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“Las tertulias de invierno en Chinchón” de Antonio Valladares Sotomayor.
(Cultura)
Me
sorprendió encontrarme, en la Enciclopedia Universal Interactiva de la
Editorial Collier, con la existencia de esta publicación. Allí, en el epígrafe
Valladares Sotomayor, Antonio, decía: Escritor español, gran ilustrado, cuya
obra principal es la edición del Semanario Erudito (1787-1791) que
Floridablanca mandó suspender, continuando en 1816 con el Nuevo Semanario
Erudito. Es notable también su Almacén de frutos literarios (1804). Es autor de
obras de teatro, de la novela La Leandra (1797-1807), de obras históricas: Vida
interior de Felipe II (1788); Fragmentos históricos de la vida de José Patiño
(1796), y de las Tertulias de Invierno en Chinchón (1815), interesante documento
de la época.
A
la sorpresa le siguió la curiosidad. Entré en internet, y posiblemente por mi
poca pericia en el medio, mi búsqueda fue infructuosa. El siguiente paso fue
dirigirme a la Biblioteca Nacional, donde me informaron que el libro no estaba
en sus fondos, pero me facilitaron datos concretos de su existencia en la
Biblioteca de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Posteriormente, encontré en internet la existencia de otros ejemplares en la
Biblioteca del Mosteiro de Poio en Galicia.
Como
en la Enciclopedia se decía que las “Tertulias” era un interesante documento de
la época, pensé que allí podría encontrar datos interesantes de la vida
política, social y cultural de Chinchón referidos al primer tercio del siglo
XIX, me dirigí al C.S.I.C. donde la directora de la biblioteca me dio toda
clase de facilidades y se ofreció personalmente a localizar los libros, que
aunque están catalogados, estaban pendientes de colocación definitiva en los
fondos de la biblioteca.
“Tertulias
de Invierno en Chinchón” es una obra que consta de cuatro tomos. Su tamaño es
de 16 centímetros de alto por 10 de ancho y cada uno tiene unas 220 páginas.
Los dos primeros están editados en el año 1815, el primero, por la imprenta de
D. Francisco de la Parte, y el segundo, por la imprenta de la Viuda de Vallín.
En
los tomos 3.º y 4.º el título es Tertulias de Chinchón, están editados en el
año 1820 e impresos en la imprenta de la Viuda de Aznar y se pusieron a la
venta en las Librerías Vizcaíno, en la calle Concepción Gerónima y en la
plazuela de Santo Domingo.
Los
cuatro tomos están algo deteriorados, con tapas de cartón de color azul claro y
lomos también de cartón marrón con el nombre del autor y el tomo en números
romanos, con una especie de pegatina de cuero en que está grabado el título.
Estos
ejemplares pertenecieron al académico gallego D. Armando Cotarelo Valledor, que
nació en Vegadeo-Asturias en el año 1879 y murió en Madrid en el año 1950.
En
el tomo primero aparece un sello del librero-anticuario Luis Bardón.
El
autor, Antonio Valladares de Sotomayor, dedica esta obra a D. Cayetano Miguel
Manchón, al que agradece sus desvelos y sus enseñanzas, en recuerdo del miedo
que pasaron juntos en Madrid los días 2 y 3 de mayo de 1808.
En
la presentación de la obra nos cuenta que doña Elvira Samaniego, que por
entonces contaba con 50 años, mujer que aún conservaba parte de la belleza de
cuando tenía 20, enviudó de Don Segismundo -no indica apellido-que había
profesado con éxito la jurisprudencia.
Decía
don Segismundo que el letrado que perdiese un juicio debería quedar obligado a
satisfacer al cliente los daños y perjuicios que le causasen, pues de este modo
ni habría tantos litigios, ni tan malos abogados; y es que él jamás admitió la
defensa de ningún litigio si no le canonizaba por justo la razón, por lo mismo,
habiendo defendido tantos, no perdió ninguno.
Al
morir su esposo le quedaron tres hijas, en edad de merecer, Nicasia, Dorotea y
Polonia, y las cuatro mujeres guardaron luto en la Corte durante un año, llorando
a tan ilustre marido y progenitor.
