Tal y como está el patio, pocos cambios se pueden esperar en el caso de que se convoquen nuevas elecciones. Pero, ¿a quién puede interesar que haya nuevas elecciones?
En principio a nadie, pero igual, a todos. En la situación en que nos encontramos hay quienes no tienen ninguna oportunidad de maniobra. El Partido Popular parece que ha renunciado a intentar siquiera formar un gobierno, porque es incapaz de conseguir ningún apoyo a pesar de haber sido el partido que más votos obtuvo en las pasadas elecciones (no el que las ganó). Así que en esta situación, su única salida es intentar conseguir mejores resultados en esa nueva oportunidad. Para ello cuenta con una amenaza: el liderazgo de Rajoy, y una oportunidad: el desencanto de sus votantes que optaron por Ciudadanos y que han visto que ese voto, en la práctica no ha valido para nada.
El Partido Socialista, con los peores resultados de su historia, reconocido por Susana Díaz, difícilmente va a conseguir mejorarlos, teniendo en cuenta su situación interna y su indefinición. Por eso, solo le queda aprovechar la oportunidad que tiene de formar un gobierno con los mimbres que ahora dispone, aunque a la larga pueda ser un suicidio.
Para seguir el orden de los resultados de las urnas, Podemos se quedó corto y piensa que en unas nuevas elecciones lograría pescar algunos votos más de los socialistas, aunque tendría que negociar nuevos acuerdos con sus socios y con Izquierda Unida para ser el mejor referente de la izquierda.
Ciudadanos se quedó en tierra de nadie y su protagonismo también quedó en entredicho, pero a la vista de la situación, no tiene para una hipotética consulta en las urnas, muchas mejores perspectivas que las actuales.
Según todo esto, todos están pensando aquello de "Virgencita, que me quede como estoy". Pero aunque todos dicen que es hora de mirar por el bien de España y no guiarse por intereses partidistas, la realidad es que parece que el bien común les interesa más bien poco a todos ellos.
Todos los movimientos tácticos que estamos viendo en estos días parecen encaminados más a buscar un buen puesto de partida para esas nuevas elecciones que una buena solución para la gobernabilidad del país.
Porque no hay que olvidar que lo que escuchamos a los líderes políticos solo son palabras que enmascaran lo que dicen los que de verdad mandan en todo esto, y que serán, a la postre, los que decidirán si vamos o no a unas nuevas elecciones generales, porque como dicen en Cataluña, "la pela es la pela".
La realidad
Las perspectivas de Iglesias mejorarían mucho, eso sí, si recordara más a menudo que el arma secreta de los soberbios es la humildad
Todo el mundo está empeñado en interpretar la voluntad que los españoles expresaron el 20 de diciembre y cualquier observador imparcial concluiría que somos un país de esquizofrénicos, ya que ni una sola interpretación coincide con otra. La razón es que los deseos jamás se han confundido tanto con la realidad. Y el problema es que la realidad no posee la facultad de cambiar de forma o de naturaleza por resultar irritante para mucha gente. No va a cambiar ni un ápice porque la negativa de Podemos a gobernar con Ciudadanos se califique como un acto de arrogancia y desprecio intolerable, mientras que la negativa de Ciudadanos a gobernar con Podemos se considere una postura coherente, honrosa y patriótica. A mí, Podemos no me da ni pizca de miedo. Me asustan mucho más los exministros socialistas colocados en consejos de administración de multinacionales que exigen una gran coalición. Pero la falta de objetividad que se desborda en multitud de opiniones no logrará que los votantes de Podemos cambien de opción, ni que muchos, demasiados votantes del PSOE, permanezcan fieles a un partido que se arruga ante la posibilidad de formar un Gobierno de izquierdas. Tal vez me equivoque, pero esta es mi propia interpretación de la realidad. Quienes demonizan a un partido que en este momento, guste o no, tiene la sartén por el mango, porque si no entra en el Gobierno crecerá espectacularmente en las próximas elecciones, provocan un efecto contraproducente en los ciudadanos con sentido crítico, cuyo número es muy superior al que calculan las empresas demoscópicas y así les va después, por cierto. Las perspectivas de Iglesias mejorarían mucho, eso sí, si recordara más a menudo que el arma secreta de los soberbios es la humildad.