Otra narración corta, esta en tres entregas, que os iré poniendo en los próximos días. Es un cuento de intriga, que dediqué a mi hija Alba, que, por entonces, era muy aficionada a estos relatos de misterio. Espero que os guste, como ella me dijo que le había gustado... aunque, a lo mejor era por el parentesco...
I
Las noches de invierno en el pueblo eran demasiado largas y demasiado frías. Ernestina no recordaba la última vez que había salido sóla después de la puesta del sol. Posiblemente antes que muriese su Pedro, después, seguro, no.
Y la verdad es que había logrado dar un cierto confort al inmenso caserón que le hacía acogedor... y seguro. Todas las ventanas estaban cerradas por gruesas rejas de forja. En los balcones, las antiguas contraventanas habían sido reforzadas y convenientemente restauradas para que a través de ellas no pudiese entrar ni el gélido aire de la sierra cercana. La puerta, que podía datar de finales del siglo dieciocho, se había conservado en buen estado gracias a la calidad de su madera y no hacía más de dos años que habían sido repuestas las viejas bisagras de hierro que habían empezado a mostrar síntomas de lógica oxidación por la humedad a la que habían estado sometidas durante tantos años. Las tapias de los patios y de los corrales eran altas y estaban protegidas por gruesos cristales de botellas rotas que habían sido semienterrados en su parte superior. Y además estaba Cacique.
Era un pastor alemán de diez años. Se lo había regalado su hermana dos años después de enviudar y ahora era la mejor compañía de las dos mujeres, porque Eloisa, que también se había quedado sola cuando murieron sus padres, hacía ya tres años que vivía con ella. Su hermana mayor era soltera y ella no había tenido hijos, toda su familia eran unos sobrinos de Pedro que vivían en la capital y a los que sólo veía muy de tarde en tarde, y eso porque pensaban heredar la casa, las tierras, los libros y el buen dinero que pensaban debía tener su tía política.
A sus cincuenta y un año, que había cumplido el día de difuntos, todavía era una mujer atractiva. Sus facciones algo angulosas estaban dulcificadas por una piel blanca e hidratada en la que apenas si se marcaban unas pequeñas arrugas en el contorno de los ojos que no hacía sino darle un aspecto más juvenil. Su cabello, no demasiado cuidado, originariamente de color castaño oscuro, se había ido aclarando por los sucesivos tintes que trataban de disimular las canas que delataba la raiz de su pelo. El poco trabajo que había realizado durante toda su vida y muy especialmente desde que murió su queridísimo marido, se podía adivinar por el expléndido cuerpo que aun conservaba. Su metabolismo le permitía no privarse de ninguno de sus caprichos culinarios - como decía ella, los únicos que tenía - y su figura estilizada adquiría una serena elegancia por las ropas siempre oscuras con que vestía desde su viudez.
Eloisa era otra cosa. Se había quedado soltera, ella decía que para cuidar a sus padres, pero la realidad era que no había tenido ningún pretendiente medianamente aceptable. Tan sólo Eufrasio, cuando eran todavía muy jóvenes, y que se casó con una chica de Pontevedra porque le había embarazado cuando hizo el servicio militar en la marina. Cinco años mayor que su hermana, había salido a la familia de su padre y nadie que nos las conociese aseguraría que eran hermanas. Pero su carácter bonachón y servicial hacían pronto olvidar su aspecto físico cuando se le trataba un poco.
Y en esto tampoco se parecían las dos hermanas. Su aspecto pulcro y frágil no delataba el genio agrio e irascible que tenía y que había ido ganando en intensidad a medida que iba cumpliendo años. Las vecinas decían que lo que necesitaba era que un hombre calmase su vehemencia, y es posible que tuviesen razón.
Cuando murió Pedro, a sus treinta y nueve años recién cumplidos, se sumió en un total aislamiento que no dió opciones a que ningún hombre, ya fuese casado o soltero, se le pudiese acercar. En su vida conyugal no había tenido experiencias especialmente dignas de añoranza y desterró para siempre la idea de volver a conocer a otro hombre. Tan sólo en una ocasión le había cautivado un joven que llegó al pueblo para sustituir al médico titular, pero, desgraciadamente, la suplencia no duró nada más que los tres meses de aquel verano.
