Da una cierta ternura ver cómo opinamos de lo que va a ocurrir en el desenlace de la situación política española. Y es que, en el fondo, decimos lo que nos gustaría que ocurriese y no lo que pensamos que va a ocurrir.
La mayoría de las veces, partimos de la idea de que los protagonistas buscan lo mejor para los votantes que les apoyaron y no lo que que a ellos les conviene; y estamos muy equivocados. Ninguno de ellos, nunca, va a renunciar a sus prioridades en aras del bien común. Es metafísicamente imposible que Rivera, por ejemplo, se avenga a lo que quiere Iglesias, y viceversa, aunque sus objetivos parezcan similares, porque su ideología es totalmente antagónica.
Lo importante no es buscar una solución de consenso; lo esencial es aniquilar al enemigo. Ya lo decía Bilardo. Por eso, es tan difícil para nosotros hacer conjeturas sobre lo que pueda pasar. Al final, se hará lo que manden los "jefes", los que mandan, o sea, los que tienen el dinero y la sartén por el mango, que ya se ocuparán de que se haga lo que más les convenga... A ellos, por supuesto.
Mientras, nosotros, aquí estamos indignándonos con lo de los papeles de Panamá, las financiaciones de CEPS, el "pitufeo" de Rita y cualquier otro señuelo que nos pongan para distraernos, mientras se fragua lo que ellos han planeado.
Por eso, no sirve hacer quinielas sobre el futuro político, todo está ya decidido, y de lo único que podemos estar seguros es que "no tenemos ni idea".