Un día gris
ya entrado el invierno.
El cielo plomizo
empezaba destilar
lágrimas a la caída
de la tarde.
En la chimenea
se consumían
los últimos troncos
de alegría,
y ella se preparó,
para cenar,
un buen tazón
de chocolate con penas
ya casi olvidadas.
Hacía tanto tiempo
que no las probaba,
que le parecieron
nuevas.