspedes. En realidad, los huéspedes
eran familiares que vivían fuera y que volvían una vez al año para acompañar a
San Roque en su procesión y ver a los padres y a los hermanos. En estas fechas
se encentaba el jamón de la matanza y se sacrificaba uno de los mejores gallos
del corral, porque en Chinchón, y en aquellas épocas, era proverbial la buena
acogida que se daba a los forasteros, aunque fuesen de la familia.
En las fiestas, para las misas
y sobre todo para las procesiones se reservaban los mejores trajes; los de quintos,
los de novios o lo de las bodas, porque era impensable acudir a los actos
oficiales sin vestir como requería la costumbre y la etiqueta establecida.
En las fiestas se solía
conseguir la primera autorización de los padres para poder no ir a dormir por
la noche; para después del baile, tomar una copita de anís, bajar a la misa de
las Clarisas y después ir al encierro.
Pero siempre fueron famosos los grandes encierros
Porque, sin ninguna duda, los
actos de mayor asistencia eran los encierros. La celebración de encierros en
Chinchón es una tradición que se ha mantenido en el tiempo. En épocas en que
estuvieron totalmente prohibidos, Chinchón, junto con Pamplona, Sepúlveda, San
Sebastián de los Reyes, y pocos más eran las excepciones que confirmaban la
regla.
En aquella época el encierro se
hacía a las cuatro de la tarde del día del Patrón. Los toros que se iban a
lidiar al día siguiente se traían andando desde la dehesa, acompañados por los
mayorales a caballo. El día antes llegaban al Valle, y allí permanecían hasta
el día del encierro por la mañana, que llegaban hasta la Fuente Pata, donde
esperaban hasta la hora del inicio. Los mozos se iban uniendo a la manada,
guardando las distancias, aunque los toros en el campo eran menos peligrosos.
Desde dos horas antes del
encierro los mozos a pié y los señoritos a caballo, iban tomando posiciones
para correr el encierro. Ese día, además de los cuatro toros de muerte de la
novillada del día siguiente, traían dos toros de capea y cinco bueyes.
La calle de los Huertos repleta
de gente que se apartaba al paso de toros y caballos mientras el infernal
griterío en la Plaza acogía la llegada a la Puerta de la Villa en la que se
formaba un tumulto de hombres, toros y caballos, de un colorido y una
plasticidad inenarrable.
Se celebraban también las conocidas capeas en las que se podían lucir los recortadores, los
maletillas y todos los aficionados.
Una diferencia importante era
la forma que entonces había de recortar a los toros. En la actualidad se ha
mejorado mucho esta técnica y los que lo practican han alcanzado casi la
profesionalidad. Ahora se cita al toro de frente y se le hace un quiebro o se
le recorta por la cara. Entonces, el mozo entraba al toro por detrás para
cogerle desprevenido; después, si el toro se arrancaba, era cuestión de correr
en zigzag, porque si corrían en línea recta era fácil que no llegasen al
tabloncillo, y entonces, sí que los gritos, sobre todo de las mujeres, alcanzaban
su máximo volumen. Se recuerda al “Perla “y a Victoriano Moya, y a “Pachano” y
a su compañero al que apodaban “Conejo” por su habilidad para escapar
zigzagueando de la cara del toro; que estaban considerados como grandes
recortadores que, entonces, alcanzaron el prestigio y la admiración, sobre todo
de los niños, comparable con la que ahora puedan tener Sergio Delgado o
Rozalén.
Más de uno de uno de nosotros
sufrió la angustia de verse perseguido por un toro, en el encierro o en las
capeas, hasta que los años, la novia o la sensatez nos desaconsejó estas
peligrosas aficiones.
Continuará....
Continuará....