CAPÍTULO III. OÍR
MISA ENTERA TODOS LOS DOMINGOS Y FIESTAS DE GUARDAR.
La religión jugó un papel importante dentro de
nuestra niñez y juventud. Eran tiempos de silencios en Semana Santa y de ayunos
y abstinencias voluntarios, cuando los obligatorios ya eran demasiado
frecuentes en nuestras vidas.
Como
ya he dicho, el Régimen adoptó el Nacional-catolicismo como la única y
verdadera religión. Aunque tradicionalmente la gente de Chinchón había
frecuentado la Iglesia, después de la guerra esta práctica se consolidó; no
solo como reacción a los años de anticlericalismo de la guerra, sino porque
otra postura podría ocasionar represalias no deseadas por nadie.
El
primer cura en llegar, como ya he dicho, fue don Pablo Rodríguez Manzano, que
era natural de Móstoles, y que se encargó de organizar “misiones” para
catequizar a niños y adultos, que atrajo de nuevo a la iglesia a los fieles
horrorizados por los años de ateísmo y libertinaje vividos durante la guerra.
Le
sustituyó en el año 1947 don Abrahán Quintanilla Rojas, que venía de Morata de
Tajuña, y en el año 1954 llega a Chinchón don Valentín Navío López, un buen
predicador, que hizo algunas innovaciones en la liturgia y en las celebraciones
y procesiones. En su tiempo trajo desde Madrid una imagen de la Virgen de
Fátima, portada a hombros por hombres de Chinchón. Cuando llegó la imagen al
pueblo se le hizo un solemne acto de bienvenida en la plaza, haciendo un altar
encima de la Fuente Arriba, desde donde el Sr. Cura hizo una sentida homilía.
Don
Valentín Navío López dirige una plática de bienvenida con motivo de la llegada
de la imagen de la Virgen de Fátima a Chinchón.
Después
llegó a Chinchón don Moisés Gualda Carmena, que será recordado por las obras de
restauración de la iglesia parroquial, y que terminó su ministerio en nuestro
pueblo. Hay que recordar también a los coadjutores que durante este tiempo
llegaron a Chinchón: Don Juan Tena, don Federico Santiago, don Germán López,
don Enrique Argente, don Raúl Gómez, don José Manuel de Lapuerta, don Santiago
Martínez, que murió ahogado en Chinchón, don Aquilino Ochoa, don Agustín
Regadera, don Luis Lezama y don Lorenzo Merino; aunque estos últimos llegaron
cuando ya la posguerra empezaba a ser historia.
Al
hablar de la religión en aquellos tiempos, habrá que convenir que todo era
bastante sencillo. No era cuestión de entrar en profundizar en los dogmas; era
lo que entonces se llamaba la “fe del carbonero”. Si tuviéramos que buscar una
palabra que lo definiese, esa sería “sencillez”. Todo estaba como muy bien
definido y no había que discutir nada. Todo era así de sencillo. Hacer lo que
te decía el cura, el maestro y tus padres. El lema “Dios, Patria y familia” se
aplicaba con absoluta normalidad, y todo era tan sencillo como cumplir las
normas; nadie nos planteábamos que pudiera ser de otra forma, y si alguno se lo
planteaba, ya se encargaba la autoridad –Dios, Patria y familia- o sea la
Iglesia, el Poder y los Padres, en dejar bien sentados los principio
inamovibles que necesariamente había que acatar. Aunque pudiera parecer que
esto podría crear algún problema, era todo lo contrario, era muy fácil,
hacíamos lo que nos mandaban, (por lo menos cuando nos veían) y así no había
que pensar demasiado.
Había
normas, no escritas, para todo; cómo había que dirigirse a los mayores, el
comportamiento en el colegio –levantarse cuando entraba algún mayor en la
clase, estar con los brazos cruzados mientras las explicaciones del maestro-,
cómo presentarse: “Fulanito de Tal y Tal, para servir a Dios y a usted”. Y
estas normas de educación y urbanidad iban marcando nuestro carácter y nuestro
comportamiento, haciendo de nosotros unos niños muy educados y sumisos,
incapaces, no solo de contestar a una persona mayor, ni siquiera de plantearse
si lo que nos mandaban era razonable.
l
Así,
la costumbre era ley. Se iba a misa los domingos y fiestas de guardar, porque
era la costumbre. En Semana Santa era costumbre, que además de asistir a las
procesiones, no se podía cantar e incluso en la radio sólo se escuchaba música
clásica.
