Pero hay diferentes escalas de
valores. Y cada una de ellas está motivada por unos intereses concretos,
puestos al servicio de unos fines muchas veces hábilmente disimulados por los
que los propugnan.
Estas escalas de valores tienen
vigencias más o menos largas y son susceptibles de ser modificados con
planificaciones organizadas a través de
los medios de comunicación.
Es curioso cómo la mayoría de las
personas se quejan de la inversión de las escalas de valores tradicionales,
aunque la verdad es que los principales valores vigentes han cambiado muy poco
desde hace muchos siglos. Otra cosa distinta es que nos atreviésemos a
admitirlo. El dinero, el placer, el poder, el bienestar, (Recordemos el "becerro de oro") son y han sido valores
de alta cotización en todos los tiempos. La honradez, la responsabilidad, el
altruismo, la bondad, son los otros valores confesados en las encuestas y los
predicados a los hijos, a los feligreses y a los súbditos.
La religión, que siempre fue muy
proclive a ordenarlo todo, nos propuso una estricta escala de valores,
llamándolos virtudes. Fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, humildad, largueza, castidad, paciencia,
templanza, diligencia y fortaleza, eran los valores que se oponían a los “pecados”
de soberbia, avaricia, lujuria, ira, envidia, gula, pereza y los más graves de
agnosticismo o de ateísmo. Además de estas virtudes, se proponía el
cumplimiento de los diez mandamientos de la religión judía, que a excepción de
los tres primeros, estaban encaminados al respeto al prójimo en todas las
vertientes de la vida.
Y esta fue la escala de valores
que se nos proponía a los niños para educarnos en la “única y verdadera”
religión, aunque todos ellos quedaban bastante relegados en la escala real de
valores en que se movía la sociedad.
Pero entre estos valores siempre
hizo mayor hincapié en los que consideró más importantes para el sometimiento
de los fieles. Así determinó que las tres virtudes que realmente acercaban a
Dios -virtudes teologales- eran la fe, la esperanza y la caridad. Después
estaban la castidad, la humildad, la templanza y la paciencia que eran buenas
consejeras para llegar a ser personas de bien.
Todas estas virtudes o valores
son intrínsecamente buenos en su enunciado. El problema vino cuando los
normalizaron de tal forma que era prácticamente imposible cumplir con ellos. La
fe no podía admitir dudas, la esperanza no podía decaer, la caridad al prójimo
se puso por delante de la propia persona, un leve pensamiento podía romper la
castidad, la humildad no permitía el más mínimo reproche a la autoridad, un
pequeño exceso en la comida podía ser gula, y había que ser paciente para
aceptar los trabajos y contratiempos que pudiesen sobrevenir. Y claro, la
solución fue admitir teóricamente todos estos valores y luego pasar de ellos.
Durante mucho tiempo casi nadie
se atrevió a contradecir estas enseñanzas y los pocos que los hicieron no
tardaron en ser silenciados de una u otra forma. Las autoridades civiles se
beneficiaban de una moral formal, aceptada oficialmente por todos, y que no
debía ser contravenida públicamente, por la repulsa de la sociedad e incluso
por la penalización legal.
Esta escala de valores o, mejor
dicho, estas virtudes eran, por tanto, defendidas y propuestas por todos los
poderes -religiosos, políticos, familiares, etc.- porque garantizaban el
mantenimiento de un “status” de permanencia y sometimiento a estos poderes de
todos los individuos de estas sociedades. Como aliados tenían la falta de
cultura de los individuos y el control de todos los medios de información y
docencia. Con el paso del tiempo, poco a poco y en distintos puntos de la
civilización occidental, a medida de que el pueblo iba accediendo a la
formación, se fueron produciendo movimientos, la mayoría de ellos violentos,
contra los valores y poderes establecidos. La reforma protestante en Alemania,
la revolución francesa, la industrial en toda Europa, la bolchevique en Rusia,
las dos grandes guerras mundiales y la aparición de la tecnología que hacía imposible
el control de todos los medios de comunicación por parte del poder establecido,
iban a modificar sustancialmente las escalas de valores que imperaban en las
distintas sociedades. Por otra parte, se produce la llegada desde las
civilizaciones orientales de nuevas formas de entender la espiritualidad sin
estar, necesariamente, ligadas a la existencia de un solo dios.
Y sobre todo, desaparece el
concepto de “pecado” y ni la Iglesia Católica se atreve a utilizar el infierno
como medida disuasoria. Por eso, cuando se habían defendido unos valores con el
único argumento de que su incumplimiento llevaba aparejado el castigo eterno en
vez de argumentar la bondad intrínseca de estos valores, al desaparecer el
“castigo” desaparecen también los valores.
Y posiblemente, ahora sería el
momento de volver al concepto de la religión laica, que podía ser la propugnada
por Jesús si, como hemos dicho, despojamos sus enseñanzas del lastre de la
religión judía que él dijo venía a modificar, o más bien a eliminar por su
manifiesta inutilidad por haber quedado vacía de contenido verdaderamente
religioso para llegar a convertirse en una normativa sin sentido y además
irrealizable en la práctica.
Y para centrarnos en lo que podía
ser el resultado de esta concepción laica de la religión, podemos empezar a
fijarnos en las virtudes principales que se proponen en la conformación de su
escala de valores.
En la próxima y última entrega... Mañana