Eloisa y ella apenas hablaban y la mayor parte de las horas del día las empleaba en oir música y leer los libros de la biblioteca que su marido heredó de un abuelo que llegó a ser académico. De vez en cuando se acercaba a la biblioteca municipal para actualizarse en las nuevas tendencias literarias pero lo que más le gustaba era la literatura fantástica y de intriga de la que su biblioteca tenía una amplísima colección. Su hermana le decía que le iba a pasar como a don Quijote y que poco a poco se iba a volver loca con tanto misterio, tanta intriga y tanta fantasía.
Sobre todo en verano, desde la calle se veía la pequeña lamparilla de su mesilla de noche encendida hasta casi la madrugada.
Y con estas cosas se iba alimentando en el pueblo su fama de culta, rica y elegante.. junto con su fama de arisca, insoportable y loca.
Aunque de joven no se había distinguido por su vida religiosa, a raíz de la muerte de su marido había buscado el consuelo de la fe y casi sus únicas salidas eran a las celebraciones religiosas de la Iglesia. El párroco era su confesor y en repetidas ocasiones le había aconsejado una mayor apertura a la vida social. Ella con su posición, su cultura y su saber estar podía liderar la renovación de la vida del pueblo que permanecía anclado en las más retrógradas tradiciones y totalmente de espaldas al progreso que estaba experimentando el resto del país. Y ella siempre se había negado. Podríamos convenir que toda su vida se centraba en ella misma, su música, sus libros, la compañía de su hermana que le solucionaba sus problemas de aprovisionamiento, su perro que le daba confianza y una superficial vida religiosa que no le obligaba a mucho más de la misa de los domingos y a cumplir con la Pascua Florida.
II
Cacique empezó a ladrar y despertó a las dos mujeres. En principio no fue nada más que la contrariedad que les suponía el tener que volver a conciliar el sueño y que muchas veces se dilataba durante demasiado tiempo; pero la insistencia y la agresividad de los ladridos les obligaron a encender la luz de sus habitaciones y asomarse a la ventana que daba al patio. El perro sólo apoyado en las patas traseras parecía querer escalar el muro en persecución de una sombra que desapareció alertada por la luz de las ventanas.
La dos mujeres, ya con la bata de lana sobres sus camisones, se aseguraron que realmente era la sombra de un hombre la que habían visto saltar al tejado vecino. Aunque Cacique había dejado de ladrar ya no lograron conciliar el sueño durante el resto de la noche y se convencieron de que al día siguiente presentarían la denuncia en el cuartel de la Guardia Civil.
La viuda de don Pedro, el notario, no tuvo que esperar en el cuarto de guardia del cuartel.
- Pase, doña Ernestina.
El Comandante de puesto en persona se ocupó de tomar nota de la denuncia y le prometió que se harían todas las pesquisas que fuesen necesarias para aclarar este desagradable asunto. Le acompañó hasta la puerta, le despidió con un solemne beso en el dorso de la mano y le aseguró que le mantendría informada del curso de las investigaciones.
No más allá de una hora más tarde en todo el pueblo se hacían conjeturas sobre la autoría del intento de robo en casa de la señora del notario. Porque en lo que no había ninguna duda era en el móvil. A nadie se le podía pasar por la mente otra causa que pudiese haber motivado el incidente.
Y pasaron los días y la benemérita no halló ninguna pista para poder esclarecer lo sucesido en la casa de las dos hermanas unas noches antes. Montaron guardia en los alrededores pero nada ocurrió. Hasta que el señor comandante de puesto estimó que todo pudo ser una falsa alarma motivada por cualquier gato que soliviantó al perro y la imaginación desbordada de la impenitente lectora. Y dió las oportunas órdenes para abandonar la vigilancia y cerró el caso, con la satisfacción de los guardias que habían tenido que soportar la gélida temperatura de las noches de vigilia.
