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lunes, 28 de mayo de 2012

EL AMO. CAPITULO XIII


La vida de Rosa se había vuelto monótona. El Amo distanciaba las visitas que solían coincidir con los altercados que tenía con su mujer, cuando hacía algo impropio y se propasaba con alguna de las criadas. La niña ocupaba la mayoría de su tiempo y desde que faltó el tío Bigote, no tenía más noticias de Recondo que cuando recibía alguna esporádica visita de su padre, cuando venía a la capital para traer un carro de melones o acompañando a los arrieros que le contrataban como ayuda para traer vino a las tabernas de Madrid.
Si el vino de Recondo era apreciado, mucho más lo era su aguardiente anisado, que hasta había obtenido algún premio internacional a su calidad. Junto con el vino todos los arrieros traían unas garrafas de arroba del preciado licor que cada vez era más solicitado como reconstituyente y como un buen digestivo para después de las comidas.
Esta fama ya venía de lejos, cuando los cosecheros de vino, al no vender toda la producción anual, y no conocerse aún los métodos de conservación del vino que descubrirían años después los vinateros franceses, no tenía más remedio que utilizar los excedentes para quemarlo en alambiques y así filtrado lograr el aguardiente, que mezclado con un jarabe de anís o matalahúga se convertía en el licor que había dado fama a Recondo.
Uno de estos viajes de su padre coincidió con la boda del Rey don Alfonso XIII con la princesa Victoria Eugenia de Battembrerg. Toda la Capital estaba engalanada y se habían organizado grandes fiestas para celebrar el acontecimiento. El padre de Rosa tuvo que permanecer dos días en Madrid y se quedó a dormir en casa de su hija. Era el día 31 de Mayo de 1906, se había decretado fiesta en la capital y todos los comercios estaban cerrados. Los colegios habían dado vacaciones para que los niños también pudiesen participar en la alegría por la boda del Rey de España.
Amaneció una mañana soleada y agradable. Rosa aprovecho que su padre podía quedarse con la niña para salir temprano acompañando a Julia y a la señora Susana para ver de cerca la comitiva.
Como la catedral de la Almudena estaba en obras, la ceremonia nupcial se celebró en la Iglesia de San Jerónimo el Real. Después la comitiva partiría con destino al Palacio Real, donde se celebraría una gran recepción para todos los invitados que habían llegado de las principales Monarquías Europeas.
Los recién casados en una carroza tirada por seis caballos blancos, saludaban al pueblo de Madrid que ocupaba las aceras de todas las calles del recorrido.
Rosa y sus vecinas habían cogido sitio a la entrada de la calle Mayor, junto a la Puerta del Sol. Habían tomado un chocolate con churros y esperaron más de hora y media, hasta que vieron aparecer el cortejo por la calle de Alcalá. Cuando la carroza de los reyes pasó a su lado pudieron constatar que no era exagerado el apelativo de la “Princesa más bella de Europa” con el que se aludía a la ya Reina doña Victoria Eugenia. Los balcones llenos a rebosar lucían banderas de España, mantones de Manila o simples colchas, y sus ocupantes no paraban de arrojar ramos de flores cuando llegaba hasta ellos la carroza real.
La comitiva estaba formada por una multitud de carrozas que iban escoltadas por la guardia real a caballo. Además se habían tomado todas las precauciones para evitar cualquier contratiempo, colocando a muchos policías de uniforme y de paisano por todo el recorrido, porque había sospechas de algún intento de alteración del orden público por los grupos anarquistas, que habían estado más activos que de costumbre durante las últimas semanas.
La comitiva se movía muy despacio y cuando terminada de pasar toda la escolta, muchos de los espectadores continuaban detrás de la comitiva intentando llegar hasta el Palacio Real, aunque era difícil avanzar por la calle Mayor.
Al llegar la carroza real a la altura del número 88, se detuvo un momento porque algo asustó a uno de los caballos. Desde los balcones que en ese punto estaban más cerca de la comitiva porque la calle se estrechaba, no paraban de caer flores, como en todo el recorrido.
De uno de ellos salió en ramo de flores, que cayó cerca de la carroza. Un gran estallido atronó el mediodía madrileño. Fueron minutos de confusión y el pánico cundió entre los espectadores que estaban cerca. La guardia real rodeó la carroza real, que escoltada por el grueso de la escolta enfiló el último tramo de la calle Mayor, para torcer por la calle de Bailén y refugiarse en el cercano Palacio Real. El resto de las carrozas quedaron bloqueadas por la multitud y la policía se veía sobrepasada por los acontecimientos, intentando mantener a salvo a tan ilustres acompañantes.
Los policías que estaban apostados en las cercanías, enseguida localizaron la casa de donde había salido el ramo asesino. Tirados en las aceras y en medio de la calle, había personas mutiladas por la metralla de la bomba. Decenas de muertos y muchos más heridos eran atendidos por los que habían salido indemnes de la explosión, en espera de la llegada del personal sanitario que se había previsto para el caso de cualquier emergencia.
A sólo unos metros más arriba de la calle Mayor, Rosa y sus acompañantes se veían arrastradas por el tumulto de gentes que empujaban en las dos direcciones; unos hacía la Puerta del Sol, para intentar huir de donde había sonado el estruendo y otros empujando hacía el Palacio Real para enterarse de lo que había ocurrido. Como pudieron llegaron al ensanchamiento de la Puerta del Sol, donde ya se podía andar con una cierta facilidad. Nadie sabía decir lo que realmente había pasado.
Alguien que había subido hasta Sol, adelantando por la calle Arenal, fue el primero que dijo algo de un atentado. Pocos minutos después otro decía que habían matado a la reina; poco después se confirmaba que la carroza de los reyes había llegado a Palacio sin ningún daño. Se hablaba de muchos muertos y muchos heridos.
-¡Han detenido al asesino! Gritó una mujer que subía por la calle Mayor y que parecía estar bien informada, por los detalles que daba.
La policía invitaba a todos a desalojar la plaza y las calles de alrededor y ordenaba que cada uno se marchase a casa. Las tres mujeres muy asustadas se encaminaron a la Plaza de Santo Domingo para bajar a toda prisa por la calle de Leganitos.
Tenían que ir dando las noticias que conocían a los que se cruzaban con ellas y que estaban ansiosos de conocer lo que había pasado.
El tío Indalecio respiró tranquilo cuando vio, desde el balcón, aparecer a su hija y a las vecinas por la calle abajo. Había pasado casi una hora desde que se oyó el estruendo y empezaron a correr rumores de lo que podía hacer ocurrido.


Al día siguiente ya todo Madrid conocía el nombre de Mateo Morral, un anarquista que había intentado matar a los reyes y que cuando era conducido a la cárcel después de ser detenido, se había suicidado para librarse del juicio y del garrote vil al que sin ningún género de dudas habría sido condenado.



Cuando el tío Indalecio llegó a Recondo tuvo que contar miles de veces todo lo que había visto y oído el día en que fue testigo casi directo del intento de asesinato de los reyes de España, el mismo día de su boda; no escatimando ninguna clase de detalles, la mayoría de ellos escuchados a sus hija y alguno de ellos inventados, pero que daban una mayor verosimilitud al relato de los hechos. Durante unos días el pobre tío Indalecio, que hasta entonces no había pasado desapercibido en el pueblo, fue la referencia obligada para todos los que querían saber lo ocurrido.
- A mí me lo ha contado el Indalecio que estuvo en Madrid ese día. Aquello debió ser horroroso…  más de ochenta muertos, y no sé cuantos heridos…
Indalecio Buitrago tuvo, así,  su momento de gloria, del que se acordaría el resto de su vida.  