Pero
también había costumbres que eran esperadas con ilusión por todos nosotros. Era
la Navidad. En las Navidades de entonces hacía mucho frío; en realidad en
Chinchón hacía mucho frío desde que terminaban las Fiestas del Rosario hasta
San Isidro.
Pero
ya, a finales de diciembre, llegaban los hielos y había que calentar agua en el
fogón para que las mujeres pudieran lavar en el tinajón del patio.
A
pesar de que los tapabocas apenas si nos dejaban ver, en nuestras orejas iban
apareciendo unos hermosos sabañones sólo comparables a los que también
“florecían” en nuestras menudas pantorrillas, apenas cubiertas por ligeros
calcetines, o en nuestras manos, a pesar de los guantes de lana que casi
siempre guardábamos en el cabás - nosotros decíamos “cabaz” -para poder jugar
más libremente, al peón, a las canicas o a las “bastas”.
San
Isidro, también patrono de los labradores se celebraba todos los años en su
festividad del día 15 de mayo. La procesión a su paso por la plazuela de
Palacio.
El
monótono soniquete de la lotería, que sonaba sólo en la radio de alguna casa de
los “ricos”, era el preludio. El día veinticuatro, muy temprano, llegaba
nuestra abuela con un “nochebueno” para el desayuno. Ya por la tarde, se
formaban grupos de niños, que pertrechados con panderetas y zambombas, se
echaban a la calle para pedir el aguinaldo.
! Ande, ande, ande, la Marimorena, / ande, ande,
ande, que es la Nochebuena!
Una
“perra gorda” era la recompensa habitual después de cantar un villancico a la
puerta de las casas; en ocasiones, el premio era un polvorón y una “palomita”
de anís. Y cuando se encendían las luces de la calle, de todas las chimeneas se
escapaba la fumata blanca que anunciaba la preparación de suculentos manjares.
El olor a leña quemada se mezclaba con el sabroso olor a pepitoria que se
estaba preparando con la mejor gallina del corral - para la comida de Navidad
se preparaba un arroz con los menudillos - que iba a ser el centro de la Cena
de Nochebuena. De primero, lombarda y de postre dulce de almendra, después de
una ensalada de cardo; para terminar con unos dulces y la copita de anís que
esa noche nos dejaban probar a los niños. Después de cenar se iba a la Misa del
Gallo y a la vuelta se pasaba por la casa de los abuelos o de los tíos, por
donde iban desfilando todos los familiares para felicitar las Pascuas, donde se
jugaba al “Cuco” y donde no paraba de pasar la bandeja, esa noche, repleta de
dulces que se habían preparado en la propia casa.
Las
Navidades de la infancia siempre tendrán un recuerdo muy especial para todos.
Nuestras Navidades de la posguerra eran más dulces, si cabe, y más alegres,
porque contrastaban más con el anodino discurrir de una vida llena de
privaciones y de carencias. Los niños éramos protagonistas en esos días, y
nadie nos hacía callar, porque entonces no había televisión; y por eso, las
campanadas de fin de año las marcaba el viejo reloj de la torre que se instaló,
un 24 de mayo del año 1890, por un relojero llamado Canseco, que había
patentado un nuevo sistema para relojes de torre y por el que el Ayuntamiento
pagó 1.950 Pesetas.
Pero
unos días antes había que poner el nacimiento. En mi casa colaborábamos todos.
Mi padre traía del campo piedras para formar las montañas. Nosotros, mis
hermanos y yo traíamos el musgo de la Fuente Pata. Con un legón íbamos cortando
el musgo más fresco y colocándolo con esmero en una espuerta pequeña. Mi madre
era la directora artística y la principal artífice del belén.
Se
colocaban en el comedor unas tablas encima de unos cajones, todo ello cubierto
con una sábana y allí se iban formando todas las escenas de la Navidad; porque
en nuestro belén también aparecía la Anunciación de la Virgen, la Posada, la
Huida a Egipto; además del anuncio a los pastores, los Reyes Magos y, por
supuesto, el Portal de Belén. Las casas las hacía mi madre con cajas de cartón,
que después pintaba. En la casa de la Virgen de la Anunciación aparecían dos
arcos inspirados en el bajorrelieve que hay en el retablo de la Iglesia de
Chinchón.