Justo dos semanas después, Gabriel el cartero llamó a la puerta para entregar una carta un tanto extraña. Iba dirigida a la señora viuda de don Pedro Bustamante, Notario, sin más señas que el nombre de la localidad y su provincia. Estaba escrito el sobre con letras mayúsculas y no llevaba remite. Ella lo abrío con impaciencia rasgando la solapa del sobre. En una cuartilla de papel blanco y también con letras mayúsculas, leyó:
"Señora, desde hace tiempo no puedo apartarla de mi pensamiento. La otra noche no quería robar, sólo declararle mi respeto y mi admiración. Siento si les pude asustar. Yo no puedo vivir sin usted. Le amo."
Y unos espacios más abajo, a modo de firma: "Su triste enamorado"
La carta estaba franqueada pero había sido enviada desde el mismo pueblo ya que no tenía matasellos. El cartero afirmó que estaba en el buzón cuando recogió las cartas por la mañana, por lo que había sido depositada depués de las cinco de la tarde del día anterior, hora de la última recogida; y muy posiblemente por la noche aunque nadie había visto nada. En el cuartel se quedaron con la carta para comprobar si había alguna huella dactilar, aunque el teniente opinaba que podía ser obra de un gracioso que se aprovechaba del revuelo ocasionado por el intento de robo.
No obstante le preguntaron si en los días anteriores había notado algún movimiento extraño, si alguna persona conocida o desconocida había merodeado por la casa. Si tenía sospechas de alguien... Si alguno de los sobrinos de su marido la había visitado recientemente... Pero ella no había visto a nadie sospechoso y a sus sobrinos políticos hacía más de un año que les veía.
Eloisa estaba muy asustada y admiraba a su hermana que se mostraba tranquila y serena y ella diría que, incluso, complacida por el cariz que iban tomando los acontecimientos. Porque la carta había obrado en ella una reacción totalmente desconocida anteriormente. Su genio irascible, acrecentado desde la noche del presunto robo, parecía haberse calmado y un brillo inusual desde los lejanos tiempos juveniles volvió a sus ojos dulcificando la expresión de su rostro. A ella le parecía que estaba casi más amable y más habladora que de costumbre.
Y efectivamente se sentía complacida. Ella que a la muerte de su marido había renunciado voluntariamente a nuevas oportunidades y pensaba que a su edad el corazón había perdido toda opción a nuevas ilusiones; una carta, que también ella como el teniente pensaba que podía ser obra de un bromista, había obrado tal perturbación en su espíritu que su corazón parecía latir con más fuerza y todo su ser sentía la necesidad de antiguas sensaciones ya apenas recordadas.
En el laboratorio provincial de la Guardia Civil se estaban realizando las pruebas para determinar la clase de papel tanto del sobre como de la carta, así como para descubrir las huellas de su posible autor y la clase de tinta utilizada para escribir. Mientras tanto en el pueblo las cosas volvían a su cauce. Y aquella noche les despertó de nuevo los insistentes ladridos del pastor alemán.
La sombra negra de la vez anterior se había convertido en un blanco espectro fantasmal levemente iluminado por una difusa luz amarillenta que parecía provenir de una vela que parpadeaba como movida por el viento que soplaba en la intemperie. Las dos mujeres , que ahora dormían en la misma habitación, ahogaron en sus gargantas un grito que apenas si fue oido por el eficiente guardián que dejó de ladrar cuando el fantasma desapareció como tragado por la negrura de la noche.
De nuevo desde la Comandancia se dió orden a los guardias de montar el dispositivo de vigilancia. Y aquella noche los ladridos de Cacique despertaron a sus dueñas y alertaron a los dos ateridos guardias que paseaban por la calle. La luz amarillenta que parecía provenir de una misteriosa vela, que ni las furiosas ráfagas de viento que soplaba aquella noche lograban apagar, fue vista por los aguerridos guardias que no dudaron en dar el alto reglamentario y hacer los pertinentes disparos de advertencia que no lograron detener al intruso pero sí despertar al vecindario que se unió sin éxito a la búsqueda del fugitivo.