martes, 22 de mayo de 2012

EL AMO. CAPITULO XII


Se lo contó su madre, al mes siguiente, cuando vino a pasar una semana con ella.
-La boda se celebró en la iglesia, a las siete de la mañana. Don Filomeno, el curita joven que ha llegado a Recondo, aconsejó a las familias que era mejor no hacer ostentación de este casamiento, y era mejor hacerlo a hora temprana y sin gran boato. Tampoco hubo banquete y sólo asistieron los familiares más íntimos.
- ¿Y cómo iba la novia?
- Ya sabes que la novia no es guapa. Tiene buen tipo, sí; pero lo que se dice guapa, no lo es. Iba con un vestido negro con mantilla de blonda y muy alhajada con joyas que debían ser de la familia. Yo no lo vi, pero me lo ha contado mi amiga la Gertrudis, que como es ama del sacristán, estuvo en la ceremonia. Tu amo llevaba un traje azul marino obscuro, que como tiene tan buen tipo, le sentaba muy bien… eso al menos me dijo mi amiga.
- ¿Y qué se dice por el pueblo?
- Pues qué se va a decir, que la Margara ha sido muy lista y le ha cazado. Yo creo que todo lo ha organizado su madre que se las sabe todas. Se cuenta por allí que estaban muy mal de dinero, y que ésta era la única posibilidad que tenían para poder mantener su nivel de vida. Como los padres de ella no tenían más casas que la suya, los recién casados se han ido a vivir a la casa que sus padres compraron a los abuelos de la Margara. La han arreglado un poco y debe haber quedado muy bien. Dicen que ella la llama “El Solar” y que desde que se ha casado parece más estirada aún de lo que era de soltera. A mí no me gusta esa mujer… A ver si no se entromete en lo tuyo… porque tu Amo es un poco pusilánime y por menos de nada se deja influenciar por ella.
- No te preocupes, madre, yo sé bien lo que tengo que hacer para que el Amo siga necesitándome. Seguro que no tarda mucho en hacerme una visita.
Y no tardó. Hacía solo dos meses que se había casado y una mañana se presentó por casa, como siempre, sin haber avisado antes. Lo de no avisar no era por casualidad. Al amo, que era por naturaleza desconfiado, siempre le había preocupado que su Rosa pudiese llevar una doble vida y no le fuese fiel. Por eso decidió no avisar de sus visitas para garantizarse que ella siempre estaba sola. Incluso en alguna ocasión cambio la hora de llegada a la caída de la tarde; pero pasado el tiempo ya se había convencido de que su Rosa era de total confianza.
En esta ocasión había aprovechado la escusa de una gestión en el Ministerio de Asuntos Agrícolas para verla. Le encontró algo desmejorado y de peor humor que de costumbre.
- Ven Amo, que te voy a alegrar un poco esa cara, que yo sé lo que tú necesitas.
Y esa mañana, puso en práctica alguna de las enseñanzas de su vecina y a la media hora el semblante del Amo había cambiado por completo.
Luego él contó que no era feliz, que la Margara quería siempre tenerle controlado. Que no había permitido que hubiese en casa criadas jóvenes, y que tenía que acompañarla casi a diario a la misa de las nueve de la mañana.
- En la cama se comporta como si fuera una estatua. No se niega a que tengamos relaciones, que ella dice “débito marital”, pero ahora si que estoy convencido que los jadeos del primer día en su cama, debían ser fingidos, porque después nunca más ha demostrado que le gustase acostarse conmigo.
- Pues no te preocupes, amo, aquí me tienes a mí que siempre estaré dispuesta a satisfacer todos tus deseos.
- Ya lo sé, Rosita; ya lo sé.
Y de nuevo volvieron a la cama.
Comieron muy temprano porque él tenía que volver al pueblo. Como siempre que venía a visitarla, había traído un regalito. Esta mañana, una cajita de caramelos y un vestidito para la niña. También dejó el sobre con la asignación mensual…
- He pensado que, como es posible que algún mes no pueda traerte el sobre, ni mandártelo con el tío Francisco, abras una cartilla en el Monte de Piedad, que está ahí cerca, en la Plaza de Celenque, y así te voy mandando el dinero todos los meses. Luego tú lo puedes sacar cuando lo necesites.  Acércate cualquier día de estos por allí, abres la cuenta y me mandas el número por carta… pero ya sabes, la mandas a casa de mis padres…
Rosa tenía bien claro lo que tenía que hacer para que el Amo no la olvidase. Conocía muy bien sus debilidades y además conocía que tenía un carácter débil y fácilmente manejable. Había estado acostumbrado durante toda su vida a conseguir todos sus caprichos y nunca había tenido que renunciar a nada de lo que realmente había querido. Sabía que a ella la quería sinceramente y que por su parte no habría habido ningún inconveniente para casarse con ella; pero también sabía que su posición social nunca se lo hubiese permitido y que evitaría por todos los medios que se conociese su doble vida. Pero, en el fondo, eso no le importaba demasiado. Ella sabía que tenía que escucharle, obedecerle… y satisfacerle… Bien pensado no era demasiado porque a cambio tenía una vida acomodada y tranquila con la única preocupación de atender a su pequeña.  
La idea del Amo de enviarle el dinero a través del Monte de Piedad había sido providencial, porque poco después se produjo un hecho luctuoso que afectó mucho a Rosa. Una fría mañana del mes de febrero, el tío Francisco “Bigotes” salía de Recondo con su carro tirado por cuatro mulas,  cargado de pellejos llenos de vino con destino a la Capital. Una de las mulas, de improviso, torció bruscamente hacia un camino que salía a la derecha, haciendo volcar el carro. El pobre tío Francisco que viajaba sentado en uno de los varales del carro cayó debajo de toda la carga y murió aplastado, sin que su acompañante pudiese hacer nada para librarle. Se lo contó a Rosa el tío Severiano, el tabernero, unos días después, cuando llegó la noticia de su muerte.


Rosa había perdido una de sus fuentes de información de lo que pasaba por el pueblo, pero sobre todo, había perdido a un fiel amigo y a una buena persona, con el que había llegado a tener la confianza de poder utilizar sus periódicas visitas para enviar los recados a su familia y al propio Amo. Unas semanas después conoció y pudo dar personalmente el pésame a su esposa, la señora Catalina, que había venido a la Bodega a cobrar las últimas entregas que había hecho su marido.
Y durante unos meses, no sabía por qué, los recuerdos de Recondo volvían con insistencia en sus horas de soledad.   

viernes, 18 de mayo de 2012

EL AMO. CAPITULO XI


"Me ha engañado… y yo he caído en la trampa como un tonto. Mis padres me habían obligado a que les acompañase de visita a casa de los Pastrana. Como sabes son una de las familias con más prestigio en Recondo, aunque no deben andar muy bien de dinero últimamente. Los abuelos tuvieron que vender hasta su casa familiar que les compraron mis padres. Tomamos café con pastas y la madre no paraba de decir la buena pareja que hacíamos Margara, su hija, y yo. Ella debe tener unos años más que nosotros; dos o tres. No está mal, tiene buena figura y no es fea, pero tiene demasiado carácter. Pero estuvo muy cariñosa conmigo. Mientras hablaban los padres, ella me dijo que le acompañase al jardín para enseñarme unos geranios  que todavía tenían flor. Simuló que se torcía un pié y no tuve más remedio que cogerla para que no se cayese. Ella no tuvo demasiada prisa en que la soltase y parecía que se encontraba muy bien en mis brazos. Luego dijo que se había pinchado con una espina y me invitó a que besase su dedo. Tu ya sabes que a mí me hace falta poco para que se suba la sangre… a la cabeza y cuando parecía que me iba a seguir animando a continuar, con mucha habilidad y no menos picardía, dijo que debíamos volver con los padres, porque podían pensar más. Yo, esa noche, no podía dejar de pensar en ella y al día siguiente, mi madre me dijo que Margara era una chica muy hacendosa, muy piadosa y que podía ser la mujer ideal para mí. Yo, que ya sabes que cuando se me mete una cosa en la cabeza, no pienso demasiado, no dudé en acompañarles de nuevo en la visita de la semana siguiente. Ella seguía coqueteando conmigo pero no permitió quedarse a solas en ningún momento. Así varios días hasta que pensé que la única oportunidad de vernos a solas era pedir que hablase conmigo. Me dijo que teníamos que pedir permiso a sus padres, que aceptaron sin poner ningún reparo, y unos días después en todo Recondo se sabía que yo hablaba con la Margara.
Empecé a ir a su casa, como ya sabes que es costumbre en el pueblo, pero su madre no nos dejaba solos en ningún momento. Me tenía que contentar con pequeños roces en la mano, y poco más. Pero un día que habíamos quedado para salir a dar un paseo por la tarde, cuando llegué a buscarla su madre me hizo pasar a la salita y me dijo que me sentase, porque ella se estaba vistiendo en la habitación del al lado. Yo creo que lo habían preparado entre las dos. La puerta de la habitación estaba entreabierta, lo suficiente como para poder ver el espejo del palanganero. Yo me cambié de silla para tener mejor visión y vi que ella se estaba lavando los brazos y se había quedado sólo con las enaguas. Eran de esas enaguas que tienen botones en la parte delantera, que los tenía desabrochados, por lo que se le veía parte del pecho. Yo creo que sabía que la estaba viendo porque se bajó uno de los tirantes con lo que casi dejó a la vista uno de sus pechos, y además me pareció que miraba de reojo y que sonreía. Como puedes comprender yo estaba que ardía, pero ella se acercó a la puerta y la cerró del todo, con lo que se terminó el espectáculo. Luego llegó su madre y cuando ella salió no pude decirle nada, ni ella dejó entrever que se hubiese dado cuenta de que yo la había visto medio desnuda.