Las
figuritas que se conservaban de año en año, eran de barro, policromadas y la
mayoría habían tenido que ser restauradas. Aún recuerdo un pastor “manco” que
se dirigía animoso hacia el portal, acompañando a unas ovejitas “cojas” que
había que medio clavar en el serrín que formaba el suelo para que se
mantuviesen en pie. Luego estaba el Castillo de Herodes, en lo más alto de la
montañas; un molino con una de sus aspas rota, un puente sobre un río de papel
de plata que envolvían las tabletas de chocolate y un portal de Belén formado
por trozos de corcho y una cepa retorcida salvada de la estufa, detrás de la
cual se camuflaba una bombilla envuelta en papel celofán rojo.
El
más pequeño de la casa tenía, cada año, el privilegio de poder colocar la
figura del niño Jesús sobre las pajas del pesebre; para terminar colocando una
estrella de cartón pintada de purpurina y rociar las montañas con harina para
simular la nieve, mientras los Reyes Magos caminaban majestuosos por caminos de
serrín.
Y
ya solo quedaba cantar los villancicos con los vecinos y amigos que venían con
sus panderetas para unirse también a nuestra celebración.
De
gran arraigo, la procesión de los ramos en la Semana Santa. Las autoridades
acompañan a los sacerdotes portando sus ramos de palmera.
Otra
práctica religiosa muy celebrada en aquellos años eran “Las Flores a María”.
Durante todo el mes de mayo, cuando ya la primavera había florecido en los
patios y en las corralizas de todas las casas y el aroma de las rosas (y es que
en aquellos años las rosas hasta tenían aroma) inundaba el pueblo, era el
momento de celebrar “Las Flores”. En la Iglesia, en las ermitas y en casi todas
las casas se montaban los altares a la Virgen María, que se adornaban con las
rosas recién cortadas del rosal y, a media tarde, se podían escuchar por las
calles los cantos de los niños:
“Venid y vamos todos, / con flores a María, / con
flores a porfía, / que madre nuestra es”.
Pero
no todo lo concerniente a la religión era tan bucólico. Cuando termina la
guerra, las autoridades eclesiásticas quieren delimitar claramente cuáles eran
las costumbres que debían imperar en un pueblo de tan recia raigambre religiosa
como Chinchón. Empieza a funcionar la organización de las “Hijas de María”, a
la que debían pertenecer todas jóvenes de las buenas familias del pueblo, y la
“Acción Católica” a la que todos los jóvenes debía inscribirse como aspirantes.
Simultáneamente,
como ya he contado, también había empezado a funcionar la Organización Juvenil
Española que dependía de Falange Española y de las JONS. En esta organización
se fomentaban los valores patrióticos, que aunque no estaban enfrentados a los
propuestos por la religión, primaban más el valor y el arrojo de sus miembros,
y no ponían reparos cuando alguno de sus “flechas” o “cadetes” consideraban que
era necesario hacer entrar en razón a sus adversarios empleando medios más
expeditivos, sobre todo si se trataba de los que se atrevían a no aceptar
incondicionalmente los postulados del glorioso alzamiento nacional.
A
veces los jóvenes de las dos organizaciones se unían haciendo causa común,
cuando las circunstancias y la defensa de las buenas costumbres así lo
aconsejaban.
Realmente,
no sé de quién pudo ser la idea. Los domingos, a las once de la mañana se hacía
una misa para los niños y los más jóvenes. A la entrada de la iglesia se les
entregaban unas estampas, normalmente de santos, aunque también había de la
Virgen María y del Sagrado Corazón de Jesús, debidamente selladas con la fecha
del domingo al que correspondían, con las que los niños podían justificar que
habían asistido a los oficios dominicales. Esta justificación era requerida
habitualmente por padres y maestros y la carencia de la estampa-salvoconducto
podía acarrear severos castigos. No obstante, parecía que este control no era
suficiente y así se organizaron unas patrullas de vigilancia que durante el
tiempo de la misa recorrían el pueblo para detectar a los que no cumplían con
el deber de asistir a la misa dominical como mandaba la Santa Madre Iglesia.
