Para ser un buen periodista hay que estar informado, y yo lo estoy. Hoy llega a Chinchón un navegante genovés llamado Cristóbal Colón. Como no sabía la hora exacta de su llegada, le esperé en el camino que llega desde el poniente. Allí sentado bajo un olivo, esperé pacientemente. Le ví llegar a lo lejos.
Cuando Cristóbal el "Navegante" coronó el pequeño altozano, ante sus ojos se le apareció un paisaje deslumbrante. El crepúsculo de aquella soleada tarde de finales de octubre teñía de rojos la silueta de la impresionante mole del castillo que se recortaba en un cielo azul limpísimo.
Era el castillo de traza gótica, de planta cuadrangular, con torreones circulares en las esquinas. Por la parte norte, el este y el oeste le cercaba una muralla almenada que estaba flanqueada por fuertes torreones. También las almenas coronaban todo el castillo y los torreones de la plaza de armas. La torre del homenaje se erguía, majestuosa, en el ángulo noroeste.
No era normal contemplar un castillo recién construido y en todo su esplendor, cuando la política de los Católicos Monarcas era obstaculizar la construcción de fortificaciones que podían servir de valuarte a los señores feudales que quisieran oponérseles. Sin duda que los Marqueses de Moya, Señores de Chinchón, debían ser unos súbditos cuya fidelidad estaba fuera de toda duda.
Cristóbal viajaba solo. El borriquillo que portaba su reducido equipaje sólo le servía de cabalgadura a ratos. En su largo peregrinar a lo largo de los reinos de Portugal, Castilla y Aragón había ido conociendo a gentes que siempre terminaban por mirarle con desconfianza cuando narraba sus aventuras y aseguraba que había encontrado la ruta para llegar a las Indias sin tener que bordear todo el continente africano.
Con su mano derecha palpó a través de su jubón la carta que el Conde de Benavente le había dado para la Marquesa de Moya, Doña Beatriz de Bobadilla. Le había asegurado el Conde que sólo la Señora de Chinchón podría abrirle las puertas para llegar hasta Isabel, la Reina Católica, y a su esposo Don Fernando.
Debía de ser cierto porque era de dominio público un dicho según el cual: "En Castilla, después de Isabel, la Bobadilla". Había oído que era una mujer recia, de carácter templado y de fuertes convicciones. Conocía a la Reina Isabel desde su infancia y con ella vivió hasta que se casó con Don Andrés de Cabrera en el año 1467.
Salí a su encuentro, le saludé y le acompañé hasta su destino. Habíamos llegado a la puerta del Castillo. Encima de la puerta, el heráldico escudo de armas de los Cabrera-Bobadilla: Sobre Cruz de Santiago y surmontado por corona de marqués y águila isabelina, en él aparecían, además de la cabra y de las águilas y castillos de sus linajes, el castillo y el león que eran el símbolo de las Armas Reales que sólo aparecían también en el escudo de los Reyes Católicos. No sabía Cristóbal Colón, mientras esperábamos la venia para entrar en el castillo, que estos símbolos estarían, años después, también en su escudo en reconocimiento de sus servicios a la Corona de España.
Me contó que acostumbraba a escribir todo en su diario, y esa misma noche escribiría:
"En el Castillo de los Marqueses de Moya y Señores de Chinchón, a veintiséis del mes de Octubre del año del Señor de mil cuatrocientos y noventa y uno.
He sido recibido hoy por los señores de este precioso castillo, desde el que se domina una villa construida en la falda de tres montañas que circundan una plaza desde la que se podía divisar en el alto de una de las montañas el palacio de los Condes, también de reciente construcción, que dominaba el valle, enfrente justo del castillo.
El Marqués debe tener alrededor de los sesenta años y en su noble rostro se pueden adivinar los muchos años dedicados a las guerras, siempre por lealtad a los reyes a los que había servido.
Doña Beatriz, que debe ser algo más joven, tiene el porte distinguido y los ademanes enérgicos de las personas acostumbradas a mandar.
Ante la carta de presentación de su amigo el conde de Benavente me ha invitado a entrar a su castillo y me han obsequiado con una cena en la que se sirvió un exquisito cordero lechal asado al estilo de Segovia y al que se añadía una salsa de aceite y ajo que resultaba sumamente estimulante. Los anfitriones me informaron de la sorpresa que supuso para ellos el comprobar la excelente calidad del aceite de los olivos que poblaban todos los alrededores del castillo y que estas tierras eran las más adecuadas para el cultivo de los ajos que eran uno de los principales productos de la comarca.
Han escuchado con sumo interés los relatos de mis aventuras marineras. Les he tenido que contar cómo me inicié en las artes de navegar en mi Génova natal y todo mi periplo por tierras de Portugal y de los reinos de Aragón, de Castilla y de León.
Como se hacía tarde, hemos quedado que mañana les mostraré mis cartas marinas, mis cálculos y mis previsiones para llegar hasta las Indias."