Y es que tengo que comprender que soy un vicioso, que no me puedo resistir cuando veo a una mujer que me gusta y aunque mi padre me lo había advertido muchas veces, tarde o temprano me iban a cazar.
El numerito del espejo lo volvió a repetir otro día cuando tuvo que cambiarse de vestido porque se manchó de café. Yo estoy totalmente convencido que lo hizo adrede y que también lo había organizado con su madre, porque un poco antes nos había dejado solos a los dos. Esta vez la exhibición fue mucho más rápida pero pude admirar sus piernas que durante un momento dejó al descubierto mientras se ponía el vestido limpio. También llegó oportuna su madre antes de que ella saliese. Yo creo que estaba espiando detrás de la puerta de la salita.
Ponme un poco de agua fresca, que se me está secando la boca… Gracias… El caso es que eso no terminó aquí. La muy puta lo tenía todo muy bien pensado… Era domingo. El día antes me había dicho que me pasase por su casa para ir los dos a la misa de una y que fuese un poco antes para dar una vuelta. Cuando llegué me abrió ella la puerta, salía con una bata de lana,  me dijo que sus padres estaban en la misa de doce, que estábamos solos, pero que entrase a la salita, porque se fiaba de mí. Ella entró en la habitación, pero se le “olvido” cerrar la puerta del todo… yo creo que había dejado una rendija más grande que los dos días anteriores… Empezó a lavarse, se quitó la bata y se quedó en camisón… yo creo que no era con el que dormía, sino que se lo había puesto expresamente para esa ocasión. Se abrió los botones, se lo echó para atrás y dejó al descubierto casi todo el pecho, que se reflejaba en el espejo.  Yo sabía que eso no lo iba a resistir, y pienso que ella también lo sabía. Por si acaso, debió pensar, lo mejor es quitármelo de una vez… y aquello fue ya superior a mis fuerzas… Cuando me quise dar cuenta estaba sobre ella en la cama… la muy guarra hizo como que se resistía, pero terminó jadeando como si le estuviese gustando… Era virgen, porque me manchó los pantalones de sangre, y entonces empezó a llorar… La verdad es que yo no sabía que hacer… sus padres podían llegar de un momento a otro y ella, entre sollozos entrecortados, se afanaba en limpiar mis pantalones… Yo dije que me perdonase, que había sido un acto irreflexivo y que no volvería a ocurrir… ella, redoblando su llantera, dijo que podía haberse quedado encinta, yo me atreví a decir que eso no era probable…  que de sólo una vez… pero ella insistió que era posible quedarse embarazada de sólo una vez… que qué íbamos a decir a nuestros padres… que me había aprovechado de su inocencia… que yo era un sinvergüenza… y eso sin separarse de mí, aunque ya se había vuelto a poner la bata, aunque dejando al descubierto parte de sus piernas…  Yo estoy convencido que ella lo había preparado todo concienzudamente… y me había cazado…
Un poquito más de agua… A la semana siguiente me dijo que se sentía algo rara, y a la siguiente que tenía un retraso… Unos días después sus padres vinieron de visita a casa, y ya estamos de preparativos, porque dentro de dos meses nos casamos…
Ay Rosita, que imbécil soy. Y eso que mi padre me lo tenía advertido que esto podía pasar. Contigo fue distinto, tú me gustabas, y ya sabes que por mí nos hubiéramos casado… pero las cosas son como son… Pero con Margara… si ya no me gusta, y además es una zorra que venía a por mí… Su familia está totalmente arruinada y tenía que cazarme para solucionar sus problemas económicos…
Rosita, lo siento mucho, pero en unos meses no vamos a poder vernos…"

lunes, 14 de mayo de 2012

EL AMO. CAPITULO X


Nicomedes casi se había olvidado de ella. Sólo a veces se acordaba de la niña, pero no es que verla le hiciese demasiada ilusión. Sólo se ocupaba, y no era poco, de que cada mes llegase el sobre con los doscientos cuarenta reales a que había subido la asignación mensual desde que nació la niña. La mayoría de las veces se lo hacía llegar por el tío Francisco “Bigotes” aprovechando los viajes que tenía que hacer a la bodega de la calle Leganitos. Él era persona seria y formal, y de completa de confianza de los señores, que sabían que con él estaba a salvo el secreto. El tío “Bigotes” se encargaba de poner al corriente a la Rosa de todo lo que ocurría en el pueblo y, de forma confidencial, contar las andanzas del señorito, que parecía haber vuelto a las andadas con las criadas de la casa.
Eso a Rosa le hacía mucho daño. Por primera vez estaba conociendo el sentimiento de los celos. Los celos presuponen un contrato afectivo de mutuo acuerdo entre dos personas que a cada una le otorga unos derechos sobre la otra, y por tanto, cuando una de las dos rompe ese contrato, la otra lo sufre.
Pero eso sólo es una parte. Cuando en la pareja existe una posición de dominio de uno de ellos, éste puede exigir fidelidad, pero no se ve obligado a corresponder en la misma medida. La parte más débil sólo puede acatar la decisión del más fuerte, sin poderle exigir nada, aunque pueda sufrir sus desaires. Rosa, estaba en una posición de total sometimiento y nunca se le hubiera pasado por la cabeza exigir nada al Amo. De siempre había sabido que ella no había sido la primera, ni sería la última; pero después de la intermitente convivencia con él en el piso de Madrid, había llegado a pensar que realmente existía un cierto compromiso, si no de amor y fidelidad, al menos de afecto y complicidad. Ahora se estaba dando cuenta que estaba totalmente equivocada. Nunca podría esperar de él nada más que un compromiso de atender sus necesidades económicas, que no era poco, a cambio de disponer de su cuerpo y de sus sentimientos cuando a él le apeteciera.
Pronto se dio cuenta de que eso de los celos no era para ella. Como tantas cosas, los pobres tenían vetados algunos sentimientos que no se podían permitir, si no querían ser aún más infelices y desgraciados de lo que ya les había reservado la vida.
Sin embargo, en el fondo de su alma, siempre guardo una pequeña esperanza de que el Amo se decidiese a casarse con ella. Una esperanza que nunca se atrevió a compartir con nadie, y que duró hasta que el Amo se casó con doña Margara. 
Poco a poco se fue convenciendo de que no solo tendría que soportar el saber que el Amo tenía aventuras amorosas con otras mujeres, sino que tuvo que acostumbrarse a que fuese él mismo quien se lo contase, y además con toda clase de detalles. Y llegó, incluso, a pasárselo bien oyendo todas las procacidades que le contaba su Amo.
Por eso lo olvidaba todo cuando él, de improviso, aparecía por la puerta, sin previo aviso, con la excusa de ver cómo crecía la niña, aunque ella sabía que era para aplacar sus urgencias sexuales, si no había tenido éxito en sus conquistas.
Aparte de las anárquicas visitas del Amo, de las mensuales del tío Francisco y de las raras veces que se pasaban por allí alguno de sus padres o su hermana, ella estaba totalmente sola. Aunque no tenía más ocupación que el cuidado de su niña, en ocasiones tenía que recurrir a la señora Susana o a la Julita para que cuidasen de la niña si ella tenía que salir. Por eso cada vez era mayor la confianza que iba cogiendo con las dos.
La señora Susana, que debía tener unos cuarenta años, estaba casada con Braulio, unos pocos años mayor que ella que trabajaba de acomodador en el Teatro Maravillas de la calle Fuencarral; por lo que ella se quedaba sola todas las noches hasta que él volvía cuando terminaba la última función. Habían vivido de alquiler en la Villa de Vallecas, pero cuando encontró este trabajo pensaron que tenían que encontrar una vivienda más cercana, porque venir a diario desde Vallecas suponía demasiado tiempo de desplazamiento y gastos que no harían rentable el pequeño sueldo que recibía y que casi se limitaba a las propinas.
Con esos ingresos les era imposible no sólo comprar un piso tan céntrico, ni siquiera alquilarlo. Por eso la solución fue ocupar la habitación que les ofreció don Emilio, maestro cortador, que era soltero, y de esta forma se aseguraba la limpieza de la casa y su manutención que corría a cargo de los inquilinos, porque ya se sabe que donde comen dos, comen tres. Bien es verdad que en ocasiones se quejaba al señor Braulio, porque decía que la señora Susana abusaba un poco de los boquerones fritos.
En el piso tenía también su taller de sastre de trajes de torero, que ocupaba el salón principal de la casa, con dos balcones a la calle principal, que tenía la luz suficiente para poder realizar los delicados bordados que requerían sus trabajos. Tenía un cierto prestigio en el mundillo taurino y él presumía de haber hecho varios trajes para don Rafael Torres y para don Luis Mazzantini, pero sobre todo presumía de haberle hecho un terno al gran Lagartijo. Venían por casa dos bordadoras cuando el trabajo así lo requería y tenía un ayudante, de una edad difícil en determinar, que se encargaba de la confección. Fermín, que así se llamaba, tenía un cierto parecido con el maestro, por lo que había quienes decían que podían ser hermanos. Aunque no todos coincidían con el parecido físico, si era notoria la similitud en ademanes y en urbanidad. Vivía Fermín cerca de la estación de Atocha y muchas noches, cuando terminaban la tarea, salían maestro y ayudante, a dar una vuelta por la calle de Carretas en cuyos alrededores se movían los aficionados al mundo del toro y donde el maestro era conocido como “Figurines”, no se sabía bien si por su porte o por su profesión.


