(Retrato de Camilo Goya, el cura de Chinchón, pintado por su hermano, Francisco de Goya y Lucientes).
Antonio Valladares Sotomayor (villa de Rianxo (Galicia) el 30 de julio de 1737, La Coruña, 1738 - Madrid, 1820) fue un prolífico escritor español, gran ilustrado, cuya obra principal es la edición del “Semanario Erudito” (1787-1791) que Floridablanca mandó suspender, continuando en 1816 con el Nuevo Semanario Erudito. Escribió también “Almacén de frutos literarios” (1804) y es autor de obras de teatro, de la novela “La Leandra” (1797-1807), y de obras históricas: Vida interior de Felipe II (1788); Fragmentos históricos de la vida de José Patiño (1796). Pero el motivo de hacer aquí referencia a su obras es porque en el año 1815 escribió “Tertulias de Invierno en Chinchón” , considerado como un interesante documento por el que se pueden conocer la sociedad de la época.
Aunque no tenemos referencias de cómo el escritor entró en relación con Chinchón, debió ser por su amistad con la familia Patiño, que ostentaba el título de Marqués de la Corona y que tenía casa en Chinchón.
En “Tertulias de Invierno en Chinchón”, el autor aprovecha el planteamiento de una serie de tertulias como excusa para escribir sobre diversidad de temas en los que pone de manifiesto su erudición y su amplia cultura, así como su sentido del humor. En él nos cuenta que una viuda y sus tres hijas se trasladan a Chinchón y allí se organiza una serie de tertulias literarias y musicales en las que intervienen varios personajes como el Párroco Selbor y don Gabriel Yer, entre otros. Es, pues, una obra que en la actualidad no tiene más interés que conocer someramente cuál era la forma de pensar a primeros del siglo XIX, pero su estilo está desfasado y los temas obsoletos.
Aunque no tenemos referencias de cómo el escritor entró en relación con Chinchón, debió ser por su amistad con la familia Patiño, que ostentaba el título de Marqués de la Corona y que tenía casa en Chinchón.
En “Tertulias de Invierno en Chinchón”, el autor aprovecha el planteamiento de una serie de tertulias como excusa para escribir sobre diversidad de temas en los que pone de manifiesto su erudición y su amplia cultura, así como su sentido del humor. En él nos cuenta que una viuda y sus tres hijas se trasladan a Chinchón y allí se organiza una serie de tertulias literarias y musicales en las que intervienen varios personajes como el Párroco Selbor y don Gabriel Yer, entre otros. Es, pues, una obra que en la actualidad no tiene más interés que conocer someramente cuál era la forma de pensar a primeros del siglo XIX, pero su estilo está desfasado y los temas obsoletos.
El que el autor sitúe la acción en Chinchón es una incógnita por ahora. En un principio consideré que era imposible intentar ubicar históricamente en Chinchón a los personajes del libro, ya que el autor da muy pocos datos. Después pensé que era posible que, incluso, caso de ser reales, llegase a cambiar los nombres para que nadie los pudiese reconocer, y como no existe acción y no se hace referencia a ningún hecho concreto del pueblo, sería aventurado atreverse a identificarles. No obstante, siguiendo con esta hipótesis, empecé a hacer cambios con las letras de los nombres y me encontré que Selbor leído al revés es Robles y que el párroco de Chinchón en aquellos años era don José Robles, como se recoge en la página 73 de la historia de Chinchón de Narciso del Nero, con motivo de la jura de la Constitución de las Cortes de Cádiz el día 29 de septiembre de 1812 que tuvo lugar en el convento de los Agustinos de Chinchón, en la que hizo una sentida homilía el referido cura párroco. Este descubrimiento me animó y pude comprobar que por aquellos años era notario en Chinchón don Gabriel González Rey, que aparece en el libro como Gabriel Yer -Rey al revés- omitiendo también el primer apellido para hacerlo más irreconocible. El dato está tomado del testamento efectuado por Camilo de Goya con fecha 6 de diciembre de 1825 ante este notario. Asimismo existe en el archivo parroquial un testimonio notarial de los hechos acaecidos en el año 1808 en Chinchón, firmados por este mismo notario, por lo que podemos deducir que ejerció este cargo en Chinchón, por lo menos, desde 1808 a 1825.