Ya no cabía la menor duda de la existencia del "fantasma de la vela" como se le empezó a conocer en todos los alrededores. Porque hasta los más lejanos pueblos de la comarca llegó la fama de aquel fantasma que cortejaba a una atractiva viuda. Pero es que de aquella última visita había quedado un nuevo rastro. A la mañana siguiente, cuando bajaron a las corralizas para dar de comer al perro, éste custodiaba como un gran tesoro otro sobre, esta vez en blanco que su dueña rasgó con avidez. Otra carta tambien escrita con letras mayúsculas, que sólo decía:
"Lo siento, pero mi amor es más fuerte que la vida. Siempre te querre. Tu triste enamorado"
A diferencia con la primera carta, advirtió que ahora la tuteaba y una morbosa zozobra se apoderó de ella.
Eran demasiadas las molestias que su "triste enamorado" se estaba tomando para ser sólo un broma. Habían llegado los resultados del laboratorio y poco o nada habían podido aclarar. Sólo las huellas de las dos hermanas y del comandante de puesto en el sobre y en la carta que habían sido comprados en la única papelería del pueblo y por lo tanto de donde se surtían todos los vecinos. La tinta de un bolígrafo vulgar de los que también se vendían en el pueblo y la goma del sobre había sido humedecida con agua con lo que no existía la màs remota posibilidad de encontrar muestras orgánicas que pudiesen ayudar a descubrir al autor. Las letras mayúsculas no tenían rasgos que facilitasen un estudio grafológico y el perito advirtió que habían sido habilmente escritas con la mano izquierda para desfigurar su caligrafía; por lo tanto de nada valieron los cinco días que dedicó a revisar los escritos que había en el Ayuntamiento recibidos de los vecinos con la esperanza de encontrar entre ellos al autor anónimo. En lo que sí había una total unanimidad era en que el autor de estas cartas era una persona culta de las que no abundaban en el pueblo, por lo que era aconsejable seguir esta nueva pauta de investigación.
Otro suceso iba a elevar su zozobra a niveles de angustia. Cacique amaneció muerto a la mañana siguiente. Nadie había visto nada. Ni un ruido, ni un ladrido, nada. El veterinario no acertaba a determinar si la muerte era natural o había sido motivada por alguien. El cadaver del perro no presentaba ninguna muestra de violencia ni aparecian restos de comida que pudiesen contener el veneno asesino, pero era, al menos sospechosa, la coincidencia de su muerte con la aparición reiterada del fantasma que además siempre había sido delatado por los ladridos del pobre Cacique.
Alguien en el pueblo llegó a insinuar la intervención de fuerzas sobrenaturales lo que ya había intuido la viuda, gran experta en cuestiones fantásticas, que había creído sentir en todos estos acontecimientos unas extrañas vibraciones paranormales que incoscientemente la retrotraían a experiencias vividas anteriormente.
Eloisa estaba a punto de claudicar y quería a toda costa trasladarse a la antigua casa de sus padres aunque llevaba cerrada más de tres años. El médico tuvo que recetarle unas pastillas para dormir y su hermana le convenció que era más seguro permanecer juntas en esta casa que disponía de mejores condiciones de seguridad.
La policía municipal tomó el relevo y mantuvo una vigilancia inútil porque tres días después volvió a aparecer una tercera misiva en el patio principal de la casa. En un sobre similar a los anteriores, tambien sin señas, una cuartilla blanca contenía el sucinto mensaje escrito con las mismas letras mayusculas:
"Necesito hablarte. En breve nos veremos a solas. Espérame. Te amo ".
Y esta vez no aparecía lo de triste enamorado.
La búsqueda de las personas que en el pueblo tenían la formación necesaria para haber escrito las misivas y a la vez la agilidad para subirse por los tejados dió un resultado desalentador. Nadie reunía estas dos cualidades o los que las reunían estaban libres de toda sospecha por tener coartadas totalmente verificadas y contrastadas. Por lo que se empezó a barajar la posibilidad de una banda organizada como la autora de los hechos. En ese caso el móvil sería únicamente el robo y lo de las cartas una simple estratagema para despistar a los investigadores. Pero este supuesto tenía un fallo. Si sólo pensaban en robar lo podían haber hecho cuando murió el perro o cuando dejaron la tercera carta en el patio principal de la casa. Todo era un misterio.
Continuará...