La Julita era otra cosa. Era soltera, de no más de treinta años. Pelo moreno, carnes prietas, tez lozana, algo bajita para el gusto del señor Braulio, según había confesado a su mujer; de ojos alegres y vivarachos, buen tipo, cintura estrecha y caderas generosas. Vestía con un cierto descaro, pero siempre con vestidos de buen gusto y no menor precio. Además era muy simpática y tenía siempre una sonrisa en la boca para saludar a todos los vecinos que se cruzaba por la calle.
Una tarde que se había quedado cuidando a la niña, Rosa la invito a una copita de anís de su pueblo que le habían enviado sus padres por Navidades, y que estaba casi entera. Como es sabido, el alcohol aligera las lenguas y predispone a las confidencias, por lo que Rosa contó cual era realmente su situación.
Confidencia por confidencia, la Julita confesó que a ella le había puesto el piso don Bernardo, que tenía una tienda de velas junto a la Catedral de San Isidro en la calle de Toledo. Era también propietario de una fábrica de artículos de cera, que le funcionaba muy bien, y que tenía muy buenos contratos con el obispado para el suministro de velas a la mayoría de iglesias de Madrid, que ya se sabe que es un negocio seguro y con porvenir porque de todos es conocido el fervor de los fieles que nunca escatimarán un buen cirio a su santo cuando pidan su intercesión.
Contó que era un señor muy serio y de pocas palabras, pero muy cariñoso con ella. Tenía cuarenta y dos años, estaba casado y tenía tres hijos, su esposa era una señora muy beata, sobrina de un canónigo de la catedral, que era el que le había abierto las puertas del obispado para conseguir los importantes contratos como proveedor casi exclusivo de los artículos de cera que se consumían en la capital.
Tenían un pasado muy similar; ella también era una de las criadas en casa de los padres de don Bernardo, y en ella también se fijó el señorito, pero en este caso fue después de casado, porque decía que su mujer nunca había sabido satisfacerle. Julita, por lo tanto, nunca pensó que se pudiese casar con ella, pero se aseguró que pusiese a su nombre este piso, donde vivía desde hacía ya un año. Había tenido mucho cuidado en no quedarse embarazada y lo único que tenía que hacer era satisfacer a su protector, cosa por otra parte no demasiado difícil para ella, porque la comparación que él podía hacer entre las dos mujeres siempre iba a ser claramente favorable para ella. No obstante, como las visitas de don Bernardo se reducían a dos o, a lo mucho, tres visitas semanales, y siempre en los días previamente convenidos, ella se había buscado algunas compañías coyunturales; ella decía que para no aburrirse y para adquirir nuevos conocimientos en las artes amatorias, que luego ponía en práctica con él, lo que sin duda colmaba sobradamente los deseos del fabricante de cirios, poco acostumbrado como estaba a las efusiones eróticas de su santa esposa.
También Rosa se aprovechó de los amplios conocimientos en esta materia de su vecina y que tampoco dudó en poner en práctica con el Amo, cuando venía a verla.
La niña había cumplido un año y ya andaba agarrándose a los asientos. La había enseñado a decir “papa” y una parte, posiblemente demasiado elevada, de su menguado presupuesto mensual iba a parar a unos vestiditos monísimos con los que parecía una muñeca.
Aquella mañana, como solía ocurrir casi siempre, se presentó el Amo de improviso. La niña aún estaba durmiendo, él la agarró por el brazo y la llevó a la cama, casi sin mediar dos palabras. Cuando terminaron, ella se dio cuenta de que algo, y algo importante, estaba pasando. El amo estaba cabizbajo y pensativo; ni siquiera se acercó a la cuna donde dormía Rosita. Había dejado al entrar una cajita de mazapanes encima de la mesa y estuvo menos fogoso de lo que en él era habitual.
- Algo te pasa, Amo. ¿Hoy no te ha gustado?
- No es eso, Rosa, no es eso.

miércoles, 9 de mayo de 2012

EL AMO. CAPITULO IX


-Bueno, hijo mío, ¿cómo te lo has pasado en Madrid?
- Han sido unos días maravillosos. Nos lo hemos pasado muy bien. Hemos estado en el teatro, en los toros, estuvimos comiendo en “Casa Ciriaco” que está en la calle Mayor y en un restaurante de la calle la Bola, en el que ponen un cocido madrileño buenísimo. Hasta hemos estado en el Parque del Buen Retiro, donde han inaugurado un monumento al “Angel Caído”…
Nicomedes no se podía contener; era la primera vez que salía sólo de casa y hablaba con tal entusiasmo que su padre se dio cuenta de que posiblemente hubieran sido demasiado condescendientes con este capricho del chico.
- Vale, vale. Ya vemos que te lo ha pasado muy bien y que estás muy contento… pero se han terminado estas salidas.
- ¡Pero padre…
- No hay nada más que decir… Mira, hijo, tú eres demasiado joven; es normal que hayas disfrutado de estos días con ella; es lógico que hayas experimentado en estos días nuevas vivencias y hayas disfrutado de una situación hasta ahora desconocida, pero que no es real. Esto ha sido sólo una experiencia que ahora tienes que olvidar y volver a la rutina del pueblo. Ya te dijimos que no había ninguna posibilidad de que te casases con ella, y en eso no vamos a transigir… Además tú mismo te ibas a cansar muy pronto de esta vida porque tienes que reconocer que eres incapaz de ser fiel a una sola mujer… No hijo, esto se ha acabado…
Don Esteban lo había hablado con su esposa, y los dos llegaron a la conclusión de que había un riesgo evidente de que el chico se llegase a encaprichar de Rosa y le diese por quererse casar con ella. Los dos conocían lo tozudo que era cuando quería una cosa y eso había que cortarlo de raíz.
- Creo que hemos sido demasiado condescendientes y comprensivos contigo. Posiblemente deberíamos haber sido más estrictos y haberte castigado por lo que has hecho. Pero somos tus padres, tú eres nuestro único hijo y todo lo nuestro será para ti. Tu deber es pensar en el futuro y en el linaje de nuestras familias. Tu obligación es dejar a tus herederos un patrimonio y unos apellidos de abolengo, por lo que tienes que buscar una esposa que sea, educada, de familia conocida,  de tu misma alcurnia y si tiene muchas propiedades, mucho mejor. Si no es demasiado guapa o demasiado atractiva, no tiene mayor importancia… para eso ya tienes a la Rosa, que te esperará siempre en la casa de Madrid… por la cuenta que le tiene.
Nicomedes sabía que su padre tenía toda la razón. Sabía que esto no era más que un capricho pasajero y que tarde o temprano se cansaría de la Rosa, porque no tenía ni la educación ni los modales adecuados para ser su esposa y relacionarse con sus amistades. Estaba de acuerdo con su padre que se había dejado deslumbrar por una situación que no podía durar demasiado, y que había sido su falta de experiencia lo que le había jugado una mala pasada. Además, en los últimos días, a pesar de estar viviendo la novedad de unas relaciones amorosas novedosas para él, la verdad es que habían perdido el morbo del peligro de ser descubierto y lo que de verdad le gustaba era la incertidumbre de cómo podrían reaccionar ellas ante su ataque imprevisto. Lo que más le enervaba era su resistencia, y cuando conseguía mayor satisfacción era cuando lograba dominarlas y poseerlas a la fuerza.
Su padre se había encargado de pagar a un sustituto para que hiciese por él el servicio militar. En Recondo, como en la mayoría de los pueblos de España, los hijos de los ricos si eran llamados a quintas, se libraban del servicio militar, pagando a un sustituto que se incorporaba al ejército en su lugar, o pagando un canon al Gobierno para que les dispensasen de su cumplimiento. Esta era una forma de recaudar más impuestos, el Gobierno llamaba a filas a más mozos de los necesarios, de forma que aunque hubiese algunos que se libraban pagando, las necesidades del ejército quedaban cubiertas. Cuando se cubría este cupo de excedentes de quinta, era cuando había que recurrir a la sustitución, porque no faltaban mozos que estaban dispuestos a acudir al servicio militar por unas cantidades que podían solucionar la economía de algunas familias pobres.