A la mañana siguiente, muy temprano me acerqué al castillo para enseñarle el pueblo. La plaza interior del castillo era como un hormiguero. Las mujeres se afanan en transportar las viandas y el agua hasta las cocinas. Los hombres cuidan de los animales y se ejercitan en la vecina plaza de armas. Todavía los albañiles efectuaban las últimas obras de acondicionamiento interior del castillo.
Habían pasado once años desde que los Reyes Católicos concedieron a Don Andrés de Cabrera y su esposa Doña Beatriz de Bobadilla el Señorío de Chinchón. Desde entonces se había producido un cambio cualitativo en la vida de la apacible villa. Empezaron a llegar los canteros, albañiles, carpinteros, herreros y demás obreros de la construcción que en pocos años levantaron la impresionante construcción del palacio, a la que se trasladaron los Marqueses de Moya, cuyo título les había sido concedido también por Isabel y Fernando el día 12 de enero de 1475 un mes y un día después de haber sido proclamados Reyes de Castilla, después de la muerte de Enrique IV en el alcázar de Madrid. Cinco años después, en 1480 es cuando se crea el Señorío de Chinchón y se inicia la construcción del Castillo.
Salimos el “Navengante” y yo hacia el palacio de los Condes, donde nos recibiría la Señora de Chinchón. Había pernoctado en el castillo, en los aposentos reservados a los visitantes ilustres. El puente levadizo nos dio acceso a la Plaza de armas, desde donde se divisa una panorámica de todo el pueblo. Bajamos por un empinado camino hacia un valle en cuyo centro se agolpan las edificaciones formando una plaza en la que se estaban montando los puestos de un mercadillo. La tibia mañana otoñal invitaba a observar el ir y venir apresurado de aquellas gentes que portaban los productos recogidos el día anterior en las huertas; los panes humeantes cuyo olor se mezclaba con el estiércol de las cabras que esperaban a que las ordeñasen sus dueños. Un alfarero colocaba cuidadosamente sus vasijas, mientras en el puesto de al lado una mujer regañaba a un niño que había dejado caer, sin querer, un cesto de huevos.
Junto a las casas de adobe de los labriegos se iban levantando edificaciones de una mejor construcción de los servidores de alto rango de los Condes.
Los primeros rayos del sol se reflejaban en los mármoles de la fachada del palacio de los Condes, que coronaba el cerro que dominaba la plaza, y hacia allí dirigímos nuestros pasos.
El Navegantes, a sus cuarenta años, parecía nervioso. Esperamos ante la puerta del gabinete privado de Doña Beatriz. Su esposo había salido visitar el lugar de Bayona, la antigua Titulcia, y sería ella quien nos iba a recibir. Al fin y al cabo, era quien tenía que facilitarle el acceso a la Reina, para conseguir la financiación de su aventura.
- Señora, estas son las cartas marinas de las que les hablé anoche. Aquí están, en estos pergaminos, los cálculos exactos de las coordenadas a seguir y de los rumbos que tomar. Según estos cálculos estoy seguro que si partimos por occidente podremos llegar a las costas orientales de Asia, con el consiguiente ahorro que supone el no tener que bordear todas las costas africanas, según proponen los navegantes portugueses.
- Es muy interesante, sin duda, pero ¿qué beneficios se podrían obtener de una aventura como ésta?
- Fabulosos, tengo aquí - y sacó, de unas alforjas de cuero, un legajo - el relato de las aventuras que escribió Marco Polo, un viajero veneciano que en el año 1271 recorrió toda China y cuenta las maravillas que allí se pueden conseguir... metales preciosos... sedas.. Y sobre todo, las valiosas especias...
Yo procuré mantenerme un poco alejado, para no interferir en su conversación, pero sin perder una sola sílaba de lo que decían. Continuó Colón, con apasionamiento, contando a su anfitriona, las maravillas que se podrían conseguir en las lejanas tierras del oriente, aumentando, si era posible, las increíbles historias narradas por el aventurero de Venecia hacía más de doscientos años.
- Si eres tan buen navegante como narrador, y pones en ello la misma pasión que en contarlo, no dudo que conseguirás lo que te propones. Como sabes, los Reyes se encuentran a las puertas de Granada. Según las últimas noticias el cerco a la Ciudad se va cerrando y es posible que el Rey Boabdil, al que llaman "El chico" se rinda sin mucho tardar...
Por cierto, ¡qué bella es Granada!, ¿la conoces, Cristóbal?
- Sí, Señora, una puesta de sol en la Alhambra sólo es comparable con el atardecer que ayer contemplé llegando a Chinchón...
- Eres muy hábil, Navegante, ¡sabes muy bien cómo adular!
- En este caso no hay ninguna voluntad de adular. Cuando ayer contemplaba la silueta del Castillo sobre esa alfombra del verde de los olivos, teñidos en tonos rojizos por los últimos rayos del sol y recortándose en ese peculiar cielo azul intenso en el que no se podía encontrar ni una sola nube, sentí el presagio de que este encuentro era el que iba a abrir definitivamente la puerta de mi gran aventura y sin saber porqué vino a mi mente la imagen de la Alhambra.