Cuando el infractor era descubierto, se le obligaba a ir a la iglesia, después
de un buen tirón de orejas, además de efectuar la oportuna identificación para
su posterior comunicación a las autoridades eclesiásticas y docentes, que se
encargaban de poner en conocimiento de los padres de los infractores el
terrible peligro que suponía dejar las prácticas piadosas, lo que en la mayoría
de los casos llevaría a una vida licenciosa y de incalculables peligros para
tan tiernos infantes.
Como
se ve, la influencia de la Iglesia durante este periodo fue adquiriendo un
notable incremento y algunos de sus mandatos fueron asumidos por las
autoridades civiles porque así convenían a los objetivos de la Patria; como era
el caso de la procreación. La Iglesia predicaba que había que aceptar todos los
hijos que Dios te mandaba y la Patria necesitaba un aumento de la demografía
para que aumentase la mano de obra tan necesaria para revitalizar la economía
deprimida por la guerra. Aunque hay que reconocer que a este objetivo de la
procreación también contribuían otros factores. Como podía ser que había que
economizar luz y calefacción y la alternativa era acostarse temprano, pensando
además que entonces no había televisión y la radio solo llegaba a las casas de
la clase más pudiente.
En
el año 1950 los jóvenes de la Acción Católica editaron un periódico que titularon
"Vida" y que tuvo la vida efímera de 6 meses, de enero a junio de ese
año. El que en plena posguerra y en un pueblo de poco más de 4000 habitantes se
editase un periódico mensual, aunque solo durase unos meses, presupone un nivel
cultural y una iniciativa muy poco habitual. En esta inusual tarea colaboraron,
entre otros, Mateo de las Heras, Narciso del Nero, Jacinto Santos y Alfredo
Rodríguez.
Un
hito importante en la vida religiosa para los jóvenes fue la llegada a
Chinchón, como coadjutor de la Parroquia de don José Manuel de Lapuerta, para
colaborar con don Valentín Navío que entonces era el Párroco y con el otro
coadjutor, don Raúl Gómez Noguerol.
Era
el año 1955. Recién ordenado sacerdote llega don José Manuel, y organiza un
pequeño coro para cantar en la novena del Rosario. Alquila para vivir una casa
en el Barranco y allí empieza a reunir a los niños de 10 a 15 años para jugar
al “palé” y otros juegos de mesa. Después compra una equipación y forma un
equipo de fútbol. Al año siguiente crea un Centro Parroquial en el Caserón de
la calle Benito Hortelano que pertenecía a la Fundación Aparicio de la Peña,
donde pone diversos juegos recreativos y fija la sede de la Acción Católica.
Funda la Sección de Aspirantes y aglutina a la mayoría de los niños de esas
edades.
Además
de su labor con la juventud, don José Manuel de Lapuerta practicó en Chinchón
sus dotes de poeta, creando bellas poesías que años después fueron recogidas en
un libro que se tituló “Chinchón en mi recuerdo”.
De
entonces son estos sencillos versos que recogían la alineación del equipo de
fútbol de Acción Católica:
“Y debajo de los postes/ Está Kadul de portero, /
La defensa, Jesusito, / Félix y Enrique Pedrero. / José y Chele, en la media, /
Manolo, de delantero, / Con Pepe Luis y Santiago, / “Carraña” y el Relojero”.
Para
terminar la reseña de las actividades que desarrolló en aquellas fechas, don
José Manuel también quiso organizar un grupo de teatro, para montar la obra “El
Rey Negro” de Pedro Muñoz Seca, pero con escaso éxito, porque después de largas
sesiones de ensayo, nunca llegó a estrenarse.
La
primera Misa en Chinchón del José Medina Pintado, un acontecimiento importante
en la vida religiosa del pueblo, cuando un hijo de Chinchón cantaba su primera
misa.
Durante
esos años hubo un florecimiento de las vocaciones sacerdotales en Chinchón, por
el énfasis que ponían los curas en animar a que los jóvenes fuesen al
Seminario. El hecho real es que pocas de aquellas vocaciones llegaron a
cristalizar en el sacerdocio. Tan solo don Isidoro Pérez Montero, don Domingo
Vega Gaitán, don Manuel Sardinero de Diego y don José Medina Pintado. Antes,
otros sacerdotes nacidos en Chinchón, fueron don León Montero Frutos, don
Emiliano Montero Ruiz y don Antonio Ontalva Manquillo, que murió asesinado
durante la guerra civil; y mucho después don José Juan Lozano Carrasco.