Al haberse librado Nicomedes de hacer el servicio militar, efectivamente, ésta era la primera vez que salía solo de la casa de sus padres, que habían pensado que una aventura como esta podría ser muy satisfactoria para el joven Nicomedes.
Al día siguiente escribió una carta a la Rosita para decirle que durante una temporada no volvería por Madrid, porque sus padres no le dejaban; y que de lo que habían hablado aquella tarde paseando por el Retiro, no podía ser, que ellos nunca darían su autorización para que se pudieran casar. 
A vuelta de correo, ella le envió una carta, escrita con letra desigual y algunas faltas de ortografía,  a pesar de que tuvo que copiar tres veces el borrador, antes de mandarla:
“Mi querido amo:
Me alegraré que al recivo de ésta te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.
He leido con mucha pena la noticia de que tardarás un tiempo en volber por Madrid. Recuerdo con mucha alegría los dias que hemos pasado junto. Entiendo lo de que tus padres no den su consentimiento a nuestra boda, porque era una cosa que dejaron muy claro antes de benirme a Madrid. Ya sabes que yo siempre te estaré esperando para cuando quieras benir a verme. Espero que cuando nazca lo que benga, te puedas pasar por aquí para conocerle, aunque no puedas estar conmigo el día del nacimiento. 
Si puedes, dí a mis padres esto de que no bendrás en una temporada y que si ellos pueden me agan una visita, porque me encuentro muy sola.
Te quiere, siempre, mi amo,
Tu Rosa”.
La madre de Rosa tenía obligaciones que le impedían acompañarla como a ella le hubiera gustado. No fue hasta primeros de noviembre, después de la fiestas de Todos los Santos, cuando llegó a Madrid, porque el alumbramiento ya estaba cerca y en ese trance la pequeña Rosita no debía estar sola.
El amo no había vuelto por allí desde su visita a finales de agosto. Tan solo había mandado otra carta que más parecía de compromiso que como muestra de verdadero cariño. Su madre no tuvo más remedio que contarla que al señorito se le veía divirtiéndose por Recondo con todas las señoritas de su entorno y que procuraba evitarles cuando se cruzaban con él por la calle.
También le dijo que la noticia de su embarazo no había trascendido por el pueblo y que todos habían aceptado la versión de que se encontraba sirviendo en casa de unos señores en Madrid, que le había recomendado doña Elvira.
Fue el día doce de noviembre, a las doce y quince minutos del mediodía. Aunque era primeriza, con la ayuda de su madre, de doña Susana y de Julita, las vecinas, Rosita dio a luz una preciosa niña, hija primogénita de don Nicomedes Gómez Carretero, que una semana después fue bautizada, muy de mañana, en la Iglesia de los Paules, en con el nombre de Rosa y en el Registro Civil se le pusieron los apellidos de su madre, cambiando el orden como era costumbre cuando ella era soltera y el padre no lo quería reconocer.
El padre se enteró cuando la madre de Rosa llegó a Recondo, pero no fue a ver a su hija hasta la víspera de Navidad, aprovechando que tenía que hacer unas gestiones en la capital. Doña Elvira mandó un paquete con algo de ropa, unos jabones y un frasquito de agua de colonia. El amo había comprado una bata de lana para ella y una medallita de oro de la Virgen del Rosario, la Patrona de Recondo, para la niña.
Esas Navidades, Rosa ya tenía la mejor compañía que entonces podía desear, su niña pequeña, su Rosita que era la niña más preciosa del mundo.

viernes, 4 de mayo de 2012

EL AMO. CAPITULO VIII


Lo de llamarle amo no era realmente un signo de sometimiento. Rosa estaba acostumbrada a escucharlo toda la vida, porque así le decía su madre a su padre, y así llamó siempre su abuela al abuelo Genaro. Así que, para ella, decirle amo era una demostración de cariño y respeto. Y a él le gustó cuando en la escalera se lo oyó decir por primera vez.
El viaje a la capital desde Recondo, como ya se ha dicho, no era nada cómodo y hacerlo para pasar un solo día en Madrid no compensaba. Por eso, las visitas de Nicomedes eran mucho más espaciadas de lo que a él le hubiera gustado y de lo que Rosa deseaba. Porque, al estar sola, la visita del Amo era lo que le alegraba su existencia. Así que los dos coincidían en sus intereses, aunque no precisamente por los mismos motivos. Él esperaba con impaciencia los días en que podía satisfacer sus urgencias sexuales y ella esperaba su llegada porque durante unos días tenía compañía, podía salir de paseo a la calle sin miedos, y siempre él llegaba con algún regalito, además con el sobre mensual que garantizaba su vida de tranquilidad y sin penurias. Las visitas se habían espaciado a una cada mes, aunque también aprovechaba cualquier oportunidad, si tenía que hacer alguna gestión, para hacer una visita a su Rosita. Habían pasado ya tres meses desde que había llegado a Madrid, y su aspecto había cambiado. Aunque solía salir todas las mañanas a dar un paseo por la plaza de San Marcial y a veces subía por la calle de la Princesa casi hasta Moncloa, por la buena alimentación y la falta de trabajo había engordado y su aspecto de jovencita algo desnutrida había cambiado al de una matrona rolliza y sonrosada y así le gustaba mucho más al amo.
En Recondo estaban celebrando las Fiestas del Santo Patrono San Roque; habían casi terminado los trabajos de recolección y las tareas de la casa no requerían la presencia del señorito que era, más que nada, testimonial porque él no tenía asignado ningún trabajo concreto. Ya se habían celebrado la Misa Mayor del Santo, las procesiones de los pobres que era el día antes de la fiesta y la de los ricos que se celebraba el día del Santo Patrón, por la tarde; el encierro de los toros y la becerrada, y en el último día de fiestas que se conocía como día de descanso, sólo se celebraba la almoneda en la que se subastaban los regalos que los cofrades regalaban al Santo, para sufragar los gastos de la fiesta. Nicomedes pidió permiso a su padre para irse una semana a Madrid, porque la Rosa se sentía muy sola y ahora en su estado, necesitaba más compañía, aunque la realidad es que su cuerpo le pedía las satisfacciones que no había podido tener durante las últimas semanas, porque en casa era sometido a una constante vigilancia por sus padres, y el servicio estaba avisado de que debía tener cuidado con el señorito. Sólo, y eso esporádicamente, acudía a los servicios de Eloisa, su “profesora en ciencias amatorias”, aunque sus enseñanzas ya habían dejado de tener interés para él.
Esa semana de finales de agosto fue realmente su luna de miel. Llegó la mañana del lunes a eso de las doce. Vestía un pantalón de franela color marrón claro, una camisa con rallas muy finas de color beige sin cuello y un chaleco gris. Traía una pequeña maleta de loneta con los cantos de cuero y unos herrajes cromados, con ropa suficiente para pasar estos días en la capital.  En un envoltorio aparte, liado en papel de periódicos y atado con una cuerda de tramilla, traía un vestido de crespón color malva que su madre le había dado a escondidas, de cuando ella estuvo embarazada. A Rosa le estaba un poco grande, pero le hizo mucha ilusión el detalle de la madre del amo, que parecía haber asimilado ya la situación y demostraba tener un espíritu caritativo.
Doña Elvira, cuando se le pasó el disgusto que le había dado su hijo, fue a contárselo al señor cura. El bueno de don Ceferino ya era bastante mayor y había aprendido a ser flexible y comprensivo con las debilidades humanas y más cuando se trataba de los jóvenes, porque sabía que sus ímpetus se irían calmando poco a poco y todos terminaban amoldándose, más o menos, a lo que la Santa Madre Iglesia predicaba.
- Mira, hija mía, Nuestro Señor nos dijo que teníamos que perdonar, recuerda cuando impidió que apedreasen a la mujer adúltera. Recuerda lo que siempre os he dicho que hay que odiar el pecado pero no al pecador. Comprendo que os hayáis negado a que el niño se casase, porque es muy joven, pero hay que tener caridad cristiana, con las ovejas descarriadas. Tienes que ser compresiva con la pobre muchacha que se ha dejado llevar por la tentación del maligno.
Doña Elvira conocía a Rosita desde muy pequeña, cuando su madre servía en casa de sus padres. Siempre había sido una muchacha alegre, simpática, servicial y retraída. Parecía una chica muy formal, por eso le chocó más que se hubiese dejado engatusar por su hijo. Nadie le había dicho lo que en realidad había pasado y cómo ella no había tenido ninguna culpa en lo sucedido.
Rosa también apreciaba a la señora. Era algo beata, algo estirada y bastante soberbia, pero tenía buen corazón y siempre había ayudado a las criadas cuando tenían algún problema. Por lo que contaban por Recondo, la casa de doña Elvira podía ser una de las mejores para servir. Y desde luego, el detalle del vestido se granjeó su agradecimiento de por vida.
Lo primero que hizo fue preparar la comida, una ensalada que ya tenía preparada y unos filetes de vaca que él había comprado en la carnicería antes de subir a casa. Después se echaron la siesta, aunque con el calor y el estado de Rosita, las efusiones amorosas debieron ser más contenidas. Por la noche salieron a dar una vuelta y llegaron hasta la Puerta del Sol, donde tomaron un refresco en la terraza de uno de los cafés que estaba muy concurrido y animado mientras escuchaban las notas de un organillo que animaba la noche del verano madrileño. El pidió un agua de Valencia y ella una horchata, que era la primera vez que lo probaba. Después volvieron a casa por la plaza de Santo Domingo y bajando por la calle de Leganitos. En la puerta estaban los vecinos en animada tertulia, dieron las buenas noches y todos callaron hasta que los jóvenes cerraron la puerta para subir al primer piso.
El se había traído parte de sus ahorros y durante esos días no se iban a privar de ningún capricho. Ella estaba viviendo una vida que nunca había soñado.


