Hoy, día 2 de noviembre, la Santa Madre Iglesia Católica celebra la "Conmemoración de los fieles difuntos" que, en mi pueblo, siempre se ha llamado el "día de los muertos". En la víspera se acostumbra a visitar los cementerios. Hace poco escribí este pequeño cuento relacionado con el tema de los cementerios y que, entonces, titulé:
EL ENCARGO.
Deogracias Hurtado Calonje era rico. Insultantemente rico, pero casi nadie lo sabía. Siempre había vivido sin ostentación ni despilfarros y sólo el director de su banco, su asesor fiscal y algunos antiguos y viejos amigos conocían la magnitud de su hacienda que, aparte del chalet a las afueras del pueblo, estaba compuesto por dinero contante y sonante depositado en una sola cuenta de plazo al 3%, a pesar de los continuos ofrecimientos del director de la sucursal que, en vano, pretendía colocar el ingente capital en fondos de inversión con mayor rentabilidad.
Era viudo desde hacía más de veinte años y no tenía hijos. Los sobrinos de su mujer apenas si se acordaban de él por navidades y los suyos propios, posiblemente por desconocer la cuantía de su patrimonio, lo habían olvidado totalmente. Vivía solo en un espacioso chalet que tenía todas las comodidades. Le asistía Petronila que se ocupaba de los quehaceres del hogar y su esposo que hacía de chofer, de jardinero y se encargaba de solucionar todas las chapuzas de la casa.
Muchos años atrás solía ausentarse por temporadas y alguien contó que le habían visto en un hotel de lujo de la Costa Brava muy bien acompañado; pero esas escapadas se fueron distanciando hasta desaparecer totalmente. Su vida social era más bien escasa y se limitaba a recibir algunas visitas de los amigos a los que le gustaba obsequiar con sencillas comilonas que preparaba Santiago, el marido de Petronila, que además de tener las habilidades ya reseñadas, era un excelente cocinero.
También le visitaba periódicamente don Anselmo, el cura que, no sabía cómo, se había enterado de lo del dinero, y pretendía conseguir remedio para las innumerables necesidades de sus feligreses. Aunque don Deogracias, así le llamaba todo el mundo, era algo descreído, siempre terminaba cediendo a las peticiones del párroco, no sin antes exigirle el más cuidadoso anonimato para sus donativos.
Era don Deogracias de carácter afable y con un gran sentido del humor que no siempre era apreciado por sus convecinos, a los que se encargó durante años de ponerles motes y hacer chascarrillos a su costa, lo que le granjeó la aversión de algunos y la antipatía de casi todos.
Por entonces se construyó en el pueblo un moderno tanatorio financiado con fondos europeos, y para la inauguración vino un consejero de la Comunidad Autónoma con la asistencia de las autoridades civiles, militares, sociales y religiosas. Don Deogracias declinó la invitación porque no le gustaban esas celebraciones con una concurrencia tan heterogénea. Habían nombrado director del tanatorio a Luisito, un sobrino del teniente de alcalde que había estudiado económicas en la Complutense pero que no había conseguido aún su primer empleo.
Esa tarde le dijo a Petronila que le preparase el traje gris porque mañana tenía que salir. A las once cuarenta y dos se estaba colocando el sombrero delante del espejo del recibidor. No pasó desapercibido cuando cruzó la plaza porque no estaban acostumbrados a verle tan elegante. Pasó de largo la sucursal del banco, la farmacia, la casa rectoral y el despacho del notario y se encaminó a las afueras con dirección al recién inaugurado tanatorio.
El flamante director no pudo disimular su sorpresa al verle entrar y se apresuró a presentarle sus respetos.
-Buenos días, Luisito, quiero que me informes de todos los servicios que ofrecéis a vuestros clientes.
- Con mucho gusto, don Deogracias, ¿Ha ocurrido alguna desgracia en su familia?
- No, no es eso... digamos que quiero la información por un interés... más personal.
- Nosotros disponemos de una amplísima gama de servicios, que van desde el embalsamamiento del cadáver hasta su cremación o sepelio, pasando por los traslados y el velatorio.
- Habrá distintas categorías y precios, supongo.
- Por supuesto; disponemos desde un servicio que nosotros llamamos base, con un coste aproximado de unos mil doscientos euros, al "Todo lujo" que puede ascender a seis mil euros.
- ¿Se pueden hacer los traslados en coche de caballos?
- No, don Deogracias, eso ya no se lleva. Disponemos de modernos coches de lujo con chofer uniformado de gala, pero de caballos, lo siento, pero no.
- ¿Y puede servir un cóctel para los asistentes?
- Aquí no es costumbre; ya sabemos, como se ve en las películas, que en Estados Unidos hay esa moda, pero aquí no. En las salas de velatorio se dispone de un frigorífico y un microondas para que los deudos puedan disponer de algunos alimentos, pero lo del cóctel, lo siento, pero no.
- Y los adornos...
- Por supuesto, don Deogracias, disponemos de la más amplia y variada selección de arreglos florales. Coronas, con y sin dedicatoria, centros de flores... se pueden colocar junto al féretro y en la sala del velatorio... en eso no hay ningún problema.
- No, yo me refería a si se puede colocar alguna iluminación... digamos especial... parecida a la de la Navidad, con estrellas, cascadas de luces de colores, bombillas intermitentes... cosas así.
- Pues no, eso don Deogracias, tampoco.
- Y plañideras... tampoco, ¿verdad Luisito?