Nos
cuenta el autor que la educación que don Segismundo dio a sus hijas fue
correspondiente a la delicadeza de su conciencia, hizo que aprendieran a leer y
a escribir, aquello con sentido y esto con buena ortografía, porque sin estas
cualidades, es lo primero gruñir y lo segundo, pintar. Aprendieron gramática,
historia sagrada y de la patria, mitología y los idiomas francés e italiano.
Estudiaron música, tocando varios instrumentos y cantando con primor.
Pasado
este año, la madre pensó que era ya hora de ofrecer a sus hijas una vida menos
recluida y les propuso trasladarse a una casa que tenían en Chinchón, donde con
su marido habían pasado tantos veranos. Las hijas aceptaron muy complacidas y
las cuatro se trasladaron a esa casa, tan querida para doña Elvira, de la que
su difunto esposo había sido el único arquitecto y director de la fábrica y que
tenía una bella disposición y repartimiento de sus habitaciones y una preciosa
distribución del terreno de un dilatado y frondoso jardín que tenía.
Cuando
llegan al pueblo, a finales del otoño del año 1813, reciben numerosas visitas
de sus familiares y amigos de la Corte, pero, sobre todo, son calurosamente
acogidas por los vecinos, antiguos conocidos de sus estancias veraniegas.
Cuando
ya están instaladas, a primeros del año 1814, reciben la visita del Señor Cura
Párroco Selbor con su sobrino Baltasar, acompañados de D. Paulino que era
joven, rico y filósofo, otro joven llama-do Agustín y por don Gabriel Yer y
doña Juliana Mezgo, que también era viuda.
El
señor cura les propone celebrar, para hacer más llevaderas las largas noches de
aquel invierno, unas tertulias para lo que encarga a cada uno de ellos preparen
temas de interés, puesto que los acontecimientos del pueblo eran de escasa
importancia.
La
obra narra las intervenciones de todos los contertulios durante doce jornadas,
desde el lunes 3 de enero al sábado 14 de enero de 1814, que se celebraron en
la casa de doña Elvira, puntualmente a las 8 de la noche, con excepción de la
del domingo 8 de enero que se celebra una pequeña fiesta en la casa del
párroco. Todas las tertulias suelen terminar con breves conciertos que ofrecen
las tres hermanas, con Nicasia, la mayor, al pianoforte.
A
través de estas tertulias se van formando las parejas de Nicasia con Agustín,
Dorotea con Paulino y la pequeña Polonia con Baltasar, el sobrino del cura.
El
planteamiento de la obra no es más que una excusa para que el autor escriba
sobre diversidad de temas en los que pone de manifiesto su erudición y su
amplia cultura, así como su sentido del humor. Cuentan historias como “La virtud
premiada” una romántica narración de la que es protagonista el Conde Fabricio
de Ferrara.
Habla
de los siete sabios de Grecia, de Mitología, de Historia de las Herejías, -que
él llama secta- desde la “Simonía” de Simón el Mago, hasta Lutero y Calvino
pasando por Mahoma, al que llama monstruo del siglo VII.
Hace
un tratado de las distintas formas de gobierno, intercala fábulas en las que
los animales son los protagonistas, cuentan anécdotas, pensamientos de
personajes famosos, intercalando versos satíricos, como el de aquel personaje
que estaba sojuzgado por su esposa, y al morir ésta, escribe:
Murió mi esposa este invierno y mi gozo
fue notorio
porque ella fue al purgatorio y yo salí
del infierno.
O lo que escribe un hombre pobre, enfermo
de gota:
Aunque pobre y en pelota mal de ricos me
importuna
porque al mar de mi fortuna no le falta
una gota.
Llega,
incluso, a dedicar un amplio tratado a la “Importancia del uso de los anillos”
a través de la historia, para terminar con dos pequeñas obras de teatro, en las
que se indica expresamente que su autor es Antonio Valladares de Sotomayor; la
primera en verso titula-da “Los Criados embusteros”, y la segunda que la
presenta así:
“Comedia
sin fama en prosa e intitulada “La Maleta” en tres actos. Su autor: Antonio
Valladares de Sotomayor.”