De los otros personajes, doña Juliana Mezgo, que bien podría ser doña Juliana Gómez, de Agustín, Baltasar y Paulino, así como de la señora de don Segismundo, doña Elvira Samaniego, y sus tres hijas, Nicasia, Dorotea y Polonia no he podido deducir su existencia por los datos históricos de que dispongo, pero por los antecedentes, podríamos colegir que eran personas reales que existieron en Chinchón y que el autor, Antonio Valladares Sotomayor, debió haber estado viviendo en Chinchón, aunque sólo fuese temporalmente. Después he podido comprobar en el censo de población que existe en el Archivo Histórico de Chinchón, correspondiente al año 1814 que el cura párroco, D. José Robles vivía en el número 14 de la calle del Convento, que el notario D. Gabriel González Rey, vivía en el número 9 de la calle Grande y que en la calle del Paje vivía un tal Paulino Montes, que era liquidador y que bien podía ser otro de los personajes del libro. Lo que sí pueden indicarnos estos libros es que por aquellos años en Chinchón debería de existir un cierto nivel cultural en algunos círculos de personas que vivían total o parcialmente en el pueblo.
Estas tertulias están editadas en cuatro pequeños tomos, en los años 1815, los dos primeros y en 182o, los dos segundos.
Por este libro podemos conocer que por aquellos años en Chinchón debería de existir un cierto nivel cultural en algunos círculos de personas que vivían total o parcialmente en el pueblo. También queda constancia de la tradición de las veladas musicales en Chinchón, que enlazarían con las representaciones teatrales por grupos de aficionados.
Casi doscientos años después, se reproduce en Chinchón una situación cultural interesante, dado que diversos personajes de las letras, de las artes y del espectáculo han ido fijando aquí su residencia, además de movimientos culturales autóctonos que van desde agrupaciones teatrales de aficionados hasta asociaciones con fines netamente culturales como el Colectivo Fuente Pata, cuya labor editorial de temas sobre Chinchón es digna de encomio.
Podría ser la ocasión de hacer revivir, ahora de verdad, una tradición tan interesante como la de tertulias literarias, artísticas, políticas y musicales, puesto que hay en nuestro pueblo personas con sobradas dotes para dar realce a las tertulias que sobre cualquiera de estos temas se podrían organizar, por ejemplo, dentro de los Cursos de Verano que organiza la Fundación Arauco.
Estas tertulias están editadas en cuatro pequeños tomos, en los años 1815, los dos primeros y en 182o, los dos segundos.
Por este libro podemos conocer que por aquellos años en Chinchón debería de existir un cierto nivel cultural en algunos círculos de personas que vivían total o parcialmente en el pueblo. También queda constancia de la tradición de las veladas musicales en Chinchón, que enlazarían con las representaciones teatrales por grupos de aficionados.
Casi doscientos años después, se reproduce en Chinchón una situación cultural interesante, dado que diversos personajes de las letras, de las artes y del espectáculo han ido fijando aquí su residencia, además de movimientos culturales autóctonos que van desde agrupaciones teatrales de aficionados hasta asociaciones con fines netamente culturales como el Colectivo Fuente Pata, cuya labor editorial de temas sobre Chinchón es digna de encomio.
Podría ser la ocasión de hacer revivir, ahora de verdad, una tradición tan interesante como la de tertulias literarias, artísticas, políticas y musicales, puesto que hay en nuestro pueblo personas con sobradas dotes para dar realce a las tertulias que sobre cualquiera de estos temas se podrían organizar, por ejemplo, dentro de los Cursos de Verano que organiza la Fundación Arauco.