Yo había visto las caricaturas de Sciammarella y me gustaban, aunque no sabía nada de él. Eras originales, diferentes a otras muchas que aparecían en los periódicos. Y me gustaban. El otro día encontré en El País un reportaje sobre él, y como tenía guardadas algunas de sus caricaturas que más me habían gustado, he pensado que también a vosotros os podían interesar.
Los dibujos de Sciammarella, como los de muchos colegas, expresan más que muchos artículos. Y eso, en algunos ámbitos, sale caro. El atentado contra la revista francesa Charlie Hebdo, en enero de 2015, conmocionó a la población en general y al gremio en particular: murieron 12 personas de la redacción. Sciammarella tiene claro que no hay defensa posible para quienes defienden sus ideas con armas: “Sucedía lo mismo con la represión de las dictaduras contra los periodistas. Muchos han desaparecido y a otros los han matado”. Y concluye: “Si molestás a alguien con algo es porque estás metiendo el dedo en un punto. El humor gráfico tiene que producir algo”.
Llego a España en el año 1992 con una carpeta de dibujos bajo el brazo, casi todos del Buenos Aires Herald, diario de su ciudad natal. Apenas tenía 27 años. Agustín Sciammarella enseguida comenzó a publicar: “El primero que apareció fue uno de Miguel Indurain y algún ciclista más. Mi sorpresa fue mayúscula: ocupó la portada del cuadernillo del Tour de ese año”.
Asegura Sciammarella, de 50 años, que la premeditación no figura en su catálogo de recursos, pero el propósito preside cada uno de sus trazos: “El humor gráfico tiene que molestar porque tiene que remover”, dice el dibujante. Se formó con el ilustrador argentino Pablo Pereyra, “un maestro de los que te enseñan una profesión, pero también te dan conceptos de vida”.
Hijo de un músico de clásica y una cantante de ópera, asegura que sus caricaturas no responden a un estudio previo del personaje. Se enfrenta a ellos a primera vista.