Me han entregado las enfermeras del Gregorio Marañon tu cariñosa carta en la que te unes a nuestra soledad y compartes tus vivencias también solitarias aunque rodeada de vecinos seguro que más bulliciosos que mi compañero de habitación con el que ya comparto confidencias y afecto.
Me gustaría poder contactar contigo pero no he encontrado dónde dirigirme; por eso te escribo en mi blog El Eremita con el improbable resultado de poderlo conseguir.
Hablas de descubrir las ventanas. A mi me lo enseñó hace ya muchos años un señor muy mayor del que llegué a hacerme amigo.
Era un viejo con el rostro arrugado por los vientos y las manos desgastadas por las rudas tareas del campo; nos contó que en las nubes suelen viajar sueños y palabras, que luego caerán en forma de lluvia, como versos y sentimientos, en esos días en que el calor del amor o el frío del desdén afloran en las almas de los poetas y en el corazón de los enamorados.
Yo, en los ocasos dorados, dijo, me suelo asomar a la ventana que mira al poniente y en los blancos amaneceres, a la que se ilumina con las primeras luces del alba y a veces he logrado escuchar esos versos llenos de ternura que se han debido escapar de la nube blanca para adornar los requiebros del enamorado que despide a la amada que se va con los últimos rayos del sol, o que han inspirado al poeta insomne que ha velado toda la noche a la espera de esas mágicas palabras que solo llegan cuando la luz de la mañana se mezcla con su sopor, en la duermevela de su conciencia.
Gracias Susana por acordarte de nosotros cuando la mayoría anda enzarzado en cuestiones baladíes que en nada nos ayuda.
Manolo El Eremita.