Había quedado con don Francho en casa de los Lopez Robledo. Era una de las familias que frecuentaba cuando venía a visitar a su hermano Camilo, el cura de Chinchón. Estamos en el año 1815.
Después contó que había salido de la casa de su hermano y se encaminó hacia la Iglesia de la Piedad que estaba siendo reparada de los terribles desperfectos que habían ocasionado los franceses, hacía ya siete años. Cuando subió las escaleras, que daban acceso a la puerta principal, se volvió y se quedó absorto contemplando los soportales de la plaza, allá abajo, como a vista de pájaro.
Desde allí también se divisaba el castillo de los Condes, semiderruido, aunque conservando aún la prestancia que debió tener allá por el siglo XVI, en la época de mayor esplendor de esta Villa.
Entró en la Iglesia y allá arriba, enfrente, estaba su cuadro. Estaba satisfecho de su obra. La había empezado sin demasiadas ganas, casi obligado por su hermano que, desde que en aquella nefasta noche del mes de diciembre del 1808, cuando el fuego arrasó la Iglesia de Santa María de Gracia y con ella el majestuoso cuadro de la Asunción pintado por Claudio Coello que presidía el retablo del Altar Mayor, no había dejado de insistirle en que sólo él podía remediar esta pérdida.
El nunca había sido demasiado religioso y siempre le había costado mucho trabajo el concentrarse en estos temas... Pero el hallazgo de la modelo fue todo un descubrimiento... Le había salido un Virgen realmente guapa...
- Buenas tardes, Don Francisco, ha estado aquí D. Juan López Robledo y me ha dicho que le espera en su casa de la calle de Morata, que está allí ese periodista al que le ha prometido una entrevista.
Era el Sacristán Mayor que se afanaba en organizar, como podía, a los carpinteros, albañiles y canteros que desde hacía varios años estaban realizando una buena labor de restauración de la Capilla que, gracias a la solidez que le proporcionaba su construcción de piedra, no había corrido la misma suerte que su vecina parroquia.
El había insistido, hacía dos años, para que se colocase en el centro del retablo el majestuoso cuadro de la Asunción que había pintado D. Francisco, el hermano del señor Capellán, aunque, según sus cálculos, eran necesarios todavía veinte años para poder dar por terminadas las obras de restauración, porque, decía él: "mirando el cuadro nadie se dará cuenta de las obras que faltan por realizar".
Que sin duda eran muchas. Las paredes estaban negras por el humo de las hogueras que se hicieron dentro del templo. Todos los retablos habían sido destruidos y tan sólo algunos altares se habían salvado del fuego. Las imágenes estaban casi destrozadas y con el presupuesto disponible las obras no avanzaban demasiado deprisa. Además el suelo de la Iglesia había perdido sus losas de piedra, que por orden real, había sido "requisadas" para solar el palacio de Aranjuez... Sin duda serían necesarios muchos años... muchos más de los que pensaba el bueno del sacristán mayor, para considerar restaurada la Capilla de la Piedad.
A sus 69 años, las cuestas de Chinchón se le hacían muy pesadas al pintor. Bajando por debajo de la torre, junto al cementerio y sorteando las ruinas de la Iglesia de Santa María de Gracia, llegó a la Plaza y dejando a la izquierda la "Columna de los franceses", se encaminó, por la calle de Morata hasta la casa de su amigo.
Era superior a sus fuerzas. Cada vez que pasaba por allí le venían a la memoria los luctuosos hechos que ocurrieron el 29 de diciembre de 1808, cuando más de cien chinchonenses fueron vilmente asesinados por las tropas francesas, además de saquear las casas e incendiar las iglesias y el castillo. Su hermano Camilo se la había contado con tanto detalle que varios de los hechos que ocurrieron en Chinchón los había plasmado en los grabados de "Los horrores de la guerra".
Llegó a la mansión de su amigo Juan López, al que había retratado en el año 1798, como muestra de una entrañable amistad, que se había iniciado allá por el año 1785, cuando pasó una temporada en Chinchón, para restablecerse de la enfermedad que le provocó la sordera, y como agradecimiento de todos los detalles que su familia había tenido con él y con su madre cuando visitaban a Camilo.
Su amigo y yo le esperábamos en el portal de la entrada, cuyo frescor se agradecía en aquella soleada tarde de finales del mes de mayo.
