Allá por el siglo I después de Cristo, en tiempos del Gran Cesar Augusto, en Emérita Augusta, nuestra Mérida actual, entonces capital de la Lusitania Romana, existían nada menos que 19 balnearios, que por aquel entonces eran conocidos como termas. Pero de entre todas ellas alcanzó fama y prestigio una, propiedad de Catulo Escipion, que sobresalía sobre todas las demás en clientela y por tanto, también en beneficios.
El motivo de su éxito no era otro que dichas termas estaban dirigidas por la bella Cornelia, una esclava que Catulo Escipion, había comprado en la lejana Dacia, en sus tiempos como general de una de las legiones romanas.
La joven tenía una figura esbelta, una cara sobradamente agraciada, un largo pelo negro como el azabache que le llegaba por debajo de la cintura, aunque solía llevarlo recogido en un moño que estilizaba, si cabe, más su figura o formando una coleta que adornaba con pequeñas flores blancas.
Lucia una menguada túnica que dejaba adivinar su curvilínea silueta, dejando a la vista de todos sus dos piernas largas y torneadas que terminaban en sus pies gráciles y pequeños que siempre lucían unas sandalias doradas.
Si bien es verdad que su belleza no pasaba inadvertida a los jóvenes que visitaban a diario las Termas de Catulo Escipion y era admirada por las mujeres, posiblemente con envidia; los que de verdad se extasiaban con su hermosura eran los viejos del lugar, y entre ello, Publio Lucilo, un Tribuno ya jubilado, Antonino Plácido, antiguo Senador que, poco tiempo ha, había regresado de Roma para asentarse en la Hispania, y Cayo Brutus, un rico terrateniente local, que a diario se pasaban horas y horas sumergidos en las piscinas de las termas solo con el propósito de admirar la hermosura del cuerpo de Cornelia, esperando unos sonrisa o una simple muestra de aprecio de la bella esclava de Transilvania.
Ella no era ajena a esta admiración que no solo la complacía, sino que también sabía alentarla, haciendo mimos, zalemas, arrumacos e insinuaciones a los tres viejos que pugnaban entre ellos en ser el preferido de Cornelia, que sabía permanecer imparcial para evitar el posible enfado de alguno de ellos, lo que podría arruinar su negocio.
Cuentan las crónicas que ninguno de ellos nunca consiguió los favores de Cornelia, y lo que si consiguieron, en cambio, fue ver disminuir sus fortunas hasta el punto de no poder seguir visitando las Termas de Catulo Escipion.
Muchos siglos después, esta historia se la contaron a Pedro Pablo Rubens, en la que se inspiró para realizar su famoso cuadro de “Susana y los viejos”, que recientemente ha sido restaurado por La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para recuperar los detalles originales de una obra creada por el pintor flamenco en su etapa italiana, donde a pesar de su juventud ya demostraba la maestría de sus trazos.
En esta obra, Rubens pinta solo a dos viejos y no a los tres de nuestra historia, y a la hora de titular el cuadro, posiblemente el pintor no recordó bien el nombre de Cornelia, nuestra protagonista, a la que representó en el cuadro con unos cuantos kilitos de más, como era el gusto de la pintura barroca de su época.