Para María,
que hoy es ya mucho mayor.
Muy
cerca del nacimiento del Río Mundo, junto a la carretera que te lleva de Riopar
hasta Hellín, en la provincia de Albacete, tiene su choza el cabrero de Río
Mundo. Este no es su nombre, pero todos le conocen así. Cuando sus padres le
llevaron a bautizar, el cura le puso el nombre del día, que se celebraba la
festividad de San Cunegundo, pero a sus padres no les importó demasiado porque
siempre le llamaron "zagal" y cuando ellos murieron ya sólo se le
conoció como el cabrero de Río Mundo.
En
las abruptas montañas que circundan los manantiales donde nace el río, abundan
los rebecos, los muflones y las cabras hispánicas, especies todas ellas
protegidas por las leyes autonómicas ya que se encuentran en peligro de
extinción. Está totalmente prohibido cazar a estos animales que campan a sus
anchas por los riscos escarpados y entre las encinas que les proporcionan abundante
alimento y sombra acogedora en los calurosos estíos serranos.
Pero
quien mejor conoce sus costumbres es Cunegundo, el cabrero de Río Mundo, que
cuando dejó su rebaño de ovejas porque ya no era rentable, fue contratado por
las autoridades para cuidar de la fauna serrana.
Se
le puede ver vagando por los montes, acompañado por su perro, con un cayado que
le hizo su padre con una rama de enebro, cuando era pequeño y que aún conserva.
Lleva la mochila colgada al hombro con su menguada comida, generalmente
compuesta por un mendrugo de pan, un buen trozo de queso y una bota del vino
recio de la tierra. Cuando vuelve al atardecer a su choza, se prepara unas
reconfortantes migas o un sabroso gazpacho manchego preparado con la caza que
nunca falta en su zurrón.
Sólo
habla con las cabras y con su perro, y lo hace a gritos, esperando en vano que
alguno le conteste, y como piensa que no lo hacen porque quizás no le oyen, se
ha acostumbrado a elevar de tal modo el timbre de su voz que ningún mortal es
capaz de poder mantener una conversación sin verse atronado por las palabras
del cabrero.
Suele
esperar paciente en un "stop" que hay en la carretera, y si alguna
vez pasas por allí y tienes la mala suerte de tenerte que parar, no se te
ocurra abrir el cristal de la ventanilla porque el cabrero de Río Mundo te
puede atronar tus oídos con sus gritos.
Mi mujer, Eleonor, y yo pasamos por allí y tuvimos que parar. Nos contó
que el invierno pasado tuvo que sufrir más de diez nevadas que arruinaron los
pastos y le obligaron a llevar personalmente el pienso a las cabras. Nos dijo
que toda va muy mal y que la culpa de todo, nevadas incluidas, la tiene el
Gobierno, y también nosotros, los señoritos que vamos en los coches, por votar
a Rajoy.