A la caída de la tarde, al día siguiente, se puso el vestido que le había mandado doña Elvira y que se había arreglado por la mañana.  El se puso el traje color beige con la pañoleta al cuello, los botines de charol negro y el sombrero “canotier” de paja. Cogidos del brazo salieron a la calle, subieron hasta la plaza de Santo Domingo, llegaron a Sol, y por la calle de Alcalá, llegaron al Teatro Apolo. En Madrid se le conocía como el templo del género chico. Hacía unos meses se había estrenado “La Revoltosa”, una zarzuela que alcanzó un clamoroso éxito el día su estreno. Nicomedes había comprado las entradas el día anterior. Dos del anfiteatro principal, bien centradas frente al escenario, le habían costado veinticinco reales. Una verdadera fortuna, pero no era cosa de escatimar gastos en unos días como estos. Eran precios disuasorios para que las clases no acomodadas se llegasen a mezclar con la elitista sociedad madrileña. 
Rosa, con su aire ya de señora, que contrastaba con el aspecto lozano y sonrosado de su cara no sabía a donde mirar. Las lámparas del techo y los apliques de las paredes, las cortinas rojas con los cordones dorados, las butacas tapizadas en cretona azul y sus reposabrazos de madera con los números que indicaban la ubicación de las localidades; los palcos que poco a poco iban ocupando señoras con lujosos vestidos y grandes collares y caballeros de porte distinguido. La verdad es que ella desentonaba un poco con la elegancia de las otras damas, pero también había entre la concurrencia mujeres de más baja posición social que ocuparían lo que se llamaba el gallinero en la parte más alta del teatro.
La orquesta acometió los primeros compases del preludio, mientras se apagaban las luces de la sala y se abría el telón. Durante dos horas, sentada en su butaca, Rosita, la del tío Indalecio, creía que había llegado al cielo.
El jueves comieron pronto. Aunque hacía bastante calor, a las tres de la tarde subieron hasta la plaza de Santo Domingo, aprovechando las sombras de las aceras, y allí esperaron a que llegase el ómnibus que les llevaría hasta la plaza de toros de Goya.
Esa tarde estaban anunciados ocho toros para los diestros Mazzantini, Guerrita, Reverte y Bombita, que era la gran revelación de la temporada, con toros de la Ganadería navarra del Conde de Espoz y Mina.
El tranvía tirado por dos caballos percherones, llegó casi completo; a Rosita le cedió el asiento un joven caballero, que saludó tocándose el ala del sombrero. Nicomedes dio las gracias y bajando por la calle de Alcalá, el ómnibus enfiló hacia la Avenida de la Plaza de Toros, ya a las afueras de Madrid, donde se encontraba la plaza.
Aunque el aspecto de la plaza era espléndido y había un lleno casi absoluto pues sólo se advertían algunas localidades vacías en los tendidos altos de sol, a Rosa le causó menos impresión que el teatro. Ella estaba acostumbrada a las corridas de toros que se celebraban en Recondo, y el aspecto de la plaza con el nuevo tabloncillo que había regalado Frascuelo, unos años antes, no tenía nada que envidiar a esta plaza de la capital. Efectivamente ésta tenía mayor aforo, estaba acondicionada para el espectáculo y el colorido de los tendidos daban una nueva dimensión a la fiesta, pero era mucho más incómoda, sobre todo para su estado, que los balcones de la plaza de Recondo, incluso que los carros que se colocaban detrás de los nuevos tabloncillos, en los que se colocaban unos asientos donde se podían sentar las mujeres. Incluso ella había conocido al mismísimo don Salvador Sánchez “Frascuelo”, que había comprado un casa cerca de la de sus padres y pasaba largas temporadas en Recondo.
La expectación que había levantado la corrida era máxima, porque se habían dado cita el gran maestro Luis Mazzantini con el prometedor novillero sevillano Ricardo Torres “Bombita” que era el mayor atractivo de esta temporada por los éxitos conseguidos en esta misma plaza; compartían cartel el gran Rafael Guerra “Guerrita” y Antonio Reverte el valiente torero de Alcalá del Río. Todos estos datos se los iba indicando su vecino de localidad, un señor de Borox que, según dijo, tenía un abono para toda la temporada.   
La tarde fue un gran éxito y todos los toreros cortaron trofeos, pero ella llegó a su casa demasiado cansada y no tuvo más remedio que acostarse, aunque también esa noche tuvo que acceder a los requerimientos del amo, que no estaba acostumbrado a renunciar a nada de lo que en cada momento le pudiese apetecer.
- Se nota que hoy debías estar cansada, porque he notado que no te esforzabas, como otras veces, para satisfacerme…
Ella no contestó y se durmieron hasta el día siguiente, cuando un reloj, a lo lejos, estaba dando las doce.

