Los
que fuimos “niños de la posguerra” estábamos acostumbrados a pasar escaseces,
a renunciar a lo superfluo, cuando no a lo necesario, y hacerlo con una cierta
dignidad y sin actitudes melodramáticas. Teníamos carencias, muchas, y por no
tener, no teníamos ni traumas.
Luego
llegaron los “polos de desarrollo”, la revolución industrial, el fin del
aislamiento internacional, la transición política y la entrada en el Mercado
Común. Y claro, nos fuimos acostumbrando a lo bueno. Trabajamos mucho pero
tuvimos la recompensa de un estado del bienestar al que no estábamos
acostumbrados pero al que nos habituamos rápidamente, porque a lo bueno, uno se
adapta fácilmente.
Otra
cosa es lo que han vivido nuestros hijos. Llegaron a lo bueno y nosotros
quisimos que tuviesen los que no habíamos tenido nosotros. Les promocionamos
oportunidades para que tuviesen una preparación mejor que la nuestra y nos les
faltó de nada.
A
nosotros la crisis nos ha llegado un poco tarde, cuando ya lo tenemos todo
hecho, en cambio a ellos les ha cogido de lleno. Nosotros hasta podríamos
adaptarnos de nuevo a la renuncia de muchas cosas que son prescindibles, pero
ellos, no.
Estamos
viviendo una crisis grave, pero nadie se atreve a explicar lo que realmente está pasando. Lo más que
llegan, es a culpar a los enemigos políticos de ser la causa de la crisis y
asistimos a los partidos de tenis en que se convierten los diálogos para
besugos entre gobierno y oposición en el hemiciclo, viendo como la pelota va
pasando de uno a otros bando sin que nadie tenga la valentía de afrontar
seriamente la situación y explique claramente a los ciudadanos cual es su
receta para solucionarla, repartiendo las cargas entre todos y no solamente
entre los que no tienen capacidad ni para protestar.
Todos
somos conscientes que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Que
los valores tradicionales de responsabilidad, trabajo, honradez y lealtad se
han supeditado al dinero, que es el único valor en alza en este momento. El
capitalismo o el ultraliberalismo, como se llama ahora, ha mostrado su cara más
cruel y está dispuesto a terminar con el Estado dejando al mercado como único
árbitro de la situación.
Y
estamos asistiendo al proceso de cómo nos están llegando a convencer a todos de
que los políticos son corruptos, los sindicatos no sirven para nada, la
magistratura no es independiente, las comunidades autónomas son una carga
inútil, el senado no tiene sentido, la jefatura del estado es anacrónica, los
partidos políticos no son democráticos, y hasta que con Franco se vivía mejor.
No
hay duda de que es necesario un recorte en el gasto, porque esta situación no
es mantenible. Sólo hace falta que alguien nos explique claramente lo que hay
que hacer para encontrar una solución. Porque nadie se va a conformar con que se
hagan recortes en sanidad y educación si no se hacen también en las estructuras
de la administración, en la banca y en los asesores de los políticos; si no se
afronta seriamente el fraude fiscal y no se cobran los impuestos que
correspondan a los más ricos. Muy al contrario de lo que hacen, con una amnistía fiscal para que los que han defraudado a Hacienda regularicen su situación pagando muchísimo menos de lo que debían haber pagado.
La
situación podría ser similar a la de una familia venida a menos, en la que el
cabeza de familia dice a los hijos que tienen que dejar el colegio de pago, que
se van a dar de baja en la sociedad médica, que se han terminado las salidas de
los fines de semana y los campamentos de verano, pero que seguirá el servicio
doméstico porque la mamá necesita ayuda, que él seguirá con su club de golf y
que seguirán viviendo en el mismo chalet de la urbanización de lujo porque no
pueden perder la relación con sus amigos...
Y
eso sí que no hay quien lo pueda entender...