En
aquellos años se celebraba el DOMUND, o lo que es lo mismo, el domingo Mundial
de las Misiones, que aquí también se llamaba de la Propagación de la Fe; con un
gran despliegue de participación de todos los niños. Era como la cuestación
actual de la “banderita” contra el cáncer y se celebraba el cuarto domingo de
octubre, y en Chinchón ya hacía mucho frío. Con nuestros abrigos recién sacados
del armario, íbamos a la sacristía a recoger nuestras huchas en forma de
cabezas de niños, en las que se representaban a un negrito, un chino y hasta un
piel roja para lanzarnos a la calle para pedir por las misiones. Antes el señor
cura había dicho en la misa que aunque era importante pedir a Dios que enviase
misioneros a predicar el evangelio, también era muy importante colaborar
económicamente con las misiones.
Y
es que la Iglesia nunca descuidó el aspecto económico. Recuerdo que en alguna
ocasión nuestras madres nos mandaban a la Sacristía para comprar las bulas que
nos permitían no tener que hacer abstinencia de comer carne durante todos los
viernes del año. “Comprando” esta bula, te era permitido hacer dicha
abstinencia solo durante los viernes de la Cuaresma. Aunque también hay que
aclarar que el señor cura, que conocía a todos sus feligreses, daba la bula
adecuada a la economía de cada familia.
Por
entonces, en época de carencias, era importante la caridad para socorrer a los
necesitados. En Chinchón, aunque se tenía solo para ir tirando y había pocos
ricos, abundaban los pobres, pero había pocos de los que se llamaban “pobres de
pedir”. No obstante no faltaban los pordioseros que llegaban de los pueblos cercanos
a pedir su limosna por las calles. La gente no solía tener dinero para darles,
pero nunca faltaba quien les ofreciese algo de comida. Aunque, por entonces, se
solía oír con bastante frecuencia, aquello de
- ¡”Dios le ampare, hermano”!
La
iglesia hacía mucho énfasis en aquello de la propagación de la fe, de las
misiones, y del apostolado, y además de las tradicionales cofradías de toda la
vida, empezaron a tener una presencia más activa la Acción Católica, las Hijas
de María, el Apostolado de la fe y la Adoración Nocturna.
Aunque
entonces empezamos a ver una imagen más amable de la religión por los métodos
pastorales del nuevo cura, los dogmas y la moral católica seguían siendo
pétreos. Según el dicho de que todo lo que nos gusta o engorda o es pecado;
como entonces casi nadie engordaba, por defecto, casi todo era pecado.
En
aquellos años se nos ponía como un modelo a seguir a la joven italiana María
Goretti que había sido elevada a los altares por la ejemplaridad de su vida y
de su muerte. Una niña obediente y dedicada a la ayuda de sus padres ya
mayores; a la edad de 12 años fue asesinada por un joven que intentó abusar de
ella, prefiriendo la muerte a perder su inmaculada virtud. Desde el púlpito de
la iglesia y desde el cuarto de estar de nuestras casas nos proponían a la
nueva santa como ejemplo a seguir, sobre todo por las niñas, puesto que en ella
se daban las virtudes más apreciadas entonces: la obediencia, la laboriosidad y
sobre todo, la pureza.
Por
el contrario, hubo un gran escándalo en toda España por el estreno de la
película “Gilda” que protagonizaban Rita Hayworth y Glenn Ford. La sonora
bofetada que Glenn da a la protagonista era recibida con aplausos por un sector
del público y con silbidos y abucheos por otros.
Un
ejemplo de la ola de moralidad que imperaba en aquellos tiempos es esta curiosa
noticia que publicaba la prensa en el año 1952:
“Se
abre hoy, en Santander, el II Congreso Nacional de Moralidad en Playas y
Piscinas, bajo la presidencia de los obispos de Santander y Sión. La falta de
pudor y recato en playas y piscinas, preocupa a las personas biempensantes. La
exposición pública del cuerpo puede alentar gravemente al pecado”
Es solo una muestra
de los parámetros de la moralidad en la que nos movimos en aquellos años. Pero,
después de todo, logramos sobrevivir y sin padecer ningún trauma irreversible
para nuestra vida futura. Pero es que ya he dicho, que entonces éramos tan
pobres que ni un mínimo trauma nos podíamos permitir.
Continuará....