martes, 1 de mayo de 2012

EL AMO. CAPITULO VII



Doña Elvira no paraba de llorar.
-¿Qué van a decir en el pueblo? Cuando se enteren nuestras amistades… ¡Esto va a ser un escándalo! ¿Y cómo se lo cuento yo a don Ceferino, con lo estricto que es? Y tú, hijo mío, ¿cómo has podido hacer esto? ¿No han servido de nada la educación que te hemos dado y las enseñanzas del señor cura?
- ¡Déjate de lamentaciones, que ya no tiene remedio! Y tú, sinvergüenza, ¿En qué estabas pensando? ¿Cuántas veces te he dicho que tenías que tener cuidado? Y ahora, ¿Qué piensas tú? ¿Qué podemos hacer?
- Nos podríamos casar… A mí me gusta la Rosita…
- ¡Eso ni hablar!
Era doña Elvira, con su voz entrecortada por el llanto.
- No vamos a permitir que toda nuestra herencia pase a manos de una desgraciada que no tiene donde caerse muerta. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Entonces sí que íbamos a ser el hazmerreír del Recondo. Con la de chicas buenas y ricas que hay, y te tienes que liar con esa pelandrusca. ¡Ay Dios mío, qué desgracia!
Don Eduardo relató las condiciones exigidas por el padre de la Rosa que a doña Elvira le parecieron totalmente desproporcionadas. A Nicomedes no le pareció mal lo de ponerle la casa en Madrid, porque era lo que terminaban haciendo la mayoría de los señoritos, aunque bien es verdad que cuando eran ya más mayores. Y al final todos llegaron a la conclusión de que era la solución menos mala para evitar el escándalo y salvar el prestigio familiar, y además quedaban todas las puertas abiertas para que el heredero encontrase una esposa de su alcurnia que aportase una buena dote para incrementar el patrimonio familiar.
Cuando el tío Indalecio llegó a casa le esperaban su mujer y sus dos hijas. Ya habían hablado antes de lo que tenía que decir a los señores y habían comentado las distintas posibilidades que tenían para sacar el mejor partido a la situación. La tía Rosario conocía bien a doña Elvira y sabía que su formación puritana, su fervor religioso y su soberbia no iban a permitir que el nombre de su familia quedase en entredicho en el pueblo. No tenía la menor duda de que estarían dispuestos a pagar lo que fuera, para evitar que trascendiese la noticia.
Rosita estaba avergonzada. Aseguró que no había dicho nada por temor a lo que fuesen a decir sus padres y que pensasen que ella había tenido la culpa. Sin embargo todos conocían las andanzas del señorito, que aunque no habían trascendido fuera, eran bien conocidas por todos los que habían servido en la casa, aunque nadie se atrevía a decirlo abiertamente.
Al día siguiente, a la caída de la tarde, cuando ya se había puesto el sol, los padres y la hija llegaron a casa de los señores. Esperaban en el gabinete con Nicomedes. Unas escuetas “buenas noches” fueron el saludo previo a la entrega de un papel que don Esteban tendió al tío Indalecio. Éste se lo pasó a Rosita porque él no sabía leer. Ella, que sólo había ido tres años a la escuela de la señorita Paquita, leía y escribía con una cierta dificultad y conocía las cuatro reglas, aunque no dominaba la división.
“Reunidos don Esteban Gómez y doña Elvira Carretero, con don Indalecio Buitrago y doña Rosario Martínez, acuerdan que los primeros ceden su casa en el número 10, primera planta puerta número dos, de la calle de Leganitos de Madrid para que la ocupe doña María Rosario Buitrago Martínez.
Asimismo, la garantizan un sueldo diario de seis reales, a pagar mensualmente. Entregan al matrimonio Buitrago Martínez la cantidad de mil reales en concepto de gastos y les donan una tierra de dos fanegas de secano en el sitio denominado El llano y un olivar con veinte plantas en el Camino de San Juan.
Por su parte, el matrimonio Buitrago Martínez y su hija María Rosario se comprometen a mantener en secreto su embarazo y no revelar nunca el nombre del padre. También se comprometen a no exigir nunca el reconocimiento de paternidad.
Y en prueba de conformidad lo firman en Recondo a uno de mayo de mil ochocientos noventa y ocho”.  
- Lo del reconocimiento de paternidad no habíamos hablado nada…
- ¡Pero eso no es negociable!
Nicomedes y Rosa ya habían hablado antes. Cuando ella tuvo la primera falta se lo dijo. Él se asustó y no supo qué decir, porque no estaba acostumbrado a asumir ninguna responsabilidad. Los días siguientes intentó evitarla y se le veía serio y cabizbajo. Él que no era de mucho comer se mostraba más inapetente que de costumbre y su madre le había preguntado varias veces qué le pasaba, y él decía que debía estar resfriado. Delante de su padre procuraba disimular y no se atrevía a contar a nadie lo que había ocurrido.
Esa noche, cuando salían del gabinete, y por las escaleras camino del zaguán, se acercó a ella y por lo bajinis le susurró “que la seguía queriendo y que estaba muy contento con la solución que habían decidido sus padres y que así se podrían ver cuando quisieran y que iban a ser muy felices”, sin que sus padre pudieran oírle. Se quedaron un poco rezagados en el rellano de la escalera y él preguntó casi al oído:
- ¿Estas contenta, Rosita?
- Ahora, si, amo.
Y ya sólo quedaba hacer los preparativos para su marcha a Madrid. 

viernes, 27 de abril de 2012

EL AMO. CAPITULO VI


- Pasa, Eugenio… no te quedes en la puerta…
- Perdone, D. Esteban, está abajo el tío Indalecio Buitrago, el padre de Rosa la criada, y dice que quiere hablar con usted.
- ¿Sabes lo que quiere?
- No. No ha querido decirme nada… dice que es un asunto particular que tiene que tratar personalmente con usted.
- ¿No será con la señora?
- No, ha dicho que con usted personalmente.
- Pues dile que suba, no tengo mucho tiempo, pero veremos qué es lo que quiere…
El Indalecio estaba a punto de cumplir los cuarenta y cinco, pero su aspecto era de ser mucho mayor. Había trabajado de jornalero en todas las casas principales de Recondo y era apreciado por su seriedad y por su disponibilidad. Se había casado con Rosario que sirvió en la casa de los padres de doña Elvira, y había tenido dos hijas, Mercedes, y Rosario, a quien todos llamaban Rosa y que servía en casa de don Esteban y doña Elvira.
Se había quedado en el quicio de la puerta con la boina entre las manos.
- Entra, Indalecio… entra y siéntate…
- Si no le importa, señorito, prefiero quedarme de pié.
- Pues tú dirás, Indalecio.
- A mi Rosa la ha dejado preñada su hijo.
Don Esteban levantó la vista del contrato que tenía sobre la mesa y que había seguido leyendo sin hacer demasiado caso a lo que le decía su visitante.
- ¿Qué dices?
- Pues eso, que mi hija Rosa, está embarazada de su hijo.
- ¿Estas seguro?
- Sí, don Esteban, estamos seguros…
- ¡Esto tenía que pasar! ¡Tarde o temprano, esto tenía que pasar! Esto no lo dijo en voz alta sino que lo pensó para sus adentros. ¿Y de cuanto tiempo está?
- De dos meses y medio… según dice ella.
- Puede ser una falsa alarma… y además ¿Cómo sabe que ha sido mi hijo?
- Ella dice que el la forzó y que no lo ha hecho con nadie más… Pregúntele a su hijo…
Pensó que no hacía falta preguntar nada. Durante unos segundos quedó pensativo. Miró al Indalecio que permanecía de pié delante de él, con la boina entre las manos, el semblante sombrío y los ojos bajos.
- ¿Y qué se puede hacer?
- Se podrían casar…
- ¡De ninguna manera! ¡Eso sí que no!
- Pues usted dirá don Esteban…
Como buen tratante, sabía que no debía adelantarse a ofrecer nada, sin antes escuchar las propuestas que le pudiera hacer el Indalecio, que seguro que serían más bajas que lo que él le fuese a ofrecer.
- ¿Qué habías pensado tú?


El Indalecio que era espabilado y había previsto que la conversación podría devenir a estos términos, calló durante unos segundos, levantó los ojos y miró fijamente al señor que no estaba acostumbrado a que un criado se atreviese a retarle con la mirada; tragó saliva y muy despacio, como midiendo cada una de sus palabras, empezó a hablar en un tono pausado.
- Yo creo que no sería bueno, ni para ustedes ni para nosotros que esto trascendiese en el pueblo. -Hizo una pausa y continuó-. Para nosotros será una vergüenza pero para ustedes será mucho peor, será un baldón para toda su familia, que siempre ha tenido buena fama en Recondo, y la fama de su hijo quedará en entredicho y, sin duda, será algo muy desfavorable cuando quiera encontrar esposa, y más conociendo la forma de pensar de las principales familias del pueblo.
El tono de su voz seguía siendo bajo pero sus palabras eran firmes y se veía que traía su discurso bien preparado. El señor le había escuchado sin atreverse a interrumpir y aunque procuraba disimular, en el fondo estaba totalmente de acuerdo con lo que su interlocutor estaba diciendo. Tenía bien claro que nunca autorizaría la boda de su hijo, y eso también lo sabía el padre ultrajado. Por otra parte, los dos eran conscientes de que todo podría tener arreglo con dinero, y eso, en este caso, no sería un obstáculo.
- Yo he pensado, continuó el tío Indalecio sin alterar su tono de voz, que lo mejor sería decir que mi Rosario se va a servir a una casa de la capital, que ustedes le han recomendado. Así se marcha del pueblo y nadie se entera de nada… Claro, que habría que hablar de las compensaciones…
- ¿Y qué habéis pensado?
Los dos hombres seguían mirándose frente a frente y los dos mantuvieron su mirada, como si se tratase de una partida de mus.
-Ustedes tienen muchas fincas y muchas casas. Mi Rosario dice que hace poco habían comprado una casa en Madrid… Yo he pensado que ella podría ocupar esa casa con lo que venga… Claro está que tiene que vivir… y los precios allí son más caros que en el pueblo, por lo que tendría que asignarla un sueldo como el de los criados de la casa, y cuando venga el niño o la niña, un fijo, todos los meses, para que pueda criarlo…
- Me parece bien. Pero el piso seguirá estando a nuestro nombre…
- Hasta que nazca el niño, entonces lo pondrán a nombre de Rosario…
Don Esteban no estaba acostumbrado a que un criado le impusiese condiciones, pero en este caso estaba en inferioridad de condiciones, porque su prestigio y la fama de su hijo pesaban más para él que la honra de su hija para el Indalecio. No quería dar la impresión de que iba a ceder en todo.
- Si acaso, la casa se pondría a nombre de lo que nazca….
- Bueno, eso no tiene mayor importancia, y si a ustedes le parece mejor… Pero también hay que pensar que ahora nosotros también vamos a tener unos gastos, y vamos a dejar de recibir el jornal de mi hija, y usted mejor que nadie conoce cómo están las cosas para los pobres como nosotros… Yo había pensado que como ustedes tienen muchas tierras que ni siquiera labran, nos podrían regalar una tierrecita, aunque sea de secano,  para poder sembrar algo que nos sirva de ayuda y un olivar, aunque sea pequeño, para tener aceite para el año… y, para terminar, yo he calculado que con mil reales podríamos afrontar todos los gastos que se nos vienen encima… Claro, si a ustedes le parece bien….
- Eso es demasiado. No puedo aceptar estas condiciones…
- Pues, entonces, lo que le he dicho al principio, que se casen los chicos…
Todo lo demás fueron tiras y aflojas, porque lo dos hombres tenían claro que había poca cosa que negociar, los dos sabían que uno nunca aceptaría lo del matrimonio, y el otro que en lo tocante al dinero, al final, no iba a haber ningún problema.
- Tengo que hablar con mi hijo y con mi mujer; si te parece nos podemos reunir la semana que viene para cerrar todos los detalles.
- Mejor mañana mismo, porque si no lo solucionamos pronto, mi hija no va a poder disimular su tripa durante mucho tiempo.
- Y ella, ¿qué dice?
- Ella no para de llorar, y dice que lo que nosotros decidamos estará bien… ¿Y su hijo, qué dice?
- Yo no estaba enterado de nada, pero ahora mismo voy a hablar con él y me va a oír…