- Don Francisco, le presento a Manolo, un buen amigo, al que llaman el Eremita, es quien le dije que estaba muy interesado en hacerle una entrevista, para una página que tiene en internet.
Me saludo, aunque no se muy bien si oyó toda la explicación que le había dado nuestro común amigo.
El anfitrión, continuó:
- Me alegro que venga porque tengo noticias para usted.
- ¿ No íbamos a hablar hoy de la corrida de toros para las Fiestas de San Roque?
- Para eso ya habrá tiempo; ahora tengo que contaros que acabo de llegar de Toledo, donde he pasado unos días para solucionar unos asuntos con la Condesa, que se encuentra allí con su hermano Monseñor Luis María de Borbón, que está confinado allí por orden de su primo nuestro Señor el rey Fernando VII, y cuando le he comentado que Vd. estaba en Chinchón, me ha encargado que le diga que estaría muy honrada en que le visitase en alguna ocasión.
- Realmente siempre he apreciado a Doña María Teresa. La conocí cuando sólo tenía diez años y le hice un retrato. Era una niña muy cariñosa, vivaracha y sensible. Pasados los años, después de casarse con don Manuel Godoy, creo que fue en el año 1797... Sí, en el mes de septiembre... cuando estaba embarazada de su hija Carlota, tres años después, le hice el retrato del que estoy más satisfecho... Creo que siempre se nota cuando haces una cosa con cariño... La pobre ha sufrido mucho con los devaneos de su marido... Ahora lo llaman razones de estado... Por cierto, que el lienzo que utilicé para este cuadro estaba previsto para un retrato de su marido que ya había iniciado... Pero me apetecía mucho más hacer el retrato de ella...
Los dos hombres quedaron callados durante unos minutos, como ensimismados en sus recuerdos, yo tampoco me atrevía a decir nada.
- Sin duda, don Francisco, que nos han tocado vivir unos tiempos difíciles. Continuó hablando, como si estuviera haciendo una reflexión. Cuando a principios de siglo, en la guerra de sucesión, los señores de Chinchón se aliaron con el Rey nuestro Señor don Felipe V, al obtener la victoria, en reconocimiento de esa fidelidad no sólo nos concedió el título de "Muy Noble y Muy Leal Villa" sino que hasta compró los derechos del Condado de Chinchón para su hijo el infante don Felipe, lo que supuso una época de pujanza para nuestro pueblo. Después, cuando los monarcas trasladaron, durante el verano, su corte a Aranjuez y nuestra querida doña María Teresa casó con el "Príncipe de la Paz", todos eran buenos augurios para Chinchón... ¡Malditos franceses! ellos nos trajeron la muerte, el dolor, el hambre y la desolación a nuestras casas y a nuestra gentes...
Le gustaba a Juan López hablar con el pintor que, aunque había conseguido llegar al más alto de las categorías sociales, nunca había perdido la sencillez de los hombres de pueblo. Sin duda que sus estancias en Chinchón le recordaban sus primeros años en Fuendetodos, el pueblo de su madre.
- Por cierto, don Francisco -me atreví a terciar yo- hasta nosotros ha llegado la sensación que están causando los grabados de los "desastres de la guerra"... Yo, sinceramente, no resisto contemplarlos, me parece revivir las pesadillas de aquellos días de finales del 1808.
- Para mí también fueron días de pesadillas, cuando mi hermano me contó lo que aconteció en Chinchón. Considero que era mi deber dejar para las generaciones venideras un testimonio de tanta maldad y perversión. ¡ Dios quiera que los hombres no tengan que volver a vivir días como aquellos!
- ¡Dios lo quiera, don Francho!, asentí.
- Pues yo venía a hablar de toros... No sé si sabéis que estoy realizando desde el año pasado un nuevo proyecto: hacer otra colección de grabados, esta vez dedicados a la tauromaquia... y tengo que tomar algunos apuntes en las próximas Fiestas de San Roque...
Me parece muy bien y sin duda que también causaron impresión en la Corte... Pero ahora creo que debe probar un vinito que tengo reservado para las grandes ocasiones...
Reímos los tres y la tertulia se prolongó hasta las primeras horas de la noche en que llegó su hermano Camilo para acompañarlo hasta su casa. Nosotros quedamos para el día siguiente en la Fuente Pata.
