III
Desde que el médico le había recetado las pastillas y para no despertarse con los ronquidos de su hermana, Eloisa había vuelto a dormir en su habitación. Debían de ser las tres de la madrugada cuando unos pasos que parecían provenir de la escalera principal que unía el zaguán de la casa con la planta principal la hicieron despertar sobresaltada. Los peldaños de madera crugían como quejidos bajo los pasos lentos que parecian ascender camino a su habitación que estaba situado el final de la escalera. El sonido seco de una especie de bastón golpeando en el suelo servía de contrapunto a los pasos acompasados que cada vez se oían más cerca.
Se incorporó en la cama refugiándose tras la colcha y las mantas que se puso delante de la cara a la altura de los ojos. La luz de la pequeña lamparilla con que siempre tenía que dormir le dejó ver cómo el pomo de la puerta giraba lentamente hacía la derecha dejando escapar el sonido metálico del roce del pestillo con la cerradura. Cuando la pesada puerta de cuarterones empezó a moverse, una luz parpadeante precedió a una sombra blanca que avanzó hacía ella enarbolando un grueso garrote en una mano mientras con la otras sotenía la fuente de luz.
Un grito desgarrador precedió al desmayo de la mujer que cayó hacía un lado para quedar con la cabeza y el brazo izquierdo colgando fuera de la cama.
Así se la encontró al día siguiente la criada que llegaba todos los días, puntualmente a las nueve de la mañana. Le había extrañado no encontrarla ya levantada y más ver su puerta abierta. Entró y al verla así caida hacía un lado se asustó temíendose lo peor. Comprobó que respiraba, mojó sus dedos en el vaso de agua que había sobre la mesilla de noche y esparció unas gotas de agua sobre su cara. Como reacción al frio del agua alentó, presa todavía del terror, y pasados unos segundos preguntó por su hermana. Como le dijo la criada que no sabía nada de ella, se bajó inmediatamente de la cama, se calzó las zapatillas, se echó por encima la bata y las dos mujeres se dirigieron sobrecogidas hacía el dormitorio de la dueña que estaba al otro lado del pasillo.
La puerta estaba cerrada. Empujaron con angustia la puerta, temerosas de lo que se podían encontrar. Y sus temores no eran infundados. Allí, sobre su cama, con el camisón rasgado que dejaba semidescubierto parte de su cuerpo, una herida contusa en la frente de la que había manado abundante sangre que había teñido de púrpura la almohada sobre la que descansaba su cabeza, yacía inconsciente la viuda y su tez blanca había adquirido una ebúrnea palidez que era presagio de fatales consecuencias.
Afortunadamente estos presagios no se confirmaron y unos, apenas audibles, quejidos advirtieron a las dos mujeres que todavía vivía.
Cuando llegaron el Comandante de Puesto de la Guardia Civil y el Cabo de la policía municipal, el médico les prohibió molestar a la señora que dormía en su cama después de haberle practicado los oportunos cuidados y administrarle un somnífero que le haría recobrarse en unas horas del terrible dolor de cabeza que le había ocasionado el golpe en la frente que afortunadamente era la única agresión que había recibido.
Eloisa les contó lo poco que ella había visto y oído sin poder determinar ni la altura ni envergadura del agresor y que su hermana no había dicho nada coherente sobre lo que le había pasado.
Cuando despertó contó a los responsables de las fuerzas policiales que apenas recordaba nada. Que le despertó el grito de su hermana y que cuando iba a salir de su cuarto recibió un fuerte golpe en la cabeza y ya no recordaba nada más. No supo explicar cómo había llegado hasta la cama, ni cómo se había desgarrado el camisón. Los investigadores pudieron observar que efectivamente había un pequeño reguero de sangre que iba desde la puerta hasta la cama, lo que confirmaba que la agresión debió ser como ella había contado y que después el agresor la había dejado como la encontraron al día siguiente.
De nuevo los hechos tiraban por tierra todos los móviles que se estaban barajando. Según las dos hermanas no faltaba nada de valor, por lo que el robo quedaba totalmente descartado puesto que el agresor o agresores habían dispuesto del suficiente tiempo para haber podido desvalijar toda la casa. El móvil amoroso parecía evidente que debía de ser obviado puesto que la brutal agresión no era precisamente una muestra de amor... Y la sospecha que había rondado por la mente del jefe de la policia de que todo era debido a la exuberante imaginación de la protagonista que había escrito ella misma las cartas y había influido en su hermana para hacerla ver alucinaciones que también logró contagiar a los guardias y demás personas que decían haber visto al fantasma...Pero ésto ya era una desmostración palpable de que un loco andaba suelto y dispuesto a llevar a cabo un maquiavélico plan que todavía nadie podía descifrar.