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LOS VELOS DE LA MEMORIA II. EL AMO.

LOS VELOS DE LA MEMORIA II. EL AMO.
Los Velos de la Memoria II. El Amo. Edición digital. 2012.

DÉJAME QUE TE CUENTE....

DÉJAME QUE TE CUENTE....
"Déjame que te cuente"... 2013. Recopilación. Para leerlo, pinchar en la portada del libro.

LOS VELOS DE LA MEMORIA III LA HEREDERA

LOS VELOS DE LA MEMORIA III LA HEREDERA
LOS VELOS DE LA MEMORIA III. La Heredera..AÑO 2014.

HISTORIAS DE INTRIGA PARA DORMIR LA SIESTA

HISTORIAS DE INTRIGA PARA DORMIR LA SIESTA
2013.Recopilación de relatos. Para leerlos, pincha en la portada

PAISAJES CON FIGURA

PAISAJES CON FIGURA
2013. Recopilación. Para leer los relatos, pinchar en la portada

MIS LIBROS DE ENSAYO. LA OPINIÓN DEL EREMITA

MIS LIBROS DE ENSAYO. LA OPINIÓN DEL EREMITA
LA OPINIÓN DEL EREMITA. Recopilación. 2008-2013. Para leer los trabajos, pinchar en la portada.

LA OPINIÓN DEL EREMITA 2º TOMO

LA OPINIÓN DEL EREMITA 2º TOMO
Segunda entrega. Próximamente en este blog.

MIS OBRAS DE TEATRO.

MIS OBRAS DE TEATRO.
Un ramito de Violetas. Para leerlo, pulsar en la portada.

MIS LIBROS DE POESÍAS.

MIS LIBROS DE POESÍAS.
"SINSENTIDO" Para leer las poesías, pinchar en la portada.

MIS LIBROS DE VIAJES

MIS LIBROS DE VIAJES
Los viajes del Eremita.Volumen I. 2016.

LOS VIAJES DEL EREMITA VOLUMEN II

LOS VIAJES DEL EREMITA VOLUMEN II
VOLUMEN II. LOS VIAJES DEL EREMITA.

LOS VIAJES DEL EREMITA. VOLUMEN III

LOS VIAJES DEL EREMITA. VOLUMEN III
Los viajes del Eremita. 2016.

LOS VIAJES DEL EREMITA. VOLUMEN IV

LOS VIAJES DEL EREMITA. VOLUMEN IV
Los viajes del eremita.Volumen IV. 2016.

EL CATÁLOGO DE MI PINTURA.

EL CATÁLOGO DE MI PINTURA.
POLITÉCNICA. CATÁLOGO DE ARTE. Pintura, dibujo, diseño.Para ver el catálogo, pinchar la portada

FOTOGRAFÍA: ESPAÑA,UN MOSAICO DE IMÁGENES.

FOTOGRAFÍA: ESPAÑA,UN MOSAICO DE IMÁGENES.
ESPAÑA: UN MOSAICO DE IMÁGENES. Fotografías. Para verlo, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: CHINCHÓN EN DUOTONO.

FOTOGRAFÍA: CHINCHÓN EN DUOTONO.
CHINCHÓN EN DUOTONO. Fotografía.Para ver la exposición, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA. DETALLES

FOTOGRAFÍA. DETALLES
MAS DETALLES. Fotografías. Para ver la exposición pincha en la portada.

FOTOGRAFÍA: ACORTANDO DISTNACIA

FOTOGRAFÍA: ACORTANDO DISTNACIA
ACORTANDO DISTANCIAS. Fotografías. Para ver la exposición, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: FRUTAS Y VERDURAS

FOTOGRAFÍA: FRUTAS Y VERDURAS
FRUTAS Y VERDURAS. Fotografías. Para ver la exposición, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: PAISAJES EN MI RECUERDO

FOTOGRAFÍA: PAISAJES EN MI RECUERDO
PAISAJES EN MI RECUERDO. Fotografías. Para ver la exposición, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: FOTOGRAFÍAS OCULTAS

FOTOGRAFÍA: FOTOGRAFÍAS OCULTAS
FOTOGRAFÍAS OCULTAS. Fotografía. Para ver la exposición, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: DENIA EN FALLAS

FOTOGRAFÍA: DENIA EN FALLAS
DENIA EN FALLAS. Fotografías. Para ver la exposición, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: CHINCHÓN EN FIESTAS

FOTOGRAFÍA: CHINCHÓN EN FIESTAS
CHINCHÓN EN FIESTAS. Reportaje fotográfico. Para verlo, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: TURISMO

FOTOGRAFÍA: TURISMO
TURISMO. IMÁGENES DE MIS VIAJES. Fotografías. Para verlas, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: MIS FOTOS.

FOTOGRAFÍA: MIS FOTOS.
MIS FOTOS. Folografías: para verlas, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: COMIDAS

FOTOGRAFÍA: COMIDAS
COMIDAS. Fotografías. Para verlas, pinchar en la portada

FOTOGRAFÍA: UN VIAJE A CÓRDOBA Y GRANADA

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VIAJE A CÓRDOBA Y GRANADA.FOTOGRAFÍAS. Para ver el reportaje, pinchar en la portada.

FOTOGRAFÍA: FLORES Y PLANTAS

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Flores y Plantas. FOTOGRAFÍAS. Para ver esta exposición, pinchar en la portada.

LAS RECOMENDACIONES DEL EREMITA: CHINCHÓN MONUMENTAL.

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CHINCHÓN MONUMENTAL. Una visita virtual por las calles, plaza y campos de Chinchón. Para verlo, pinchar en la foto.

Museo Etnológico LA POSADA DEL ARCO

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Una visita al Museo LA POSADA DEL ARCO.Para ver la visita virtual, pinchar en la fotografía.

EL MUSEO ULPIANO CHECA

EL MUSEO ULPIANO CHECA
Una visita al Museo ULPIANO CHECA en Colmenar de Oreja.Para ver la visita virtual, pincha en la imagen:

IMÁGENES RELIGIOSAS DE CHINCHÓN

IMÁGENES RELIGIOSAS DE CHINCHÓN
Una visita a las IMÁGENES RELIGIOSAS de CHINCHÓN.Para ver las imágenes, pincha en la Galería.

CARTELES DE TURISMO EN EL MUNDO

CARTELES DE TURISMO EN EL MUNDO
Un recorrido por distintos países y ciudades, visitando sus carteles de turismo. Para verlos, pinchar en la imagen.

ALELUYAS CHINCHONETAS

ALELUYAS CHINCHONETAS
ALELUYAS CHINCHONETAS. Para poder ver todas las aleluyas chinchonetas, pinchar en el dibujo.

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