- Posiblemente, pueda simbolizar que esta puerta que hoy se empieza a abrir para ti, deje totalmente el paso despejado cuando nuestros Monarcas lleguen a la Alhambra... Conociendo como conozco a la Reina - continuó doña Beatriz - sé que es capaz de vender hasta sus joyas personales para sufragar los gastos de vuestro viaje, si eso fuese necesario.
La conversación se prolongó durante toda la mañana. Ella le contó cómo la última vez que había visto a los Reyes fue cuando acompañó al Cardenal de España y a otras personalidades de la intimidad de los Monarcas al Campamento que tenían en la localidad granadina de Baza.
Colón se mostró muy impresionado cuando la Señora le narró, sin darle demasiada importancia, la terrible aventura que había vivido hacía cuatro años en el asedio de Málaga, cuando en una de sus visitas a los reyes, un malvado espía llamado Abrahen Algerbí, le hirió a ella con una daga al confundir su aposento con el del Rey Fernando.
Ya por la tarde, había regresado don Andrés de su visita a los sitios de Bayona y Villaconejos, la tertulia se prolongó hasta muy entrada la noche.
Cristóbal Colón, les aseguraba que con tres carabelas y sus correspondientes dotaciones se podría hacer la travesía. Les contó que ya tenía vistas varias embarcaciones en el Puerto de Palos de la Frontera, en la provincia de Huelva, que estaban patroneadas por unos hermanos apellidados Pinzón, y cuyas tripulaciones tenían las experiencia necesaria para ayudarle en su arriesgada empresa. Creía recordar que dos de esas embarcaciones se llaman "La Pinta" y "La Niña". A su nao capitana, no tenía duda, la llamaría "Santa María".
El Marqués, le contó con toda clase de detalles cuando allá por el año 1473, ayudado por su esposa y su amigo el Conde de Benavente consiguieron introducir, en ausencia del Rey, a Isabel en el alcázar de Segovia, y después como le persuadieron a Enrique IV para que recibiera a Fernando, el Infante de Aragón , casado con su hermana el año 1469, y para que accediese a sentarse los tres a la mesa, con lo que de alguna forma estaba "designando" su sucesión. Así cuando muere el Rey, unos meses después, Isabel es proclamada Reina en el alcázar de Segovia, bajo la protección de su Alcaide, don Andrés de Cabrera.
El futuro descubridor de las Indias Occidentales, iba comprendiendo cómo eran lógicas todas las prebendas que los Reyes Católicos habían concedido a estos súbditos que nunca habían dudado en arriesgar sus vidas y patrimonios en favor de sus señores. Como cuando un año antes de casarse - esto lo contaba doña Beatriz - cuando aún vivía con Isabel, el Marqués de Villena propuso a su hermano Pedro Girón, Maestre de Calatrava como pretendiente a la mano de la Infanta lo que sumió a ésta en una gran turbación.
- Entonces yo, viéndola tan consternada y afligida, le dije: "Dios no lo permitirá, ni yo tampoco" y saqué un puñal que llevaba oculto en mi regazo, y dije estar dispuesta a hundirlo en el corazón del Maestre si fuese necesario.
Mientras todos reían la salida de doña Beatriz, sus ojos brillaban recordando aquellos tiempos de insidias y maquinaciones para la sucesión al trono de Castilla y que gracias a su intervención y a la de su esposo se fundamentaron las bases de lo que iba a ser el Reino de España.
- Mira, Colón, esta preciosa copa de oro es obsequio también de la Reina Católica. La recibimos el día de Santa Lucía, que es el aniversario de su proclamación como Reina de Castilla y de su entrada en el alcázar de Segovia como dueña. ¡Qué tiempos aquellos, ¿verdad Andrés?
Convencieron al Navegante para que retrasase un par de días la partida, de forma que pudiese hacer su camino hasta Granada acompañando a una mesnada que precisamente salía del castillo para colaborar en el asedio de la Ciudad.
Cristóbal me comentó que nunca podría olvidar aquellos días que vivió en Chinchón ni a sus anfitriones, sobre todo a doña Beatriz de Bobadilla que le facilitó una larga y apasionada epístola dirigida a su "amiga" y reina Isabel de Castilla y que fue la llave que abrió esa puerta que le dio acceso a realizar la mayor hazaña que vieron los siglos...
Aquella mañana, muy temprano, con las primeras luces del alba, la Señora de Chinchón, Marquesa de Moya y amiga de la Reina Católica, doña Beatriz de Bobadilla, asomada a la ventana de sus aposentos vio como se perdía en el horizonte un tropel de caballos que escoltaban a un navegante visionario que aseguraba que navegando hacia el occidente se podía llegar a las costas orientales de China...
Los primeros rayos del sol empezaban a iluminar los tejados de aquella villa que aún dormía a sus pies... y sin saber porqué, le pareció que estaba viendo amanecer en la Alhambra.
Yo, a la salida del pueblo, vi cómo el navegantges se volvía para decirme adios con la mano, mientras se perdía detrás de un altozano del camino.