III
Otro tema que le apasionaba eran los medios de comunicación. Sentía una gran admiración por esos esforzados informadores que llegaban incluso a poner en peligro sus vidas para salvaguardar uno de los derechos más fundamentales del hombre que es el de recibir información.
Y todos los días leía cinco o seis diarios, veía los telediarios de todas las cadenas de televisión llagando a las más depurada técnica del "zaping" para no perderse ninguna de las noticias; se suscribió a todas las revistas de tirada nacional para disponer de la más amplia información posible y en los pocos intervalos de que disponía se dedicaba a escuchar las emisoras de radio que daban información general y tertulias de opinión.
Puede que por el exceso de información, o tal vez por su finita capacidad de procesamiento de datos, o es posible que por su mejorable formación académica, el caso es que, durante un cierto tiempo el sobrino nieto por parte materna del filósofo librepensador del que había heredado su exigua herencia y su nombre, estaba totalmente desquiciado y llegó a hablar con las paredes como había visto hacer a los rabinos judios en Jerusalem. Y no lo comprendía. ¿Cómo era posible que un mismo acontecimiento pudiese ser contado de tantas maneras y muchas de ellas contradictorias?
Y se puso a pensar y se dió cuenta de que esos medios de comnunicación, que disponían de esos fantásticos y abnegados periodistas, eran propiedad de unas personas o grupos de personas que tenían otros intereses - generalmente económicos- a los que supeditaban todo lo que fuera preciso, incluso la verdad. Y pensando más descubrió que que muchos de esos abnegados periodistas que seguramente estaban hartos de tener que pasar por el aro que les indicaban sus dueños, habían decidido sacar ellos mismos el mayor partido posible a la información que disponpían y no dudaban en ponerla a disposición del mejor postor.
Y por mucho que pensó no llegó a comprender cómo algunos informadores que, desde luego no eran tan abnegados ni tan íntegros, amparados en la impunidad del poder que les daba el disponer de esos medios de comunciación, se dedicaban a hacer el más exacrable de los terrorismos informativos, atacando a diestro y siniestro con la complacencia de los dueños de esos medios de comunicación que - como antes había pensado - sólo les preocupaba el beneficio económico.
Y mientras pensaba se dió cuenta de un gran descubrimiento. Los políticos ponían todos los medios a su alcance para controlar la comunicación y cuando lo conseguían se dedicaban a difundir sus consignas que disfrazaban de ideas para hacerlas llegar a los que no demasiado acostumbrados a pensar se tragaban todo lo que dijese la radio, la televisión o los periódicos. Y así, unos descerebrados con ideas sacadas de inconfesables intereses, eran los ideólogos que hacían, incluso, cambiar las escalas de valores que eran aceptadas por esa grey de borregos alimentados sólo por un pienso que etimológicamente no viene precisamente de la palabra pensar.
Carlos Aristóteles estaba ya cansado de pensar, es más., podríamos decir que tenía un cierto recelo a pensar porque en algunas ocasiones no se le había ocurrido nada menos que decir lo que pensaba y ya he adelantado antes que eso puede llegar a ser peligroso.
Este largo periodo de abstinencia pensativa atrofió su mente y a partir de ese momento abandonó la mayor afición que le había acompañado durante toda su vida y se dedicó a cultivar los parterres de su jardín lo que le proporcionó infinitamente más satisfacciones tanto para su cuerpo como para su alma, puesto que no hay nada más bello que un flor en primavera.
Y a partir de aquel día, a sus cincuenta y tantos años, ya todos le conocieron por Carlitos el jardinero.
FIN