Dice el diccionario de la Real Academia Española que viejo es el que tiene muchos años. Pero, ¿que se entiende por “muchos”? Eso ya es relativo. Para un niño, a partir de los veinte. Para un joven, desde los cuarenta. Para el que ya frisa en los sesenta, a partir de los ochenta. Para uno de ochenta, pasando de los noventa. Para el de noventa... ya no se preocupa de estas cosas.
Claro que no es lo mismo ser viejo que estar viejo. El segundo caso es el que tiene aspecto poco joven, del que se suele decir que “está muy viejo para sus años”. También se dice que está viejo el que parece antiguo o parece de tiempos pasados. Se dice de algo que está viejo cuando está deslucido o estropeado por el uso, aunque también hay que distinguir entre viejo y antiguo, sobre todo cuando se habla de muebles y obras de arte.
Los jóvenes suelen hablar de “sus viejos” aunque sus padres no pasen de los cuarenta, y el llamar viejo a una persona puede tener un cierto matiz positivo, cuando equivale a “sabio”, pues ya se sabe que “el diablo más sabe por viejo que por diablo”.
Se suele decir que algo es “tan viejo como la tos”, y existen multitud de sinónimos, como vetusto, anticuado, astroso, cacharro, carroza, chatarra, cuadro, descatalogado, desmantelado, jubilado, longevo, prehistórico, provecto, remiendo y trasto, entre otros muchos.
Tambien se utiliza como apelativo para dirigirse a la madre, al padre, a la esposa, al esposo o entre amigos. Hay tiendas de viejo, donde se venden artículos de segunda mano, artesanos de viejo que efectúan reparaciones de ropa, zapatos, etc. Librerías de viejo donde puedes encontrar verdaderas joyas. También hay viejas glorias, cristianos viejos, puedes hacer la cuenta de la vieja, celebrar la Noche Vieja, leer el Viejo Testamento, y comer “ropa vieja” que es una forma de aprovechar las sobras del cocido. Y desde luego, siempre, tienes que tener mucho cuidado si te encuentras con un perro viejo.
Ahora está de moda recibir “correos” de amigos de, más o menos, tu edad que hablan de las excelencias de la “edad dorada” y otros apelativos igual de ñoños. A mí me recuerdan aquella película dirigida por Manuel Gómez Pereira y protagonizada por Verónica Forqué, Jorge Sanz, Rosa María Sardá, titulada “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”; pues eso, ¿Por qué lo llaman edad dorada cuando quieren decir vejez?
Por supuesto que ha habido y hay muchos hombres que han seguido haciendo obras extraordinarias siendo viejos. A mí me gustaría poder emularles y en eso pongo todo mi esfuerzo. Pero no tengo ningún reparo en aceptar la edad que tengo, ni necesito usar ningún eufemismo para definir mi situación vital.
No me importa decir que soy viejo, pero desde luego no estoy viejo... aunque las cuestas de Chinchón cada día están más empinadas, tengo que recatarme con la comida, hace mucho tiempo que dejé de correr los cien metros libres, y ya casi ningún desconocido me llama de “tú”.
Por supuesto que ha habido y hay muchos hombres que han seguido haciendo obras extraordinarias siendo viejos. A mí me gustaría poder emularles y en eso pongo todo mi esfuerzo. Pero no tengo ningún reparo en aceptar la edad que tengo, ni necesito usar ningún eufemismo para definir mi situación vital.
No me importa decir que soy viejo, pero desde luego no estoy viejo... aunque las cuestas de Chinchón cada día están más empinadas, tengo que recatarme con la comida, hace mucho tiempo que dejé de correr los cien metros libres, y ya casi ningún desconocido me llama de “tú”.
Y cuando sea mayor (más) me gustaría parecerme a Eduardo Carretero, que anda ya viviendo los noventa y uno y sigue con la misma ilusión trabajando en su taller de escultor de Chinchón.