- Pues no, don Deogracias, plañideras, tampoco... generalmente las traen puestas los clientes...
Sin haber terminado de hablar se dio cuenta que se estaba poniendo un poco impertinente, pero don Deogracias no pareció darse por aludido.
- ¿Y se podrían organizar unos fuegos artificiales a la llegada del cadáver?
- ¡Qué cosas tiene usted, don Deogracias! Ya conozco su fama de guasón, ¿no me estará usted tomando el pelo?
- ¡Por Dios, Luisito, nada más alejado de mi intención, estoy hablando totalmente en serio!
- Pues lo siento, pero no llego a comprender realmente lo que usted pretende.
- Muy sencillo, quiero que mi entierro sea recordado durante mucho tiempo. Quiero hacer algo que nadie haya hecho... algo especial. Tú me conoces y sabes que no he sido nunca propenso a la ostentación y que tengo fama de tacaño, pero he pensado que cuando me muera de nada me va a servir mi dinero...
- ¿Y qué había pensado?
- Quiero, en primer lugar, que todos los traslados de mis restos sean en un coche fúnebre, tirado por cuatro caballos negros, atalajados con arreos de lujo, todos cubiertos de campanillas y cascabeles dorados... El ataúd será de madera de teca, tapizado en terciopelo azul marino - es mi color favorito- Cuando se produzca mi fallecimiento se contratará con tres de los principales diarios de tirada nacional la inclusión en la portada, de la siguiente noticia: "Grandes fiestas en su pueblo, con motivo del fallecimiento de don Deogracias Hurtado". Con el subtítulo: "Habrá importantes premios para los asistentes". Se insertará también el retrato que me pintó Antonio López y que preside el salón de mi casa...
- Perdón... disculpe don Deogracias... todo eso se sale un poco de lo que nosotros tenemos previsto... Lo de insertar una esquela en los periódicos, no hay problema, pero que se publique en la portada... y además de los tres diarios más importantes... No sé... no sé... Además, ¿Ha pensado lo que costaría todo eso...?
- Espera, Luisito, que todavía no he terminado.... Para el funeral, que se celebrará en la parroquia a las cinco de la tarde, se contratará la orquesta sinfónica y coros de RTVE... u otra de características similares, que interpretará la misa fúnebre de Mozart... Después, mientras se efectúa la cremación de mis restos, aquí en el tanatorio, dará un concierto con la "Sinfonía Patética" de Beethoven. Terminados estos actos, como ya habrá anochecido, se quemará de una gran colección de fuegos artificiales...
Don Luis Gutiérrez, el novel director del tanatorio, más conocido por Luisito, no sabía qué actitud tomar. Siempre había pensado que su interlocutor era algo raro, pero nunca pensó que estaba loco de atar... intentó interrumpir la detallada exposición...
- Un momento, Luisito, que ahora viene lo más importante... Como considero que hacer todo este dispendio no serviría de nada si no hay público, se entregará un número a todos los que pasen por el tanatorio y asistan al funeral y los demás actos programados, y entre ellos, al día siguiente, se sorteará ante Notario un premio de un millón de euros.
- No hay duda, pensó el director, ¡está totalmente loco!.. Pero, don Deogracias, se atrevió a balbucir, ¿sabe usted cuanto costaría todo eso?
- Yo he calculado, por encima, que no más de cinco millones de euros... posiblemente, seis... Porque hay que añadir que se preparará un cóctel durante todo el tiempo que dure el velatorio, que podría estar servido por cualquier restaurante local, o si no se atreven, se podría contratar con Sergi Arola... Luego está lo de las plañideras: Quiero veinte plañideras que lloren durante todo el día...
Luisito intentó intervenir, pero no le dejó.
-Sí, ya sé que ahora no hay plañideras profesionales, pero no creo que sea muy difícil encontrar veinte estudiantes de la Escuela de arte dramático... al fin y al cabo sólo tienen que interpretar....
- ¡Ah, se me olvidaba! -el viejo estaba eufórico- mis cenizas se introducirán en un ánfora de oro, que será depositada en la cripta de la iglesia, junto con los restos de los duques que descansan allí... Lógicamente, si el señor cura acepta mis deseos, se le entregará un cheque de otro millón de euros para las necesidades de la parroquia. El traslado de mis cenizas se efectuará en procesión, una vez terminado el concierto y los fuegos artificiales, desde el tanatorio a la cripta de la iglesia, acompañados por toda la corporación municipal, en cuyo caso se entregaría otro cheque con la misma cantidad para reformas e infraestructuras municipales, siempre que no faltase ningún concejal, a no ser por causa mayor y con su justificación notarial correspondiente... Sí, ya sé que todo esto es muy complejo y que supondrá mucho trabajo, pero he pensado que tú eres un chico muy despierto y servicial, y he decido hacerte este encargo...
Ahora, Luisito ya no se atrevió ni a pensar... le miraba con los ojos muy abiertos sin que se le ocurriese ninguna palabra coherente.
- Mañana, a las doce quedamos en el despacho del señor Notario, allí estará también el director del banco y el señor cura; los tres están sujetos a guardar el secreto profesional, porque, lógicamente, todo esto que te he contado es absolutamente confidencial y nadie puede saber nada antes de mi fallecimiento. Haremos los documentos precisos para concretar todos los detalles de mi última voluntad... Tú serás el encargado de llevarlos a cabo... Si se realizan tal y como yo los he pensado recibirías una recompensa de otro millón de euros...
- ¿Aceptas el encargo?