Hay telediarios, o sea, informativos y hay programas de tertulias, es decir, programas de opinión. Así que, como dice Wyoming, cuando hemos conocido las noticias necesitamos que alguien nos diga la verdad.
Y el problema está que los noticiarios no se limitan a informar de lo que ha pasado, sino que trufan las noticias con opiniones interesadas que pueden tergiversar el sentido de lo ocurrido, y eso en el mejor de los casos, porque hay veces que mienten descaradamente.
En los programas de opinión es diferente, allí se invita a periodistas y a “especialistas” que teóricamente tienen opinión sobre los temas a tratar. Lo que pasa es que en muchas ocasiones sus “opiniones” las “venden” como información. Y ya se sabe que los tertulianos suelen ser los mismos en la mayoría de los programas, que saben de todo y de todo entienden, y lo malo es que lo que dicen es lo que les “mandan” sus jefes y solo con leer el medio a que pertenecen ya sabes de antemano lo que van a opinar.
Se echa de menos programas como “La Clave” de José Luis Balbin, al que acudían verdaderos expertos, la mayoría de las veces independientes y de prestigio.
Ahora resulta bochornoso escuchar a esos “profesionales de la información” que en las tertulias mienten descaradamente y no paran de interrumpir y gritar, cuando alguien intenta desmontar sus mentiras, porque no tienen argumentos con que rebatirlos.
Claro está que poco a poco vamos descubriendo quién es quien en estos programas y todos llegan a dejar bien claro quien son los que mandan en sus cadenas y terminan por desenmascararse.
Antonio Ferreras, Eduardo Inda, Francisco Marhuenda, Jesús Cintora, Ana Rosa Quintana, Vicente Valles, Antonio Jiménez, Carlos Herrera, Federico Jiménez Losantos... en fin, todos, al final terminarán diciendo lo que les manden los dueños de sus cadenas y de sus emisoras.
Así que la única solución es no escucharlos y formar tu propia opinión; es posible que esté equivocada, pero será tu opinión... lo mejor es dejarse llevar por el sentido común, aunque, que como se sabe, desgraciadamente, es el menos común de todos los sentidos.