IV
Cuando el señor cura párroco recibió la llamada de la viuda del señor notario acudió con prontitud.
- Señor cura, quiero confesarme.
En la amplia sala de la primera planta de la casa todo era buen gusto y sobria elegancia. La conservación de los muebles de nobles maderas que habían pertenecido a los antepasados del notario certificaba un cuido esmerado y no mostraban ni el más mínimo desperfecto. Dos retratos que debían ser de los antiguos propietarios presidian la estancia donde tambien se podían admirar un gran bodegón que podía ser de algún discípulo de Zurbarán y un paisaje de la escuela flamenca. La tapicería de las cortinas de los balcones era de tafetán a juego con la del tresillo y la sillería. Las paredes estaban cubiertas por un fino papel con tacto de seda que aunque parecía recien colocado era tan antiguo como los muebles, lo que sólo se podía comprobar por la humedad que aparecía en una de las esquinas. Por doquier pequeños muebles supletorios y repisas en los que descansaban valiosos objetos de plata y cristal de roca. El amplio ventanal de un mirador dejaba entrar toda la luz de aquella soleada mañana de finales del invierno.
El sacerdote acercó una silla al sillón donde ella descansaba. Todavía tenía el apósito cubriéndole la herida de la frente aunque había intentado disimularlo con unas guedejas de su cabello.
- Dime, hija, te escucho...
- Padre, he mentido... no ocurrió como les conté a los policias...
- Habla con toda confianza, no tengas miedo...
- Oí el grito de angustia de mi hermana y me desperté. Casi no me atrevía a moverme pero me puse la bata y salí al pasillo. En ese momento salía él de la habitación de mi hermana...
- ¿Era un hombre...?
- Sí, pero cubría su cabeza con una especie de pasamontañas negro por el que sólo se podían ver sus ojos... inyectados en sangre por el deseo... Era alto... por lo menos medía un metro ochenta... y corpulento... en principio llevaba una sábana que se le cayó cuando al verme se dirigió hacía mí... en una mano llevaba un farol y en la otra un gran bastón grueso con un refuerzo metálico en el extremo inferior... Llevaba unos pantalones de pana y un sueter de cuello alto... eran de color oscuro... Me quedé como petrificada por el miedo...
- Descansa, hija, no hay ninguna prisa...
- No me habló... me cogió por un brazo y me arrastró hasta la cama... me despojó de la bata y tiró con fuerza del cuello del camisón hasta que logró desgarrarlo... Yo estaba allí, sobre la cama temblando de miedo y él de pié con el farol levantado para iluminar mi cuerpo que estaba presa de una excitación indescriptible... dejó el bastón a un lado apoyado en la pared y se inclinó hasta que su mano empezó a recorrer mi cuerpo con caricias lascivas... aunque grité nadie parecía oirme... él dejó la luz sobre la mesilla y con esa mano me tapó la boca...
La viuda empezó a llorar compungida, el sacerdote tomó su mano intentando carmarla y darle ánimos, pero no quiso interrumpirla.
- Como pude le pedí que me dejara... que no me hiciera daño... él seguía sin decir ni una sola palabra... pero de pronto, cuando iba a seguir con sus asquerosos tocamientos... paró en seco... algo que yo no pude oir le debió de alertar... cogió el candil y el bastón y se dirigiò hacia la puerta... yo, en vez de quedarme quieta, intenté detenerle con no sé qué descabellado propósito y le agarre por el cinturón... así llegamos hasta la puerta y él para que le soltase me dió con el bastón en la frente... caí al suelo y él desapareció... yo me levanté como pude y llegue hasta la cama... aunque me salía abundante sangre de la frente no tuve fuerzas nada más que para pedir auxilio que no tuvo respuesta... al poco tiempo vi que la hemorragia iba cediendo y me debí quedar dormida...
- ¿ No le pudiste reconocer..?
- No, tenía la cara tapada... y los ojos... no los había visto en mi vida...
- ¿ Y por dónde escapo ? ¿ Cómo pudo entrar ?
- No lo sé. Al día siguiente no había ni rastro de la sábana, del farol ni del bastón. La casa es una fortaleza, saltar por las tapias de las corralizas es dificil, sobre todo para salir... Ni la puerta ni los balcones tenían signos de haber sido forzados... es un misterio....
- Deberias de contar todo esto a los guardias... les podría ayudar a encontrar al culpable....
- Me da mucha vergüenza admitir que casi he sido violada... ellos no se iban a contentar con mi narración y no pararían de exigirme más y más detalles que son muy desagradables para mí....no puedo... no puedo...
Eran las dos de la tarde y Eloisa entró en la sala para decir que había preparado también comida para el señor cura por lo que podían pasar todos al comedor.
Continuará....