Es,
pues, una obra que en la actualidad no tiene más interés que conocer
someramente cuál era la forma de pensar a primeros del siglo XIX, pero su
estilo está desfasado y los temas obsoletos. El que el autor sitúe la acción en
Chinchón es una incógnita por ahora. En un principio consideré que era
imposible intentar ubicar históricamente en Chinchón a los personajes del
libro, ya que el autor da muy pocos datos. Después pensé que era posible que,
incluso, caso de ser reales, llegase a cambiar los nombres para que nadie los
pudiese reconocer, y como no existe acción y no se hace referencia a ningún
hecho concreto del pueblo, sería aventurado atreverse a identificarles. No
obstante, siguiendo con esta hipótesis, empecé a hacer cambios con las letras
de los nombres y me encontré que Selbor leído al revés es Robles y que el
párroco de Chinchón en aquellos años era don José Robles, como se recoge en la página
73 de la historia de Chinchón de Narciso del Nero, con motivo de la jura de la
Constitución de las Cortes de Cádiz el día 29 de septiembre de 1812 que tuvo
lugar en el convento de los Agustinos de Chinchón, en la que hizo una sentida
homilía el referido cura párroco.
Este
descubrimiento me animó y pude comprobar que por aquellos años era notario en
Chinchón don Gabriel González Rey, que aparece en el libro como Gabriel Yer
-Rey al revés- omitiendo también el primer apellido para hacerlo más irreconocible.
El dato está tomado del testamento efectuado por Camilo de Goya con fecha 6 de diciembre
de 1825 ante este notario. Asimismo existe en el archivo parroquial un
testimonio notarial de los hechos acaecidos en el año 1808 en Chinchón,
firmados por este mismo notario, por lo que podemos deducir que ejerció este
cargo en Chinchón, por lo menos, desde 1808 a 1825.
De
los otros personajes, doña Juliana Mezgo, que bien podría ser doña Juliana
Gómez, de Agustín, Baltasar y Paulino, así como de la señora de don Segismundo,
doña Elvira Samaniego, y sus tres hijas, Nicasia, Dorotea y Polonia no he
podido deducir su existencia por los datos históricos de que dispongo, pero por
los antecedentes, podríamos colegir que eran personas reales que existieron en
Chinchón y que el autor, Antonio Valladares Sotomayor, debió haber estado
viviendo en Chinchón, aunque sólo fuese temporalmente.
Después
he podido comprobar en el censo de población que existe en el Archivo Histórico
de Chinchón, correspondiente al año 1814 que el cura párroco, D. José Robles
vivía en el número 14 de la calle del Convento, que el notario D. Gabriel
González Rey, vivía en el número 9 de la calle Grande y que en la calle del
Paje vivía un tal Paulino Montes, que era liquidador y que bien podía ser otro
de los personajes del libro.
Lo
que sí pueden indicarnos estos libros es que por aquellos años en Chinchón
debería de existir un cierto nivel cultural en algunos círculos de personas que
vivían total o parcialmente en el pueblo.
El
autor dice en el tercer tomo, que se publica cinco años después que los dos
primeros, que este retraso se ha debido a problemas personales, sin especificar
ninguno, y que su publicación se ha debido a la gran aceptación que tuvieron en
la Corte la transcripción de las tertulias. Es muy posible que sólo sea una
argucia literaria y que las tertulias, realmente, nunca se llegasen a celebrar.
No obstante, la tradición de las veladas musicales en Chinchón, que enlazaron
con las representaciones teatrales por grupos de aficionados, ha llegado hasta
nuestros días, así como las tertulias literarias y poéticas que llegaron a
plasmarse, incluso, en publicaciones que han ido apareciendo en diversas épocas
con distintos nombres y que también han llegado hasta hoy.
Posiblemente,
este libro no sea más que una anécdota en la importantísima vida que se
desarrolló en Chinchón durante el siglo XIX.
Casi
doscientos años después, se reproduce en Chinchón una situación cultural
interesante, dado que diversos personajes de las letras, de las artes y del
espectáculo han ido fijando aquí su residencia, además de movimientos
culturales autóctonos que van desde agrupaciones teatrales de aficionados hasta
asociaciones con fines netamente culturales, cuya labor por la cultura en
Chinchón es digna de encomio.
Podría
ser la ocasión de hacer revivir, ahora de verdad, una tradición tan interesante
como la de tertulias literarias, artísticas, políticas y musicales, puesto que
hay en nuestro pueblo personas con sobradas dotes para dar realce a las
tertulias que sobre cualquiera de estos temas se podrían organizar.
Relator independiente.