Después me lo contó. Aquella noche, cuando volvían a su casa, el bueno del capellán, cuando subían por la cuesta de la torre, le dijo a su hermano:
- Francho, tienes que comprenderlo, yo soy el Capellán de los Condes y no está bien el mal ejemplo que estás dando en todo el pueblo.
- Camilo, como no me hables un poco más alto no te entiendo nada. Sólo te he oído que eres el Capellán de los Condes y eso ya lo sabía yo... Te nombraron por mis influencias....
- Tú sólo oyes lo que te interesa oír. Le replicó su hermano subiendo el tono de voz.
- Pues ya hablaremos de lo tú quieras... pero luego, cuando lleguemos a casa...
Era una forma de cortar la conversación porque no le gustaba que nadie - ni aún su hermano- se metiese en sus cosas.
Al día siguiente nos encontramos a la puerta del Monasterio de las Madres Clarias. Llegó don Francho acompañado por su amigo Fray Juan Fernández de Rojas, padre agustino, natural de la vecina Colmenar de Oreja, que era Catedrático de Filosofía y Teología, y además escritor y poeta, que había llegado esa misma mañana de visita a Chinchón. Siempre cuando sabían que estaban en el pueblo, procuraban encontrarse. Estos días había llegado a Colmenar porque se encontraba algo delicado de salud, y los médicos le habían aconsejado que se tomase un pequeño descanso.
A Goya le agradaba la compañía del fraile agustino, al que había conocido por su hermano Camilo. Apreciaba, sobre todo, su fina ironía y su buen humor; al igual que le constaba el afecto que éste sentía hacia él. Le había hecho un retrato en el que se podía apreciar este afecto que el pintor sentía por el fraile. Así que aprovechaban cualquier oportunidad para pasar largas jornadas de animada charla.
Desde allí nos encaminamos hacia la Fuente que llamaban de Perico Pata, y entre olivos y viñedos disfrutamos de aquella mañana primaveral. Al pintor le gustaba la soledad de los campos para enfrascarse en sus meditaciones y para las charlas con sus amigos. Allí nunca importaba si sus interlocutores tenían que elevar el tono de su voz para que él les oyese.
Yo procuré mantenerme un poco alejado, para que los dos amigos, pudiesen hablar con más intimidad.
- Francisco, tu hermano Camilo está preocupado por los rumores que se están corriendo en el pueblo sobre tu demasiada... "afición" a las visitas a esa joven.. A la que llaman "la graja".
- ¡No me digas que tú también te has dejado influir por esas maledicencias! Mira, a mis años, hay placeres más apetecibles que los del amor... por ejemplo... los de la carne... si es de cordero y está bien asada...
- No te lo tomes a broma. Tú sabes que soy un hombre de mente abierta y que no me asustan las debilidades de los hombres, pero piensa que eres un personaje importante y las gentes sencillas del pueblo se pueden escandalizar...
- Hablando en serio, - y el pintor adoptó un tono adusto y grave - Desde que murió mi esposa, mi querida Josefa, hace ya tres años; el despego que me demostró mi hijo y esta maldita sordera, me han ido alejando de la gente... Así que cuando conocí a esa joven... Anita... y posó para el cuadro de la Asunción de la Virgen... fue como un soplo de aire fresco que abrió de par en par mi alma... simplemente me gusta admirar su belleza y escucharla cómo me cuenta todos los chismes que pasan en el pueblo.
Habíamos llegado hasta la fuente y los tres bebimos el agua que manaba entre unas piedras tapizadas de verde musgo. Nos sentamos en unas piedras bajo el árbol centenario que ocupaba el centro de la explanada.
- Lo que yo no puedo soportar es esa pléyade de escritores ignorantes que en sus escritos sólo se puede encontrar pedantería y carencia de ideas. Cuando estaba escribiendo mi última obra "La crotología o el arte de tocar las castañuelas" , me acordaba de tus dibujos de los grabados de los "Caprichos", mi intención no era otra que ridiculizar a esos personajillos ridículos.
- Tienes razón, Fray Juan. En la Corte... bueno, y en todas partes, siempre te encuentras a esos ignorantes que además siempre quieren saber más que nadie de cualquier tema que se trate.
La conversación se prolongaba porque sus ideas eran siempre coincidentes. Ya de vuelta, ambos contemplaron la vista del Castillo, que desde allá abajo, parecía mucho más importante.
- La verdad es que la historia del Castillo de los Condes de Chinchón ha tenido una vida azarosa. ¿Los Reyes Católicos autorizaron su construcción a los Marqueses de Moya, verdad ?
