No hay nada más triste que una playa en invierno. Las olas van llegando, como quien llora, a la arena de la orilla. Tan solo alguna persona se atreve a pasear con el miedo metido hasta los tuétanos, temiendo que se mojen sus pies.
Algún niño juega con la arena, siempre bajo la vigilancia de sus padres, temerosos de que puedan pescar un resfriado que ya les durará todo el invierno.
No hay pelotas de goma, no hay cubitos ni palas de plástico. Solo queda la nostalgia y la esperanza de los calores del verano.
Mientras, solo la tristeza en una playa en invierno.