- Sí, y debieron aprovechas los cimientos de una fortificación anterior de los Caballeros de Quiñones, que a su vez habían utilizado unos primitivos aljibes romanos, que aún se conservan en las mazmorras del castillo. Poco después, los Comuneros terminaron prácticamente con él cuando el primer conde de Chinchón don Fernando abandona sus tierras para acudir en ayuda de su hermano don Diego que se encontraba sitiado por los comuneros en el Alcázar de Segovia.
- A finales del Siglo XVI el tercer conde de Chinchón, Don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, casado con Doña Inés de Pacheco y consejero de Felipe II, en sus viajes a Portugal e Italia ve las fortificaciones que se construyen, principalmente para defenderse de los ataques marítimos. Aunque en Chinchón esta eventualidad es imposible, ordena la construcción de un palacio-fortificación aprovechando los cimientos de castillo de sus antepasados. Sin duda que esta decisión estaba guiada más por motivaciones demostrativas de poder y riqueza que por el temor a unas amenazas que nos eran previsibles estando en el centro de la península, cuando en las tierras dominadas por España no se ponía el sol.
- Luego llegó lo del Archiduque Carlos, en la guerra de sucesión, que casi lo destruyó porque los de Chinchón se aliaron con Felipe V.
- ¡Y para terminar el fuego!.
- Cuando se incendio el cáñamo que había allí almacenado.
- También contribuyeron los vecinos que poco a poco han ido "saqueándolo" para utilizar sus piedras y su columnas en sus propias edificaciones.
- Y para terminar... los franceses...
- Por cierto, ¿conoces que aquí en el pueblo se culpa a los de Colmenar de Oreja de la represión que sufrió el pueblo a manos de los "gabachos"?
- Sí, por supuesto; pero creo que es infundado... en realidad fue un desaprensivo, que según me han contado, no se le ocurrió nada menos que liarse a tiros con una patrulla de soldados y que otra pandilla de desaprensivos le secundaron... el primero era de Colmenar y los otros eras de Chinchón... los resultados, desgraciadamente, los conocemos todos.
Ya de vuelta, nos encontramos, de nuevo, con el Convento de las madres franciscanas descalzas y subimos por la calle que bordeaba los huertos, pasando por delante del Convento de los padres agustinos, llegamos a la plaza. Había quedado a la derecha la "Casa de la Cadena", donde se había alojado Felipe V en la noche del 25 al 26 de febrero de 1706.
Después nos encaminamos a la calle de la Iglesia. Sólo la esperanza de la buena mesa que, sin duda, les habría preparado el ama de su hermano, les dio fuerzas para subir las empinadas cuestas que les llevarían hasta su casa.
Allí nos despedimos.
- Joven, al final poco le he dicho para la entrevista que me quería hacer, si quiere nos podemos ver otro día, porque hoy con mi amigo, casi no le he hecho caso...
-No se procupe, don Francho, muchas gracias por recibirme, con lo que ha dicho, tengo más que suficiente para completar la entrevista...
Y pasaron trece años. A primeros de otro soleado y primaveral mes de mayo llega a Chinchón la luctuosa noticia de que el día 16 del pasado mes de Abril, en Burdeos - Francia - había fallecido D. Francisco de Goya y Lucientes, el hermano del Capellán de la Iglesia de la Piedad, que desde hacía unos meses había entrado en un estado de postración que también le llevaría a la tumba el día 13 de septiembre de ese mismo año. Fue enterrado en el antiguo cementerio de la Iglesia de Santa María de Gracia, junto a la Torre, donde también estaba enterrada su madre.
Antes de terminar ese año de 1828, también lejos de Chinchón, muere en Paris, el 7 de diciembre, doña María Teresa de Borbón y Vallábriga, la Condesa de Chinchón. Tenía sólo 48 años. Aquella niña vivaracha y simpática que el pintor conoció en su Palacio de Arenas de San Pedro, había tenido una vida desgraciada y breve.
Pero su fama la sobrevivió. Y todo porque un día, cuando estaba embrazada de su hija Carlota, un genio que hasta entonces no era comprendido por los gustos académicos de la época, la inmortalizó en un lienzo, que estaba preparado para pintar a su marido, y que pasados muchos, muchos años... más de un siglo, llegará a alcanzar un valor que, entonces, nadie podría calcular...